El "boom" de la felicidad
Resulta cuando menos curioso el éxito explosivo que tienen el yoga y el mindfulness. Estas actividades han experimentado un boom similar al de la conciencia ecológica. Los habitantes originales de Estados Unidos, los Sioux, los Onondaga, los Tuscarora, han alertado, desde hace siglos, a sus paisanos y a quién quiera oírlos, de las calamidades que nos esperan si maltratamos el planeta; pero fue hasta hace apenas unos años que individuos, con un megáfono social importante, como Al Gore o Leonardo DiCaprio, se pusieron a reproducir, con un éxito atronador, esas consignas ecológicas elementales. ¿Por qué nadie le hizo caso a los indios y en cuanto Al Gore abrió la boca para decir lo mismo que ellos tuvo de inmediato la atención del planeta entero? Seguramente por ese potente megáfono social; ciertas propuestas, por estupendas que sean, no tienen eco suficiente hasta que una gran masa de gente las repite.
Lo mismo ha pasado con el mindfulness que practican desde hace milenios los monjes budistas, o con el yoga, una disciplina que había estado ahí, a disposición de quien tuviera un poco de curiosidad, durante mucho tiempo. ¿Por qué el mindfulness y el yoga han experimentado semejante boom? La periodista inglesa Ruth Whippman, investigando sobre el tema en Estados Unidos, observa que estas dos actividades promocionan la felicidad personal y que, en los últimos tiempos, se ha extendido la idea de que la felicidad viene de adentro de uno mismo, y no de los otros o, dicho de otra forma, que si tú mismo no eres feliz nadie va a conseguir que lo seas. Whippman observa esto en Estados Unidos, pero la idea vale igual en México y en otros países, donde también existe el boom del yoga y el mindfulness.
Si estas dos actividades efectivamente promueven la felicidad personal, ¿quiere decir que hoy, en pleno boom, hay más personas felices?
Que la felicidad proviene solo de uno mismo es una verdad a medias, porque con frecuencia la felicidad la contagia el otro, la persona a la que amas, los amigos, los hijos, el perro y un largo etcétera. Y en todo caso, no puede uno andar al acecho de la felicidad, como propone la declaración de independencia de Estados Unidos con su famoso precepto the pursuit of happines, que tanta confusión, como se va viendo ahora, ha producido.
La felicidades un estado de ánimo aleatorio, espontaneo y efímero de, digamos, alegría integral, que llega de vez cuando y a ramalazos. Lo más que puede experimentarse son momentos de felicidad, esa es la gracia, si la felicidad fuera un estado permanente viviríamos en un mundo de idiotas con sonrisa boba.
La felicidad proviene exclusivamente de uno mismo, dice la creencia del nuevo milenio y el Food Marketing Institute Report de 2014, nos informa que en Estados Unidos la mitad de las comidas (la más entrañable de las actividades sociales) se hacen en solitario y que en 1974 la mitad de los estadunidenses socializaba con sus vecinos, frente a un pírrico tercio que lo hace ahora. Estos datos, que ilustran parcialmente la deriva hacia la ¿felicidad? solitaria, cobran sustancia con estos números que publican el Departamento de Salud de aquel país y la revista Time: más de veinte millones de personas practican la meditación en Estados Unidos, y el gasto anual en cursos de mindfulness, productos y merchandising es de 4,000 millones de dólares. La cifra del yoga es todavía más importante: los nuevos yoguis gastan 10,000 millones de dólares al año en clases de yoga y accesorios. De las industrias que crecen más, y más rápidamente, en Estados Unidos, el yoga ocupa el cuarto lugar.
Hasta hace muy pocos años el yoga y el mindfulness eran actividades marginales, que hacían unos cuantos, y hoy se han convertido, en muy poco tiempo, en una industria multimillonaria. No vamos a despreciar los beneficios físicos y mentales que da la yoga, ni puede negarse que el mindfulness ayuda a ciertas personas a encuadrar algún episodio vital, pero también es verdad que el éxito súbito y meteórico de estas dos industrias es el síntoma de una espeluznante perturbación sociológica: lo de hoy es cultivar la espiritualidad, mejor si tiene aire oriental, como vehículo para conquistar la felicidad. Pues vaya novedad, eso está en la agenda de nuestra especie desde el principio de los tiempos, pero ahora ha dejado de ser un esfuerzo personal, solitario, íntimo, para convertirse en un acto colectivo de promiscuidad espiritual, que produce un montón de dinero y, en el mejor de los casos, un instante de felicidad estandarizada.
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