The Last Living Rose

martes, 26 de septiembre de 2017

Héroes





26/09/2017 12:18 AM


México

Los perros rescatistas han invadido las redes sociales. Son adorados, y bien está que así sea. Me parece que no se trata solo de la cantidad de vidas que han salvado. Se trata también de la alegría y el cariño instantáneo que llevan a donde sea que vayan esos viejos compañeros de la humanidad. Verlos caminar entre los escombros, entre los edificios de rodillas, guapos, bien dispuestos, es una inyección de ánimo que va más allá incluso de las esperanzas concretas que significan sus talentos extraordinarios. Todo eso y más son los perros rescatistas, que, recordemos, también se juegan el físico y hasta la vida, y que merecen el cariño de los viandantes, el homenaje en las redes sociales, el reportaje en la TV o el periódico.

Nada más que no son héroes.

Es una obviedad decirlo, pero el heroísmo requiere un acto consciente de desprendimiento, de disposición al sacrificio, que no les está reservado a los perros, entrenados literalmente para "jugar" con esas personas que buscan. El heroísmo requiere saber que salvar la vida de tu vecino puede tener como precio la tuya y aun así empuñar el casco y la pala e ir a remover escombros. Sí, la palabra héroe es enorme, una de esas que realmente deben reservarse para momentos y personas excepcionales a fin de no vaciarla de significado, y estos sismos infernales nos han dado numerosas oportunidades de usarla con justicia. Va la lista de nuevo. Son heroicos las mujeres y los hombres que no titubearon en retar a las montañas de escombros. Los marinos y militares que han hecho un trabajo valiosísimo, incluido por supuesto ese soldado que rompió en llanto al no poder salvar a una mujer y su hija. Son héroes los rescatistas japoneses que homenajearon a esa otra mujer fallecida con los cascos en el pecho a manera de reverencia. Las y los 72 israelíes que cruzaron el mundo para salvar a personas de un país que probablemente no conocían. Ese albañil. Los bomberos y las y los topos y los paramédicos, otra vez. El cirujano que no dejó de operar a su paciente en pleno terremoto. Las maestras que pensaron en sus alumnos antes que en ellas. Los ingenieros y arquitectos que se meten a los edificios agrietados con la esperanza de que a esa familia sí puedan decirle que sigue teniendo una casa para vivir.

En esas personas, las que vencieron al miedo, las que tomaron una decisión, pues, está el heroísmo de este país. Reservemos a ellos la palabra héroe, heroína, para que siga representando el poder excepcional de sus actos.
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viernes, 22 de septiembre de 2017

La sociedad de Monsiváis


Estrictamente Personal

RAYMUNDO RIVA PALACIO

08:23 AM

ARTICULO

Las fotografías de la casta son poderosas. Las goyas a los binomios humanos-caninos de la UNAM, tras la detección de seis personas que pudieron ser rescatadas vivas. Las decenas de personas que llegaron en la madrugada a los edificios colapsados con tortas y emparedados para los rescatistas. Los grupos de San Luis Potosí y Jalisco que se sumaron a la búsqueda de sobrevivientes. La notable aportación de la sociedad a los centros de acopio, que saturaron con agua, alimentos y frazadas. O el canto espontáneo en las calles del desastre mexicano del “Cielito Lindo”, inyectando de eléctrico orgullo a un pueblo que el exvicepresidente de Estados Unidos, Joe Biden, impactado por las imágenes, llamó “la resiliencia y coraje del pueblo mexicano”.

La sociedad civil que retrató el inmenso Carlos Monsiváis hasta convertirla en mito tras su activismo incondicional en las tareas de rescate de víctimas en los sismos de 1985, volvió a resurgir con fuerza tras este nuevo 19 de septiembre para no olvidar, y rebasó sin proponérselo a las autoridades. Lo mismo pasó hace 32 años cuando el corpus social de la Ciudad de México se transformó. Se perdió para siempre el respeto al poder, en el principio de la beligerancia y el cambio. El régimen político comenzó su agonía, que tuvo un tiro mortal en 1997, al llegar la izquierda al gobierno en la capital, y el de gracia en 2000, con la alternancia en la presidencia. Aquél septiembre no es equiparable, sin embargo, a este septiembre. En 1985 fue la metamorfosis política; en 2017, hoy mismo, lo que está en juego es el proyecto de nación.

El sismo en el centro de México se empatará con el sismo en el sur. En Chiapas y Oaxaca pasó el dramatismo y se guardó el luto, y se encuentran en el proceso de reconstrucción. ¿Cuánto saldrá? Hay estimaciones de que en Chiapas el costo será superior a los 12 mil millones de pesos; en Oaxaca, sobre ocho mil. El Fondo de Desastres Naturales, el Fonden, que se dedicará casi íntegramente a su reconstrucción, podrá cubrir menos de 25 por ciento de esa proyección financiera. Ese dinero, en todo caso, servirá para que las decenas de miles que perdieron sus viviendas, vuelvan a tenerlas, reconstruidas por el gobierno federal, pero en el mismo lugar donde estaban. Recuperarán su patrimonio familiar, pero donde se levantarán sus nuevas casas será un territorio más pobre que antes del sismo, devastado y depauperado el entorno.


No habrá futuro para esos estados si no va acompañada la reconstrucción con una recuperación económica. El gobierno lo buscará en breve, mediante el programa de Zonas Económicas Especiales, cuyos estímulos fiscales, para incentivar la inversión privada, se anunciarán la próxima semana.

Para allá van la Ciudad de México (gobernada por la izquierda) y los otros estados sangrados por el sismo, Puebla (gobernado por el PAN), Morelos (gobernado por el PRD) y el Estado de México (gobernado por el PRI), donde este viernes se acabará el luto. Se está agotando el tiempo para encontrar sobrevivientes y los rescates milagrosos serán perlas en el océano. Entonces vendrá la reconstrucción, donde no hay proyecciones serias sobre el costo final para enfrentar la destrucción que abarca de manera crítica a estas cuatro entidades. Pero como en el sur, tampoco será suficiente. El dinero entregado en forma de vivienda y asistencia es un alivio efímero. También se requerirá la reactivación económica. El problema es cómo y cuándo, y la realidad es que en el momento actual, con la política anunciada, la única proyección posible es que, a la vuelta de los meses, la gente será más pobre de como era antes del 19 de septiembre.

La diferencia entre 1985 y 2017 son 32 años de concientización política y confrontación al poder. Es también, como se ha demostrado estos días, la enorme capacidad de organización por fuera de los partidos y sus estructuras corporativas. Las plataformas tecnológicas y las redes sociales, que conectaron en tiempo real las necesidades con las respuestas ciudadanas, son sangre social que ha tenido expresiones altamente políticas, como el repudio que vivió con hostilidad verbal el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, cuando visitó un edificio colapsado. Las señales de hartazgo las está viendo el presidente Enrique Peña Nieto, pero no se sabe qué tanto las está procesando correctamente.

Los sismos lo colocan en una disyuntiva. El 2018 se lo está jugando en el último trimestre de 2017, y el gobierno no tiene el dinero para salir adelante de esta nueva desventura. Pero lo puede lograr con buena ingeniería financiera y la ayuda de los mercados internacionales. No basta una modificación al Presupuesto para el próximo año, como sugirió el secretario de Hacienda, José Antonio Meade, sino una partida independiente dedicada a la recuperación económica de la mitad del país, que esté estrechamente vigilada, como algunos senadores lo están sugiriendo, por una comisión especial. La corrupción debe eliminarse por completo de esos fondos, incluso del terreno de la percepción. Estos recursos tienen que ser apoyados con líneas de crédito internacionales, que podría buscar Meade con el Fondo Monetario Internacional.


