21/09/2017 01:13 AM
México
Los terremotos de Ciudad de México han marcado a fuego mi memoria, como la de todos los habitantes de ella.
Lo fundamental de mi memoria del sismo de 1957 es el estilete de la indefensión de la infancia, eso inexplicable y terrible de lo que los padres no pueden protegernos. Tenía yo 9 años.
El estilete que dejó en mi memoria el sismo del 85 fue el de la indefensión a secas ante la catástrofe, eso ante lo cual no puede protegernos nada: ni nuestros padres ni el gobierno ni Dios ni la ingeniería. Tenía 39 años.
El sismo de antier ha dejado en mí un estilete más secreto. Es el primer sismo de la ciudad que le arrebata a mis hijos cosas que tenían, una casa y un departamento en la colonia Condesa donde apenas este año habían empezado a vivir, y donde no pueden dormir hoy ni podrán dormir por mucho tiempo.
He acudido a la zona donde vivían, la misma donde vivieron sus abuelas y yo, y empezaban a vivir ellos, como en una especie de serena naturalidad de cambios y continuidades generacionales.
Pasé la mañana de ayer caminando esas calles, familiares de tres generaciones, y me asombró el tamaño secreto de su destrucción.
Había en la zona de seis cuadras por seis cuadras de que hablo un edificio derrumbado, en Amsterdam y Laredo, pero 10 o 12 edificios marcados ya por protección civil de la ciudad como inhabitables. Había otro tanto, quizá el doble, simplemente abandonados por sus inquilinos, temerosos de una réplica.
Estaban esas calles de Amsterdam, Sonora, Michoacán y avenida México, rebosantes de rescatistas admirables, miembros de la policía, marinos y soldados, pero abrumadoramente vacías de vecinos.
Me temo que en esa ausencia de vecinos está insinuada la verdadera dimensión del sismo que golpeó nuestra ciudad en estos días.
Los daños visibles de los edificios caídos son solamente una pequeña muestra de las construcciones heridas de muerte que han expulsado de sus entrañas la vida y que esperan solo una réplica para acabar de caer.
Comparto con Carlos Puig esta impresión: la parte de la ciudad destruida por el sismo es mucho mayor de la que ha caído hasta ahora a sus pies.
hector.aguilarcamin@milenio.com
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