02/11/2016 01:11 AM
Es verdad que entre los lujos más preciados del siglo XXI se contarán el silencio, el agua buena y suficiente, el espacio y la privacidad. Así lo dice Verónica Mastretta. En mi casa de infancia la idea de lo privado era oro molido y se parecía un poco al secreto. La primera vez que alguien dijo en la mesa “es mi vida privada”, el departamento que habitábamos no volvió a ser el mismo. Una de las jóvenes de la casa Pérez defendía su derecho a la intimidad, una forma de afirmarse y obtener una identidad.
En nuestros días ha ocurrido una antípoda de esa tarde histórica. Vuelvo a Umberto Eco y a su nuevo libro, De la estupidez a la locura (Lumen, 2016): “Pero tal vez a causa de la sociedad líquida, en la que todo mundo sufre una crisis de identidad y de valores, y no sabe a dónde ir a buscar puntos de referencia que le permitan definirse, el único modo de conseguir reconocimiento social es ‘hacerse ver’ a toda costa”.
¿Existe aún la vida privada o ha desparecido? Me inclino a pensar lo segundo; la privacidad ha volado en mil pedazos. Twitter y Facebook, más el segundo que el primero, representan un instrumento de vigilancia del pensamiento y de las emociones ajenas con la colaboración de quien forma parte de ellas (Zygmunt Bauman).
Si mi madre regresara de sus cenizas y yo le contara que formo parte de la fronda tuitera, me diría que estoy loco, y que por qué practico el nudismo. Y yo no sabría qué contestarle. O sí, pero solo con argumentos afectados, probablemente incomprensibles.
Como sea, todavía hay pedazos de vida privada que resisten, la libertad sigue siendo la sede de la intimidad, aunque en ejercicio de su legítima locura muchos exhiban en las redes sociales su intimidad.
En descargo digo: nunca he tuiteado una fotografía del lugar en el cual me encuentro; jamás he anunciado que voy a comerme un estofado de antología; nunca en la vida he mandado tuits en estado de ebriedad, cuando bebo, guardo el celular en el cajón de los calcetines, luego se me olvida donde lo puse y lo recupero a la mañana siguiente.
Propongo píldoras de privacidad, usted se traga una y regresa a su vieja casa, a la sala, frente a la televisión Admiral blanco y negro, cerca del teléfono de baquelita, a la carta Par avión, a la postal que atrás dice: Querido Pepe: esto que ves es la torre Eiffel, acá en París.
rafael.perezgay@milenio.com
Twitter: @RPerezGay
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