Dinero es el nombre del juego de la reconstrucción, pero también de la sucesión. El camino para Peña Nieto parece ser uno sólo, quizá distinto al que tenía pensado hasta el 7 de septiembre, cuando dos sismos devastadores modificaron los escenarios de la sucesión y metieron en su decisión final quién es el mejor calificado para que la candidatura presidencial del PRI no termine de quebrar a la nación.
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Una lista negra


Del libro ‘Los peores desastres históricos’ publicado por Océano y otros sitios electrónicos, Gil ha traído a esta página del directorio esta lista negra de grandes terremotos en el mundo:
22/09/2017 01:15 AM
México
Terremoto de San Francisco. 1906. El mayor desastre geológico de Estados Unidos.
18 de abril de 1906. 5:12 a.m.
La ciudad de San Francisco resiente un temblor inicial, seguido de un gran terremoto de 7.7 grados en la escala de Richter, que duró 45 segundos. La falla de San Andrés se abrió a lo largo de 430 kilómetros.
Edificios caídos, tuberías de gas reventadas, tres días de incendios.
Más de 28 mil edificios destruidos, en su mayor parte de madera.
400 millones de dólares en pérdidas.
225 mil personas sin hogar.
3 mil muertos, aprox.
***
Terremoto de Valdivia. 1960. Conocido como el Gran Terremoto de Chile.
22 de mayo de 1960. 14:55 p.m.
La ciudad de Valdivia sufre un temblor de 9.5 grados en la escala de Richter. A las 16:20 una ola de 8 metros de altura azotó la costa chilena entre Concepción y Chiloé a más de 150km/h. La onda expansiva provocó un maremoto de 10 metros de altura que azotó la isla de Hilo, en el archipiélago de Hawái, provocando la muerte de 61 personas. Similares eventos se registraron en Japón, las Filipinas, Rapa Nui, en el estado de California, Estados Unidos, Nueva Zelanda, Samoa y las islas Marquesas.
En Chile, en la ciudad de Chillán 20 por ciento de los edificios quedaron dañados gravemente; en Talcahuano 65 por ciento de las viviendas, destruidas; en Concepción, más de 2 mil hogares arrasados; Los Ángeles quedó destruida en 60 por ciento; Angol en más de 83 por ciento. En Valdivia 40 por ciento de los hogares fue destruido dejando a más de 20 mil damnificados. Puerto Montt sufrió la destrucción del 80 por ciento de sus edificios.
2 millones de damnificados.
Más de 6 mil muertos.
***
Terremoto de México. 1985.
19 de septiembre de 1985. 7:19 a.m.
La Ciudad de México resiente un terremoto, originado frente a las costas del estado de Michoacán, con magnitud de 8.1 grados en la escala de Richter que duró más de dos minutos. La energía que se liberó en dicho movimiento fue equivalente a 1114 bombas atómicas de 20 kilotones cada una. El 20 de septiembre siguiente hubo una réplica a las 7:37 p.m. con una magnitud de 7.5 grados en la escala de Richter.
Edificios emblemáticos en ruinas o parcialmente destruidos: Hospital General de México, Unidad de ginecología y residencia médica. Hospital Juárez y Centro Médico Nacional. Módulos central y norte del edificio Nuevo León en el conjunto urbano de Tlatelolco. Tres edificios del Multifamiliar Juárez. Televicentro (ahora Televisa). Televiteatros (ahora Centro Cultural Telmex). Los hoteles Regis, D’Carlo y del Prado. Varias fábricas de costura en San Antonio Abad.
Se creó la Brigada de Rescate Topos Tlatelolco, actualmente grupo de rescate a nivel internacional.
Más de 4 mil personas rescatadas con vida de los escombros (algunas incluso diez días después del primer sismo.)
30 mil construcciones destruidas.
68 mil construcciones con daños parciales.
Entre 150 mil y 200 mil empleos perdidos.
Nunca hubo una cifra oficial creíble, algunos expertos hablaron entonces de más de 20 mil muertos.
***
Terremoto de Irán. 2003. En la ciudad de Bam, de 2000 años de Antigüedad.
26 de diciembre de 2003. 5:26 a.m.
La ciudad de Bam, situada en la Ruta de la Seda entre el Extremo Oriente y el Mediterráneo, resiente un terremoto de 6.5 grados Richter durante 12 segundos.
El 80 por ciento de la ciudad histórica arrasada.
Mil millones de dólares calculados para reconstrucción.
12 mil personas sin hogar.
30 mil muertos aprox.
***
Terremoto de Sumatra. 2004. Terremoto submarino de Sumatra-Andamán. (Justo un año después del terremoto de Bam.)
26 de diciembre de 2004. 21:58 p.m.
La costa occidental de Sumatra del norte, en el océano Índico, experimenta un temblor de magnitud 9.0 en la escala de magnitud del momento. Según esta escala es el tercer terremoto más grande registrado desde la existencia del sismógrafo. 
El tsunami resultante devastó las costas de Indonesia, Sri Lanka, India, Tailandia entre otros países del sur y sudeste de Asia donde las olas llegaron a los 30 metros.
Un millón de personas sin hogar.
Más de 200 mil muertos.
***
Terremoto de Haití. 2010.
12 de enero de 2010. 16:53 p.m.
A 15 kilómetros de la ciudad de Puerto Príncipe se origina un temblor de magnitud de 7.3 grados Richter.
Pérdidas materiales calculadas en 7 mil 900 millones de dólares.
350 mil heridos.
Millón y medio de personas sin hogar.
Más de 300 mil muertos.
***
Terremoto de Japón. 2011. Terremoto de la costa del Pacífico. 
11 de marzo de 2011. 14:46 p.m.
La Ciudad de Miyagi, Japón, experimentó un temblor de magnitud 9.0 grados en la escala de magnitud del momento, que duró 6 minutos. Hubo más de 100 réplicas.
La NASA comprobó que el movimiento telúrico alteró el eje terrestre en aprox. 10 cm.
Después de este terremoto se generó una alerta de tsunami para la costa pacífica de Japón y otros países, incluidos Nueva Zelanda, Australia, Rusia, Guam, Filipinas, Indonesia, Papúa Nueva Guinea, Nauru, Hawái, Islas Marianas del Norte, Estados Unidos, Taiwán, América Central, México y en Sudamérica, Colombia, Perú, Ecuador y Chile.
Más de 16 mil desaparecidos.
Más de 9 mil 500 muertos.
***
Contra viento, marea y sismos, los viernes Gil toma la copa con amigos verdaderos. Mientras el mesero trémulo acerca la charola que soporta el Glenfiddich 15, Gamés pondrá a circular la frase de Ernesto Sábato por el mantel tan blanco: Dios es un pobre diablo, con un problema demasiado complicado para sus fuerzas. Lucha con la materia como un artista con su obra. Algunas veces, en algún momento logra ser Goya, pero generalmente es un desastre.
Gil s’en va
gil.games@milenio.com
Con información de: sitios electrónicos aquevedo. Wordpress, El Economista, Temblores en México. Libro: Los peores desastres históricos (Océano).
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La réplica silenciosa

22/09/2017 03:40 AM


México

Como lo decía ayer Héctor Aguilar Camín, hemos conversado en estos días aciagos sobre una característica del temblor del martes para la que no tenemos claro que estemos preparados.

