miércoles, 20 de septiembre de 2017

Mi ciudad


Mi ciudad


20/09/2017 01:49 AM


Hace 32 años, a las 7:19 de la mañana, camino a la universidad con mi buen amigo Vicente sentimos el latigazo.

Hay una generación que aquel día nos marcó para siempre. Entendimos la ciudad de otra manera, y ese día nos hizo chilangos de verdad. En los días siguientes recorriendo las calles vimos lo que nunca habíamos visto: la muerte, la destrucción, la inacción gubernamental, pero también aprendimos de la solidaridad y del amor. En las calles. En las ruinas con olor a cal. En los miles de voluntarios echando una mano al de al lado nos formamos muchos.

Sabemos, los que aquí nos hemos quedado, que de alguna manera vivimos donde no debemos. Que hay una especie de pecado original en este lugar que escogieron nuestros antepasados: la ciudad sobre el lago al que desaparecimos, en una zona sísmica, tan cerca de volcanes.

Treinta y dos años después hay, por ahí, algunos edificios que sobreviven abandonados, algunos terrenos donde se derrumbaron otros, sin que sepamos aún qué hacer con ellos.

Temerarios, reconstruimos algunas de las zonas más afectadas y las convertimos en las zonas de moda de la ciudad para vivir, para entretenernos. Y construimos torres cada vez más altas y sacamos más agua del subsuelo. Y nos compramos una alarma que nos avisa unos segundos antes de que venga el nuevo latigazo.

Como ayer. Treinta y dos años después. Unas horas después de que se hicieran las remembranzas de rigor y la alarma sonara a las 11 de la mañana, no para avisar de lo que venía, sino para recordarnos que estamos en peligro.

Y poco después de la una de la tarde llegó la alarma y llegó el temblor.

Los chilangos inundamos las calles y volteamos a ver a nuestros vecinos y nos dio miedo, mucho miedo. Recorrí a pie la San Miguel Chapultepec y la Condesa y la Roma y la Juárez camino a MILENIO y vi caos y destrucción.

La extensión de los daños parece, a primera vista, mayor. Zonas donde los temblores no se sentían tiene edificios colapsados. Muchos que no se cayeron parecen a punto de quebrarse. Amigos, muchos, que no quieren o no pueden dormir en sus casas.

¿Qué se necesita para que el mismo día con 32 años de diferencia suceda lo mismo?

Ayer, una hora después del sismo, mi hijo tomó la bicicleta y se fue a ayudar en lo que pudiera, con quien pudiera. Como lo hicieron su padre y su madre hace 32 años.

La ciudad lo hará suyo. Y vivirá siempre con miedo, pero con identidad.

Twitter: @puigcarlos

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