Mientras el precio del petróleo baja, el del silencio sube como la espuma. El escritor Umberto Eco se preguntaba no sin razón si terminaríamos comprando paquetes de silencio. Estoy convencido de que así será. El silencio será muy escaso y, en consecuencia, un bien caro que solo estará naturalmente al alcance de las personas adineradas que viven en mansiones de gruesos muros o en cabañas empotradas en montes oscuros.
Paquetes de silencio. Dos horas en una habitación insonorizada como la de Proust a un precio estrafalario. Yo lo pagaba, pero no pido tanto, me bastaría con una noche sin martillazos incomprensibles a las 12 de la noche, o una mañana de domingo sin el taladro neumático produciendo derribo.
Por un paquete de silencio me metí en un problema de los grandes. Y no puedo reincidir, de modo que ahora me tengo que tragar todo el ruido del mundo. El edificio de la Secretaría de Economía, allá en la Diagonal de Patriotismo y una de las fronteras de la Condesa, gran mole de 20 pisos, fue desarmado por hábiles arquitectos. Aquella cosa quedó desnuda y ahora la reconstruyen, o la renuevan, o la revisten, como usted quiera, volviendo locos a los vecinos de los alrededores. Todos los días (escribí todos) se oyen las tremendas obras en lo alto y en lo bajo. El ruido es caprichoso: va y viene por los lugares más inesperados, rebota, nada lo detiene.
No tengo idea del mundo de la construcción, no sé cuánto puede tardar en lucir flamante un edificio de 20 pisos: ¿seis meses, ocho, un año? Sé decir porque veo que han pasado meses y aún no terminan los cuatro pisos más altos.
Decía el mismo Eco que era posible que las generaciones venideras estuvieran más adaptadas al ruido, pero que la evolución del ser humano demostraba que eso podía tardar milenios y por unos cuantos que se adaptan, millones perecen en el camino. Pertenezco a esa mayoría.
Sé que existe un reglamento que impone un límite permitido de decibeles, que nadie observa; sé que se puede protestar; no quiero, sería arduo, requiere tiempo, dinero y esfuerzo, como se decía antes. Si a esto agrega usted los tamales calientitos y a la niña de los tambores y los refrigeradores, la cosa no tiene remedio. ¿Alguien vende un paquete de silencio? Estoy interesado en comprar.
rafael.perezgay@milenio.com
Twitter: @RPerezGay
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