Una mejor cultura de la prevención, la alarma, renovados códigos de construcción, el menor número de edificios colapsados y la hora en que tembló, que algo tuvo que ver, ayudó a que el número de muertos no tenga nada que ver con lo vivido en 1985.

Hay, sin embargo, un daño que vamos descubriendo poco a poco, hora con hora, que puede resultar un reto monumental para autoridades y ciudadanos: la cantidad de edificios dañados, y los que quedarán inhabitables.

Hoy, muchos tenemos familiares o amigos que están durmiendo en casa. Creíamos ayer que sería temporal. Pero poco a poco, ya sean elementos de Protección Civil o ingenieros certificados particulares han ido revisando edificios y casas. Lo que uno escucha cuando reportea no es muy alentador. Edificios a los que no hay manera de regresar serán demolidos. Edificios que deben esperar a saber qué pasa con la edificación vecina para saber si no se lo "llevará" cuando se caiga o sea demolida. Hay muchos que solo serán habitables con mucha inversión y hay otros cuyo dictamen es algo así como... pues el edificio está bien, sí se resintió, mientras no vuelva a temblar pueden estar tranquilos.

Todo indica que tendremos algún tipo de crisis de vivienda.

Y tal vez, una de seguros y de financiamiento. Las hipotecas tienen seguros, pero contra el saldo de la hipoteca para ser pagado al banco.

¿Cuántos edificios que resultarán inhabitables tienen seguro contra sismos? ¿Cuántos tienen seguros contra daños que cubran las inversiones que se tendrán que hacer para reparar lo reparable? ¿Quién paga las demoliciones? ¿Cuáles son las reglas de esas demoliciones? ¿Qué hacemos con aquellos cuyo departamento era su único patrimonio y lo perdieron? ¿Cuántos edificios necesitan ser evaluados? Ricardo Monreal, delegado de Cuauhtémoc, me dijo el miércoles que tenía más de 300 peticiones y que veía venir muchas más. ¿Y en Benito Juárez, Xochimilco, Tlalpan...?

¿Quién se hace cargo de eso? Cuando termine la emergencia y empiece la crisis.

Twitter: @puigcarlos
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El puño en alto


El puño en alto / Juan Villoro


22 Sep. 2017


Eres del lugar donde recoges

la basura.

Donde dos rayos caen

en el mismo sitio.

Porque viste el primero,

esperas el segundo.

Y aquí sigues.

Donde la tierra se abre

y la gente se junta.



Otra vez llegaste tarde:

estás vivo por impuntual,

por no asistir a la cita que

a las 13:14 te había

dado la muerte,

treinta y dos años después

de la otra cita, a la que

tampoco llegaste

a tiempo.

Eres la víctima omitida.

El edificio se cimbró y no

viste pasar la vida ante

tus ojos, como sucede

en las películas.

Te dolió una parte del cuerpo

que no sabías que existía:

La piel de la memoria,

que no traía escenas

de tu vida, sino del

animal que oye crujir

a la materia.

También el agua recordó

lo que fue cuando

era dueña de este sitio.

Tembló en los ríos.

Tembló en las casas

que inventamos en los ríos.

Recogiste los libros de otro

tiempo, el que fuiste

hace mucho ante

esas páginas.










Llovió sobre mojado

después de las fiestas

de la patria,

Más cercanas al jolgorio

que a la grandeza.

¿Queda cupo para los héroes

en septiembre?

Tienes miedo.

Tienes el valor de tener miedo.

No sabes qué hacer,

pero haces algo.

No fundaste la ciudad

ni la defendiste de invasores.










Eres, si acaso, un pordiosero

de la historia.

El que recoge desperdicios

después de la tragedia.

El que acomoda ladrillos,

junta piedras,

encuentra un peine,

dos zapatos que no hacen juego,

una cartera con fotografías.

El que ordena partes sueltas,

trozos de trozos,

restos, sólo restos.

Lo que cabe en las manos.










El que no tiene guantes.

El que reparte agua.

El que regala sus medicinas

porque ya se curó de espanto.

El que vio la luna y soñó

cosas raras, pero no

supo interpretarlas.

El que oyó maullar a su gato

media hora antes y sólo

lo entendió con la primera

sacudida, cuando el agua

salía del excusado.

El que rezó en una lengua

extraña porque olvidó

cómo se reza.

El que recordó quién estaba

en qué lugar.

El que fue por sus hijos

a la escuela.

El que pensó en los que

tenían hijos en la escuela.

El que se quedó sin pila.

El que salió a la calle a ofrecer

su celular.

El que entró a robar a un

comercio abandonado

y se arrepintió en

un centro de acopio.

El que supo que salía sobrando.

El que estuvo despierto para

que los demás durmieran.










El que es de aquí.

El que acaba de llegar

y ya es de aquí.

El que dice "ciudad" por decir

tú y yo y Pedro y Marta

y Francisco y Guadalupe.

El que lleva dos días sin luz

ni agua.

El que todavía respira.

El que levantó un puño

para pedir silencio.

Los que le hicieron caso.

Los que levantaron el puño.

Los que levantaron el puño

para escuchar

si alguien vivía.

Los que levantaron el puño para

escuchar si alguien

vivía y oyeron

un murmullo.

Los que no dejan de escuchar.
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Cardiografía social del sismo


Cardiografía social del sismo


22/09/2017 03:47 AM


México

Recuerdo del 85:

En el principio es el desbordamiento de la solidaridad, la emoción incomparable de miles de ciudadanos echados a las calles por su propia cuenta para ayudar a otros, para aliviar la tragedia de otros, para insertarse en una marea anónima, admirable, de unidad ante el sufrimiento.

La cara de la solidaridad colectiva ante la desgracia desata una épica mediática, un reconocimiento universal, y confirma el orgullo de pertenecer a esta movilización autónoma, genuinamente espontánea, admirablemente generosa, irrefutable. Aparecen pronto las grandes historias de éxito y rescate, momentos de heroísmo anónimo que serán imborrables.

Luego vienen los primeros choques de la colectividad solidaria con su propio ímpetu y con las restricciones que la lenta realidad y los limitados gobiernos van imponiendo al torrente. Empiezan a aparecer las frustraciones, las quejas, las derrotas ante los escombros.

Crecen los desencuentros de la marea solidaria con las autoridades, el rumor y la desinformación. Se propagan grandes mentiras que acabarán siendo verdades de piedra. Empieza a ser irritante la descoordinación del gobierno con el gobierno, y de todas las formas de gobierno con la sociedad sobreexcitada en las calles y en los medios.

Pasan al primer plano la ineficacia y estupidez, las mentiras que tratan de ocultar el daño, la riña de la opinión pública con sus autoridades y con sus informadores.

Se pasa poco a poco de la solidaridad a la queja, de la ayuda a la exigencia, de la emoción de comunidad sin fisuras al amargo sucedáneo de las fisuras de la sociedad consigo misma y con su gobierno.

Poco a poco la tragedia busca responsables. Los damnificados voltean a la autoridad pidiendo auxilio. La autoridad está rebasada por el tamaño de los daños y por sus propias debilidades.

La marea de la opinión pública cambia entonces. Pasa de la solidaridad espontánea a la búsqueda de responsables.

Las autoridades aparecen poco a poco como responsables y luego como culpables. Primero, de su ineficacia para responder a la tragedia. Luego, de la tragedia misma.

Las consecuencias políticas de esta cardiografía social del sismo apenas pueden exagerarse. Son el verdadero sismo secreto. La elección de 2018 está desde ahora cruzada por sus grietas.

hector.aguilarcamin@milenio.com
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jueves, 21 de septiembre de 2017

Después del sismo

Alrededor de los derribos se congregaban miles de personas dispuestas a ayudar, a traer una pala, una sierra, un pico. Los solidarios son tantos que de pronto entorpecen la circulación en las colonias Condesa y Roma.

21/09/2017 01:44 AM

México

Gil Gamés abandonó el mullido sillón y salió a caminar por las calles donde el temblor dejó edificios caídos, desolación y muerte. El miércoles amaneció soleado y triste, un día ansioso y una tarde lluviosa. Largas filas de jóvenes, hombres y mujeres, avanzaban por las calles. Llevaban casco y pala, agua, víveres. A la una y media, 24 horas después del terremoto, algunas zonas de la ciudad habían sido tomadas por una multitud de jóvenes dispuesta a ayudar, a mover piedra sobre piedra. En las colonias Condesa y Roma, los centros de acopio se volvieron auténticos centros de solidaridad. Sobraban manos y la ayuda a todas luces resultaba un gran apoyo que desbordaba a los damnificados. La cantidad impresionante de donativos debería salir a otros lugares del país donde se necesitan con urgencia.

Alrededor de los derribos se congregaban miles de personas dispuestas a ayudar, a traer una pala, una sierra, un pico. Los solidarios son tantos que de pronto entorpecen la circulación en esa parte de la ciudad. Gil cavila. Algo ha ocurrido en medio de la debacle: de la sociedad civil a la multitud de jóvenes. Ciertamente el Ejército y Protección Civil hacen su trabajo, pero los jóvenes imponen su ley numerosa de entusiasmos sin freno. Gilga nunca había visto las calles suspendidas por los impulsos genuinos de la ayuda a los demás a cambio de nada, o bueno, a cambio de una tarde y una noche de autorreconocimento (a veces Gilga redacta como Monsiváis y se le entiende poco).

Aprender

La revista Proceso publicó en su sitio un artículo de Juan Carlos Ortega Pardo. “Diez veces más débil que el del 85”. En estas letras, Ortega pardo afirma, y con razón, que “la escala de Richter es logarítmica, y no lineal. Esto significa que un terremoto de 8.1 grados tiene una magnitud diez veces mayor que uno de 7.1 (y no sólo es 10% 0 15% más fuerte, como podría pensarse). Dicho de otro modo: ayer, un sismo diez veces menor que el de 85 derribó 40 edificios y mató a casi 100 personas en la Ciudad de México”.

Gil se llevó los dedos índice y pulgar al nacimiento de la nariz y meditó: de acuerdo con los logaritmos, pero ¿quién podrá explicarle a Gilga por qué edificios que soportaron el terremoto del 85 cayeron en 2017? Gamés los ha visto, ahí estaban, no fueron reconstruidos ni mucho menos, simplemente no soportaron, con todo y logaritmo, el sismo de 7.1. Misterio: un terremoto de 8 no destruye una edificación y uno de 7 sí, explíquenle eso a Gamés.

Ortega Pardo escribe en Proceso: “en 32 años no aprendimos un carajo. Una escuela y un taller textil se nos derrumbaron; se siguieron dando permisos de papel; se permitió que gente viviera en edificios viejos y dañados (y gente decidió vivir en edificios viejos y dañados); Protección Civil no hizo las revisiones suficientes, nuestra conciencia y capacidad de exigir tampoco avanzaron y a nadie le interesó explicarnos la diferencia entre intensidad y magnitud”. Así que descubrimos que no estábamos en manos de la planeación y la prevención sino de la suerte (…) el Estado falló. Su principal función es la de garantizar la seguridad y volvió a fallar”.

Gil ya entendió: el culpable del sismo es Peña Nieto. O no solo él, sino los jefes de Gobierno de la ciudad, muy principalmente Cárdenas y Liópez. Con la pena, pero Gamés sostiene que se han hecho avances notables en materia de prevención. Y que un terremoto siempre tendrá, como en todas partes del mundo, resultados impredecibles. Tal vez Ortega Pardo viva en un mundo paralelo, o quizá no salió a la calle: el exterior cura de las ensoñaciones.

Repetir

Ahora mal sin bien: en México incluso la mano del destino juega con el absurdo. ¿O alguien podría explicarle a Gil por qué 32 años después de un terremoto ocurre un sismo gigante ¡el mismo día!? ¿Entonces los 19 de septiembre tendremos que esperar algo terrible? ¿Saben una cosa? Gamés va a retirarse a sus habitaciones y si viene una réplica saldrá como diablo que lleva el alma, o como se diga.

Caracho, todo es muy raro, Ítalo Calvino: Toda historia no es otra cosa que una infinita catástrofe de la cual intentamos salir lo mejor posible.

Gil s’en va

gil.games@milenio.com
Publicado por Zular Gro en 10:21 No hay comentarios:
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De pie- Jorge F. Hernández


De pie


México está en pie por todos los mexicanos que se desviven hoy, hace una semana y hace 32 años, para que todos nos pongamos de pie en su honor


21/09/2017 12:21 AM


México

Hace 32 años eran novias las hoy esposas que buscan a sus hijos en las redes que llaman sociales, o en los escombros que parecían no volver a repetirse; ¿cuántos brigadistas o damnificados de hoy fueron los bebés milagrosamente rescatados hace 32 años? Se observa incluso de lejos una mayor proporción de topos preparados y una colectividad instantánea, en tanto llegan a la pantalla misma de los teléfonos las imágenes de la destrucción o el alivio de las caras queridas, cuando hace 32 años dependíamos de la fragilidad de los radios y las noticias y respiración de boca en boca, y la Ciudad de México bocabajo más no vencida en una silente conversación donde muchos empezamos a utilizar el término “sociedad civil” y la palabra “solidaridad” (que luego se volvería plan de gobierno).

Efectivamente, solo lo fugitivo permanece y hoy, al día después, a la semana de los otros terremotos, a los 32 años de la tragedia que llevamos tatuada en el recuerdo de costureras y perros suizos, aviones militares de un imperio que se llamaba Unión Soviética codo con codo con los marines estadunidenses, y cajas, muchas cajas de medicinas y cobijas (que se anunciaban como mantas) que llegaron de España con mensajes anónimos rayados sobre el cartón donde intentaban darle ánimos a una ciudad que ya desde entonces tenía el tamaño de país. Hace 32 años se hacían cadenas de radioaficionados de onda corta para relevar los nombres y apellidos de miles de personas que eran pensadas desde todos los puntos del planeta, y hoy son las bendiciones del guasap y las virtudes del feis las que nos permiten respirar un poco más tranquilos en la distancia con solo recibir recados de tanta gente buena viva, o llorar en horarios diametralmente diferentes las ausencias tan dolorosas de conocidos y desconocidos… o rabiar por la inevitable presencia del vandalismo y tanta rata que aprovecha los escombros para robar.

El privilegio de atreverse a utilizar este espacio —cuando quizá sería más útil para publicar listas de sobrevivientes o nóminas dolorosas— se asume con gratitud y con la intención de animar a quienes no han descansado ni un solo instante desde las 13:14 de ayer, o las 7:19 de hace 32 años. Hablo de los millones de mexicanos que siguen en pie en medio de una ciudad con inmensas sombras y no pocos parches urbanos que huelen a gas; en pie los rescatistas que entran en los huecos de los edificios en busca de una respiración o un murmullo, y en pie los niños de miles de escuelas que acababan de realizar el simulacro que quizá les salvó la vida en el ordenado ensayo de no empujar, no correr y no gritar, y en pie los millones de justos de todo México y el mundo que lloramos la desgracia de más de una veintena de niños que quedaron sepultados junto con algunas de sus maestras en el pesado horror en que quedó su escuelita derrumbada. De pie los médicos y enfermeras, los paramédicos que cruzaron la ciudad sobre motocicletas con alas improvisadas, los miles de albañiles verdaderos e improvisados que trazan cadenas de brazos para mover toneladas de cascajo, kilo por kilo, miligramo a miligramo. De pie la inquietud de quienes resguardan con temor sus casas abiertas, sus heridas abiertas, su cerrada soledad.

De pie los millones de mexicanos que no merecen vivir en el constante temor de la violencia, el abuso fiduciario, la corrupción ilimitada, la mentira constante, la imbecilidad burocrática, la desidia administrativa, la improvisación ejecutiva, la hipocresía altiva y el racismo no tan velado de tantas contradicciones nefastas que nada tienen que ver con la mujer que está de pie preparando comida para los hambrientos, el hombre que lleva quién sabe cuántos viajes con bidones de agua potable para la sed que se transpira en la media centena o en el centenario de escenarios donde sigue en pie la vida misma en medio de tanta muerte y destrucción. Están de pie las mejores versiones del alma de México, los millones de voluntarios y donadores de sangre, los anónimos donativos que cruzan los dedos para que el dinero sirva de alivio, los cronistas y periodistas que salen a informar sin alarma e intentar el relato que abunde en comillas porque se citen las historias que nos dan vida, las que registran el doloroso golpe de la muerte, los vacíos de los damnificados de hace unas horas, de la semana pasada, de los fantasmas de hace 32 años.

México está de pie con una dignidad de siglos y una belleza que florece cada día en las caras de sus habitantes y en las páginas de su historia, los versos uno a uno de sus mejores poetas, los párrafos de su infinita literatura, las partituras de su música, y los lienzos o murales de todos los colores de sus frutas y sus aves, sus flores moradas y anaranjadas que hoy se prenden como velas en los cementerios improvisados. México está de pie en la honesta voluntad colectiva de una sociedad civil que hoy mismo hace acopio del mejor coraje y convierte en rescate el hartazgo que parecía inmarcesible, y México está en pie a los ojos del mundo, al que siempre ha extendido sus brazos abiertos, y México está en pie en la grandeza incólume de una voluntad común y convencida de cosas que quizá no están escritas en las columnas oscilantes del poder o doradas sobre los pliegos de viejos pergaminos, sino tatuadas en la piel del que ayuda, en la mirada de las niñas, en las arrugas de los ancianos, en los bíceps entrelazados que levantan media tonelada de loza para que respire un arcángel que sigue atrapado entre las arenas movedizas de lo que fue su hogar o su lugar de trabajo o el aula donde intentaba conocerlo todo. México está en pie en el silencio que se pasa de boca en boca para escuchar el mínimo rasguño de un enterrado o la callada alerta de una mascota atrapada. México está en pie entre todos los mexicanos que se desviven hoy, hace una semana y hace 32 años para que todos, por admiración, apoyo, pésame y ánimo, nos pongamos de pie en su honor.

jorgefe62@gmail.com
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¿Se va a caer? Se va a caer. ¡Se va a caer! - Carlos Puig

21/09/2017 01:04 AM


México

Fue un acto de desafío a la naturaleza.

Después del 85, cuando la Roma y la Condesa sufrieron en serio los efectos del sismo, los chilangos, para el gusto de los desarrolladores inmobiliarios, la convirtieron en los barrios del “momento”, como los llamó The New York Times hace unos años. Restaurantes, bares, tiendas, edificios, más edificios, viejas casonas hermosas rehabilitadas.

Uno no era nadie si no vivía en esos barrios. Ahí donde se camina, se anda en bici, se disfrutan los parques y los amplios camellones, se pasea a los perros, se conoce al vecino. Otra ciudad, pues, una deseable. A la sombra del nuevo Paseo de la Reforma con sus enormes y nuevos rascacielos. Cerca de todo, con acceso a transporte público, el precio del metro cuadrado para rentar o comprar se volvió estratosférico.

Sí, es cierto, la Condesa comenzaba a inundarse con demasiada regularidad, pero seguía valiendo la pena y el gobierno comenzó a cambiar el drenaje. Sí, es cierto, el ruido, me dicen los que ahí viven se estaba volviendo insoportable, pero era el precio de vivir donde hay que vivir. En los últimos años, las colonias aledañas comenzaron a competir. Que si la San Miguel Chapultepec, que si la Juárez, hay quien imaginó que hasta la Doctores habría de rehabilitarse.

Ayer recorrí por horas la Condesa y la Roma. ¿Se va a caer? Se va a caer. ¡Se va a caer! Fueron las palabras que más escuché frente a edificios deshabitados a la espera de que alguien les respondiera. En un lapso de tres horas me tocaron dos emergencias callejeras porque los brigadistas pensaban que algún edificio colapsaba en ese momento. Vi a cientos de personas, familias que contaban cómo no veían la manera de volver a habitar esos edificios.

En la colonia Del Valle, en Taxqueña, en Xochimilco la situación es similar. Todos conocemos a alguien que no ha dormido estas noches en su casa y que no sabe cuándo podrá hacerlo.

Es una primera impresión, pero pareciera que tenemos muchos edificios dañados.

Hoy es el momento de los paramédicos y los rescatistas, y el agua y las medicinas. Y como siempre en esta ciudad solidaria y amorosa, hay de sobra. Muy pronto será el de los ingenieros y los constructores.

Y de repensar cómo se reconstruyen los barrios que habían derrotado al temblor del 85.

Twitter: @puigcarlos
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El sismo secreto - Héctor Aguilar Camín

21/09/2017 01:13 AM


México

Los terremotos de Ciudad de México han marcado a fuego mi memoria, como la de todos los habitantes de ella.

Lo fundamental de mi memoria del sismo de 1957 es el estilete de la indefensión de la infancia, eso inexplicable y terrible de lo que los padres no pueden protegernos. Tenía yo 9 años.

El estilete que dejó en mi memoria el sismo del 85 fue el de la indefensión a secas ante la catástrofe, eso ante lo cual no puede protegernos nada: ni nuestros padres ni el gobierno ni Dios ni la ingeniería. Tenía 39 años.

El sismo de antier ha dejado en mí un estilete más secreto. Es el primer sismo de la ciudad que le arrebata a mis hijos cosas que tenían, una casa y un departamento en la colonia Condesa donde apenas este año habían empezado a vivir, y donde no pueden dormir hoy ni podrán dormir por mucho tiempo.

He acudido a la zona donde vivían, la misma donde vivieron sus abuelas y yo, y empezaban a vivir ellos, como en una especie de serena naturalidad de cambios y continuidades generacionales.

Pasé la mañana de ayer caminando esas calles, familiares de tres generaciones, y me asombró el tamaño secreto de su destrucción.

Había en la zona de seis cuadras por seis cuadras de que hablo un edificio derrumbado, en Amsterdam y Laredo, pero 10 o 12 edificios marcados ya por protección civil de la ciudad como inhabitables. Había otro tanto, quizá el doble, simplemente abandonados por sus inquilinos, temerosos de una réplica.

Estaban esas calles de Amsterdam, Sonora, Michoacán y avenida México, rebosantes de rescatistas admirables, miembros de la policía, marinos y soldados, pero abrumadoramente vacías de vecinos.

Me temo que en esa ausencia de vecinos está insinuada la verdadera dimensión del sismo que golpeó nuestra ciudad en estos días.

Los daños visibles de los edificios caídos son solamente una pequeña muestra de las construcciones heridas de muerte que han expulsado de sus entrañas la vida y que esperan solo una réplica para acabar de caer.

Comparto con Carlos Puig esta impresión: la parte de la ciudad destruida por el sismo es mucho mayor de la que ha caído hasta ahora a sus pies.

hector.aguilarcamin@milenio.com
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miércoles, 20 de septiembre de 2017

Tragedia y desconsuelo

20/09/2017 01:35 AM


El destino juega a los dados con nuestras vidas. Después de un simulacro en el aniversario número 32 del sismo de 1985, un terremoto cimbró a la Ciudad de México y a los estados de Puebla y Morelos. Si entendí bien, la magnitud fue de 7.2. En mi memoria, este sismo fue más violento que el del 85. Hasta donde pude ver, la destrucción fue menor, pero las escenas desesperadas, trágicas, inauditas recuerdan aquel día infausto de septiembre. Mientras desalojaba la casa con miedo y desesperación, un estruendo de derrumbes ensordecía a los vecinos. Y luego, la certeza de quienes sabemos medir en nuestro pecho la intensidad de un temblor: dificultad para salir de la oficina, gritos, miedo. Por cierto, cayó la madre del Monumento a la Madre.

Caminé por las calles de las colonias Condesa y Roma, como lo hice hace 30 años. Entonces me afectaban menos las catástrofes naturales, en la caminata me revienta el alma el derrumbe, la desesperación, el olor a gas, el polvo. No creo exagerar si digo que nunca había visto tan afectada la colonia de mi vida. En la esquina de la calle de Laredo y Amsterdam, un edificio ha caído. He pasado mil veces por esta esquina y ahora no sé cuantos pisos tenía este edificio. ¿Seis, siete? Después del temblor se ha reducido a la nada. Y entre los derribos hay personas atrapadas. La primera lección cívica de esta tarde ocurre frente a este derrumbe: una larga fila de hombres y mujeres retiran derribos en carritos del súper. Alguien pide silencio a la multitud: queremos oír si alguien pide ayuda entre los escombros. Me perturba pensar que he visto a los vecinos de ese edifico en mis paseos por la colonia, en las tiendas, en los bares.

Camino, me cruzo por las calles que huelen a gas con rostros de vecinos como el mío, rostros un poco de fantasma, otro poco de seres caminando por las calles oscuras de la tragedia. La cantidad de edificios afectados que he visto es impresionante...

Grandes y caudalosos ríos de gente a la mitad de las calles fundan civilizaciones de miedo en las orillas de estos cauces. Fachadas derruidas, muros abiertos en canal, ventanas descuadradas y sin vidrios. Nunca vi nada igual en mi colonia. Esos bastimentos tendrán que ser derruidos sin duda. No sé de esto, pero si digo 20 edificaciones no exagero. En Amsterdam y Cacahuamilpa otro edifico se ha venido abajo. El Ejército ha llegado e impone un orden excesivo que destruye la cadena civil que a mí me admira y me llena de orgullo. Nadie puede pasar. Váyanse a sus casas. No salgan. No asomen la nariz.

Paso la frontera de la colonia Condesa y el espectáculo es aún peor en la Roma. En Querétaro y San Luis Potosí, un derrumbe. Derribo quiere decir personas entre los escombros. Los edificios caen en posturas estrafalarias: de lado, acostados, completos, en partes. Desde luego no soy de los que piensan que el gobierno es el culpable del sismo. Al contrario, me parece que hemos avanzado mucho en prevención civil. Colonia Roma: hombres y mujeres cierran sus departamentos y huyen del lugar de los hechos. Me pregunto si tengo miedo; sí, mucho. El Ejército ayuda, pero le da a la situación trágica un toque aún más oscuro. Las noticias no pueden ser peores: tres escuelas colapsaron con sus maestros y sus alumnos dentro, incendios de centros comerciales.

La solidaridad es una forma de conectarse con el sufrimiento de los otros, sin esa conexión no existe el apoyo: Slim abrió el internet, lo mismo que AT&T. No deja de llamarme la atención que Soriana, Walmart, Superama, no movieron un dedo. Esperan para vender mercancías y hacer negocio. Las tiendas cierran sus puertas, incapaces de generosidad alguna. ¿Qué les pasa?

Las catástrofes muestran la cara de una sociedad. Hasta ayer, a propósito de los feminicidios, yo estaba decepcionado de mí y de la gente. He cambiado de opinión: los buenos son más. He visto personas con palas y picos y marros, personas con agua, medicinas, una hora después del sismo, personas que levantaban piedras, personas ayudando a otras personas. No compartiré la idea de que los gobiernos local y federal son culpables de algo. Pero sé que lo leeré reproducido por los diarios y traído por los partidos de la oposición en un acto de mezquindad sin límites.

Regresé a las calles de mi infancia sin aliento y cansado, impresionado y triste oyendo un radio de transistores que daba noticias de muchos lugares de la ciudad donde ocurrió una desgracia: Lindavista, Ecatepec, Centro, Narvarte, Del Valle, Condesa, Roma. Todo esto ocurrió el día del simulacro del sismo de 1985. Oigo una noticia: 20 niños muertos y 30 siguen debajo de los escombros. La muerte siempre llega a tiempo. La tragedia, el desconsuelo.



rafael.perezgay@milenio.com

Twitter: @RPerezGay
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Cuando duele México


COLUMNA

Cuando duele México

Quizá los sismos de la semana pasada fueron aviso de lo porvenir y metáfora de las desgracias a sumarse hoy mismo


Cientos de personas ofrecen su apoyo para rescatar personas con vida de los edificios colapsados en Ciudad de México. JORGE DAN LÓPEZ (EFE) ATLAS
JORGE F. HERNÁNDEZ
Madrid 20 SEP 2017 - 09:34 CEST


De lejos, las desgracias pesan más o por lo menos, de otra manera: no es la inmediatez de los gritos ni el mareo oscilante que convierte a los minutos en siglos; es la lejanía dolorosa, la imposibilidad de abrazar y el eco de los llantos. El agua del azar dictó que en el aniversario del gran terremoto del 85 la Ciudad de México amaneciera con un simulacro que quizá resultó más que premonitorio, precautorio y quizá preparó los reflejos ante la nueva tragedia. De hecho, quizá los sismos de la semana pasada fueron aviso de lo porvenir y metáfora de las desgracias a sumarse hoy mismo: allí donde ayer se alcanzó la imperdonable cifra (más que número, vida) de la víctima número cien mil en la enloquecida pesadilla de la narcoviolencia, hoy se van sumando los edificios caídos, los muertos con sus nombres y apellidos, las calles del cascajo, los círculos concéntricos de un horror que parece haberse tallado en piedra hace siglos.

MÁS INFORMACIÓN

16 kilómetros de caos y solidaridad
La cercanía del epicentro impidió que las alarmas anticipasen el terremoto
Más de 130 muertos por un fuerte terremoto en México
Los efectos del terremoto de México, en imágenes


El azote impredecible de los terremotos, la ferocidad real de los huracanes, la punzada de la tragedia no se percibe de veras hasta que hinca su dolor en la piel y contrasta con la inexplicable sincronía de las fechas que coinciden, pero es precisamente por la memoria viva de los muertos que quienes sobrevivieron en solidaridad imbatible los sismos de 1985 recuerdan hoy intacta una renovada versión del valor, de la cooperación instantánea más allá de los uniformes y de los cascos, de las ansias ordenadas o más o menos ordenadas por no estorbar y al mismo tiempo ayudar, por eludir tanta falsa noticia que intenta inflar la tragedia o insuflarle sentidos que nada tienen que ver lo que realmente duele: los heridos y los muertos, los que aún están enterrados en escombros y la angustia intraducible de los niños y los ancianos.

Dice Juan Villoro que los mexicanos llevamos un sismógrafo bajo la piel y además, con la lucidez acostumbrada, que los sismos son los verdaderos jueces de la honestidad o desfachatez de los ingenieros y arquitectos. En tragedias como la de hoy se miden los abusos y mentiras de quienes han apuntalado estructuras que se derrumban a la primera sacudida, pero también la oleada de millones de mexicanos que alzan la mejor cara de México, la honesta transpiración sin horarios que echa la mano sin fijarse en apellido o color de piel, el alivio incansable para quien llora o tiene sed, la serena mirada vidriosa que contagia a todos para seguir adelante y crecerse mucho más allá de los discursos y corbatas.

Cuando duele México por desastres sus heridas y su llanto hacen ecos diferentes en todo el mundo, en los lugares apartados donde jamás han sentido en vivo el oleaje de un terremoto o la sacudida de un huracán, la prolongación insólita de la lluvia durante semanas o la sequía que pinta a sus desiertos con la calavera de la desolación. Cuando duele México por tanta mala tinta roja que se vuelve titular en todos los idiomas por el morbo criminal de los capos, por la corrupción increíble de los políticos, por la desidia abusiva de los empresarios exageradamente opulentos en medio de tanta miseria, pero cuando duele México por tragedias y cuando todo ese dolor llega de lejos quiero que se sepa que no hay sombra que no parezca hablar en colores, que todo sabor incluso amargo sabe a Jamaica y cilantro, aguamiel y melancolía; cuando duele México quiero que se sepa que en Madrid hay tanta gente que llora y piensa en las calles e imagina el mapa de todo el país no por GPS sino por afectos, por los amigos y familiares que son buscados también en las colonias que poco a poco han poblado con tan inmenso ejemplo los barrios de Chicago, la manzana de Manhattan, la inmensa mancha urbana de Los Ángeles… cuando duele México duele la prosa de muchos de los mejores escritores que ha dado la literatura de este planeta y tanta música maravillosa se filtra en los árboles lejanos y sopla como viento en los paisajes de la madrugada en La Mancha…. Y quiero que sepan que cuando duele México duele el aire que la evoca en todo el mundo que ha respirado inspiración en paisajes de todos los verdes y litorales de todos los azules y caras que sonríen incluso cuando duermen y párpados somnolientos y el ladrido de los perros callejeros que intentan anunciar lo que quizá no alcanza a advertir la alarma sísmica y los miles de desheredados, sin nombre y sin cuenta bancaria que ven volar los techos de lámina en los vendavales y los cimientos de sus sueños en esta tragedia que en realidad afecta a todos y duele a todos.

Cuando duele México como dolemos hoy por cada piedra y cada persona, lo único que se alza en callada esperanza es la seguridad de que la mejor savia de millones de mexicanos levanta siempre la definición más clara de la entereza, la promesa más creíble de que todo esto se volverá memoria viva, así pasen otros treinta y dos años del pasado terremoto que parece clonarse hoy y en cada supuesto naufragio donde México entero vive incluso con sus muertos, vive con todos sus siglos encima con todos sus mejores rostros dando de frente la cara y tendiendo la mano que cruza cualquier mapa… pero de lejos, hay un silencio en los horarios más alejados y un inquieto desvelo en cada sombra que se parece mucho al reflejo que permite los abrazos, al jalón con el que se salva a un damnificado entre escombros y al luto de gritos callados con el que nos despedimos de las víctimas. De lejos, hay maneras de llevar a México en el corazón y quizá sea inversamente proporcional a la posibilidad de ahora mismo todo México perciba la preocupación desvelada, la tristeza infinita y la esperanza apretada de millones de personas que lloran, callan, evocan o preguntan, desean e incluso rezan para aliviar todo lo que se siente cuando duele México.
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Nuevo sismo - JAQUE MATE / Sergio Sarmiento


Nuevo sismo  JAQUE MATE / Sergio Sarmiento

20 Sep. 2017

"De las calamidades obtenemos impresiones y útiles lecciones".

William M. Thackeray


Cada terremoto es distinto. La simple magnitud no nos dice todo. La ubicación y profundidad del epicentro, la cercanía o lejanía de las placas tectónicas, la suavidad o dureza de los suelos, y la manera en que se propagan sus ondas son factores que tienen mucho que ver con los daños en la superficie.

El sismo del 7 de septiembre fue de 8.2 grados, el de mayor intensidad en el país en cuando menos 100 años. El epicentro se ubicó en el mar, a unos 130 kilómetros de Tonalá, Chiapas. La distancia a la Ciudad de México era mayor a los 700 kilómetros. Los daños más importantes se registraron en Oaxaca, en el Istmo de Tehuantepec, debido a la forma en que se expandieron las ondas. Este movimiento telúrico dejó un centenar de muertos, pero era una cifra que parecía pequeña en comparación con los sismos de 1985, en los que se calcula murieron entre 3,192 y 20 mil personas.

Mucha gente se congratuló de los pocos daños que el terremoto del 7 de septiembre había causado. Claro que se referían a daños en la Ciudad de México. Escuché decir con arrogancia que ya habíamos aprendido y podíamos resistir cualquier sismo.

La naturaleza, sin embargo, tiene siempre formas de darnos lecciones. El sismo de 7.1 grados de ayer nos recordó nuevamente nuestra fragilidad. El epicentro se registró a sólo 120 kilómetros de la Ciudad de México y esto hizo que se sintiera con mayor fuerza. En redes sociales algunos cuestionaban la medición del Sismológico Nacional y afirmaban que el terremoto tenía que haber sido mayor a 9 grados. La ignorancia científica es enorme.

En redes sociales circularon mensajes irracionales. Uno decía que la ONU había alertado de un megaterremoto que tendría lugar en 48 horas y desplegaba una sarta de tonterías en lenguaje seudocientífico. Se difundieron también mensajes, menos peligrosos, que afirmaban que el sismo y los huracanes eran un castigo de Dios, que mostraba así su enojo por el daño que los humanos le causamos al planeta. Sólo faltó que dijeran que el eclipse del 21 de agosto había sido también una expresión de la molestia divina.

En realidad, el mensaje es que tenemos que mejorar nuestro conocimiento de la naturaleza. Buena parte del territorio nacional está sujeto a movimientos telúricos y se encuentra en el paso de los huracanes del Atlántico y del Pacífico. Vamos a tener sismos importantes cada determinado tiempo, así como tormentas e inundaciones.

La lección no es que Dios esté enojado, sino que debemos dejar atrás la autocomplacencia. Ni el sismo del 7 de septiembre ni otros anteriores demostraban que ya somos invulnerables. Si un sismo de 8.2 grados, como el del 7 de septiembre, hubiera tenido lugar no a 700 kilómetros sino a 120 de la Ciudad de México estaríamos lamentando quizá una destrucción mayor que la de 1985.

Sí hemos aprendido. Tenemos mejores códigos de construcción, pero los edificios del pasado ahí están. La destrucción en Juchitán, Oaxaca, del 7 de septiembre fue enorme porque las viviendas y el Palacio Municipal eran construcciones viejas y frágiles. Los edificios que se derrumbaron en la Ciudad de México ayer eran también, en buena medida, anteriores a los nuevos códigos de construcción.

Debemos aprender a convivir con terremotos y huracanes, y prepararnos siempre para lo peor. ¿Quién habría pensado que el día que recordábamos con un macrosimulacro el sismo del 85, un nuevo terremoto nos recordaría nuestra fragilidad? No sé si Dios está enojado, pero quizá haya querido darnos una lección... con un toque de ironía.



ASENTAMIENTOS


Así como los huracanes refrescan a la Tierra cuando se acalora, los sismos liberan las tensiones de placas y suelos. Los reacomodos permiten que el planeta se asiente. Es mejor tener una Tierra que se acomode a una que se fracture.


@SergioSarmiento
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Hombres y mujeres, otra vez, levantarob la ciudad- Héctor de Mauleón

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Hombres y mujeres, otra vez, levantaron la ciudad
eluniversal.com.mx

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Mi ciudad


Mi ciudad


20/09/2017 01:49 AM


Hace 32 años, a las 7:19 de la mañana, camino a la universidad con mi buen amigo Vicente sentimos el latigazo.

Hay una generación que aquel día nos marcó para siempre. Entendimos la ciudad de otra manera, y ese día nos hizo chilangos de verdad. En los días siguientes recorriendo las calles vimos lo que nunca habíamos visto: la muerte, la destrucción, la inacción gubernamental, pero también aprendimos de la solidaridad y del amor. En las calles. En las ruinas con olor a cal. En los miles de voluntarios echando una mano al de al lado nos formamos muchos.

Sabemos, los que aquí nos hemos quedado, que de alguna manera vivimos donde no debemos. Que hay una especie de pecado original en este lugar que escogieron nuestros antepasados: la ciudad sobre el lago al que desaparecimos, en una zona sísmica, tan cerca de volcanes.

Treinta y dos años después hay, por ahí, algunos edificios que sobreviven abandonados, algunos terrenos donde se derrumbaron otros, sin que sepamos aún qué hacer con ellos.

Temerarios, reconstruimos algunas de las zonas más afectadas y las convertimos en las zonas de moda de la ciudad para vivir, para entretenernos. Y construimos torres cada vez más altas y sacamos más agua del subsuelo. Y nos compramos una alarma que nos avisa unos segundos antes de que venga el nuevo latigazo.

Como ayer. Treinta y dos años después. Unas horas después de que se hicieran las remembranzas de rigor y la alarma sonara a las 11 de la mañana, no para avisar de lo que venía, sino para recordarnos que estamos en peligro.

Y poco después de la una de la tarde llegó la alarma y llegó el temblor.

Los chilangos inundamos las calles y volteamos a ver a nuestros vecinos y nos dio miedo, mucho miedo. Recorrí a pie la San Miguel Chapultepec y la Condesa y la Roma y la Juárez camino a MILENIO y vi caos y destrucción.

La extensión de los daños parece, a primera vista, mayor. Zonas donde los temblores no se sentían tiene edificios colapsados. Muchos que no se cayeron parecen a punto de quebrarse. Amigos, muchos, que no quieren o no pueden dormir en sus casas.

¿Qué se necesita para que el mismo día con 32 años de diferencia suceda lo mismo?

Ayer, una hora después del sismo, mi hijo tomó la bicicleta y se fue a ayudar en lo que pudiera, con quien pudiera. Como lo hicieron su padre y su madre hace 32 años.

La ciudad lo hará suyo. Y vivirá siempre con miedo, pero con identidad.

Twitter: @puigcarlos

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lunes, 4 de septiembre de 2017

Sigo viviendo en un país jodido… Y mis hijos vivirán en un país igual o más jodido?

MILENIO.COMCD. DE MÉXICO

IMPRIMIR


04/09/2017 02:19 AM
Lo redacté en este espacio hace poco más de dos años (“Pobreza de ingresos: siete presidentes fracasados”, 27/7/2015):
“El combate a la ‘pobreza de ingresos’ ha sido un acto fallido desde los 80. O una suma de estrategias fallidas”.
Tecleaba yo entonces:
“Primero revisemos el concepto oficial de pobreza de ingresos: ‘La población cuyos ingresos se encuentran por debajo de las líneas de bienestar y de bienestar mínimo’. Gente que no tiene dinero para lo básico”. Y para lo mínimo indispensable.
Enseguida citaba cifras de una gráfica elaborada por la Sedesol. Recupero los datos:
—Al concluir el gobierno de José López Portillo, en 1982, 55 por ciento de la población yacía en pobreza de ingresos.
—Al terminar el gobierno de Miguel de la Madrid, en 1988, 53.5 por ciento de la gente estaba en esa situación.
—Al final del gobierno de Carlos Salinas de Gortari, en 1994, el porcentaje era de 52.4 por ciento.
—Al cerrar el sexenio de Ernesto Zedillo, en 2000, la cifra fue de 53.6 por ciento.
—Al culminar el sexenio de Vicente Fox, en 2006, fue de 42.9 por ciento.
—Al acabar el sexenio de Felipe Calderón, en 2012, fue de 51.6 por ciento.
Redactaba después:
“Salvo el periodo de Fox, durante el cual la pobreza supuestamente descendió 10 puntos porcentuales (vaya usted a saber cómo medía los datos ese hombre, porque de inmediato las cifras rebotaron) (…) llevamos más de 30 años en que las políticas públicas no han sido eficientes para reducir este rubro de la pobreza”.
Las cifras del Coneval correspondientes a 2016 (las que fueron dadas a conocer el miércoles pasado) muestran que 50.6 por ciento de los mexicanos sobrevive en pobreza “con ingreso inferior a la línea de bienestar” y de “bienestar mínimo”.
En 2012, la cifra era de 51.6 por ciento, así que en lo que va del sexenio la diminución ha sido… de un punto. Sí, un punto. Fracaso. Fracaso sexenal, pero con eso no me refiero nada más a Enrique Peña Nieto y su gobierno, porque, los gobernadores, ¿qué demonios hacen por el desarrollo de sus ciudades y sus municipios? Exacto: nada.
Y como advierte el Coneval, la cosa se puede poner peor, porque la inflación elevada de este 2017 podría nulificar la disminución que hubo entre 2014 (53.4%) y 2016 (50.6%).
El caso es que, en 34 años, el Estado mexicano no ha conseguido que la pobreza de ingresos baje de la mitad, de 50 por ciento. Casi tres décadas y media después del desastre de López Portillo, cinco de cada diez mexicanos subsisten con magros y paupérrimos recursos.
Toda mi vida adulta he vivido en un país así de jodido. Y nada cambia. Qué triste, la verdad…
jpbecerra.acosta@milenio.com
Twitter: @jpbecerraacosta
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