martes, 28 de octubre de 2014

La Reina Roja / Sergio Ramírez

He entrado en Palenque con la reverencia que impone la majestad de estos templos milenarios en medio de la selva que parece pronta a abatirse sobre ellos y envolverlos en su abrazo devastador al menor parpadeo. Niños y ancianos disfrazados de chamanes con collares y túnicas blancas ofrecen baratijas y botellas de agua. El agua resulta ser una mercancía de primera necesidad, porque el calor húmedo pronto te empapa la ropa, y te abrasa.

El guía, que va delante de nuestros pasos con premura, porque en dos horas pretende mostrarnos todo lo que está permitido visitar, empieza sus explicaciones en la plazoleta frente al templo de la Reina Roja, que se levanta al lado del templo de las Inscripciones. Sobre la hierba verde se han sentado en ­círculo, en posición de loto, unos turistas japoneses que oran siguiendo la voz acompasada de un maestro de yoga que recita un mantra.

Siempre desconfío de los guías pues suelen ser demasiado imaginativos, pero este, además, es evangélico convencido de la Iglesia del Verbo, y no desperdiciará ocasión de entremeter versículos de la Biblia en sus explicaciones, con impertinencia que acaba por ser divertida, porque también las adorna de ribetes esotéricos. Y su obsesión, como terminará siendo la mía, es la Reina Roja, a quien llama la Poderosa Maga.

En 1994, la joven arqueóloga Fanny López descubrió una puerta oculta al lado de la escalinata principal del entonces llamado templo XIII. A través de un dédalo de pasillos y habitaciones clausuradas adrede se llegaba al aposento mortuorio donde yacía la reina Tzakbu Ajaw, esposa del rey Pakal el Grande, sepultada en 672 después de Cristo.

El hecho de que una mujer mereciera un sarcófago resulta extraño a los cánones de la cultura maya, pero eso explica más bien el gran poder que tuvo. Los esposos gobernaron juntos porque Pakal le cedió parte sustancial de sus atributos de mando. Ambos eran temidos por sus súbditos, sobre todo ella, por sus artes de hechicera. Quién temía a quién entre ambos, eso aún no se sabe. Pakal la sobrevivió, y está enterrado en el templo de las Inscripciones, al otro lado de la plazoleta.

Cuando levantaron la lápida del féretro de piedra de la Reina Roja, que no contaba con inscripción alguna para hacer más denso el secreto del destino de su cuerpo, los arqueólogos se encontraron con una osamenta teñida de rojo por causa del cinabrio con que el cadáver había sido cubierto para preservarlo de la corrupción. Del color de esta sustancia mineral altamente venenosa, compuesta de azufre y mercurio, provino el nombre que le dieron. El guía, con aire vindicativo, nos cuenta que los vapores letales del cinabrio harían, además, que quienes se atrevieran a profanar la tumba pagaran con sus vidas.

Encima del rostro tenía una máscara compuesta de más de un centenar de piezas de malaquita, con dos placas de obsidiana que simulan las pupilas, cuatro trozos de jadeíta que simulan los iris, dos conchas marinas a manera de orejeras, y encima una segunda máscara de jade; en la cabeza conservaba una diadema, símbolo de su poder, y múltiples collares en el cuello y pulseras en los brazos. En la tibia izquierda se había quedado prendido el capullo de una larva de avispa, tan milenaria como el propio cadáver.

En la cámara mortuoria había otros dos esqueletos. Hacia el poniente, el de un niño de entre ocho y 11 años, que habían sido decapitado, y hacia el oriente el de una mujer de entre 25 y 35 años, a la que habían sacado el corazón, parte ambos del cortejo que debía acompañarla en su viaje al reino de los muertos de Xibalbá.

Identificarla no fue fácil, porque el cinabrio había borrado toda huella de ADN de sus huesos, y los genetistas, antropólogos forenses, paleoarquélogos y bioarquéologos de México, Estados Unidos, Canadá y Europa que se ocuparon de ella por años, tuvieron que recurrir a la pulpa de sus piezas molares donde al fin hallaron señales de ADN mitocondrial, y así supieron por fin quién había sido.

Y hasta la FBI intervino: Karen Taylor, la más notable artista forense de las filas policiales del mundo, logró hacer una reconstrucción facial que mostró el asombroso parecido con el rostro de la Reina Roja tal como aparece en los frescos del templo de las Inscripciones donde se halla sepultado su esposo Pakal.

La Reina Roja tenía una estatura de 1.58 metros y pasaba los sesenta años al morir. La mandíbula del esqueleto muestra un acentuado prognatismo, que nos aparta de la idea de que hubiera sido bella, y ya sabemos que poder, magia y belleza no siempre van juntos. Padecía de sinusitis crónica, y de artritis degenerativa y osteoporosis en grado avanzado, de modo que estos males habrán contribuido a volverla contrahecha. La dentadura mostraba también que su patrón dietético despreciaba las carnes.

Por qué tanto poder, ensayo a preguntarle al guía, que abandona entonces su prédica evangélica solapada y me responde lo que antes ya ha insinuado: la magia. Ella no sólo fue reina, sino suma sacerdotisa, cuyos maleficios todos temían. Palenque era la ciudad de la serpiente, que representa la fuerza femenina, y ella hizo que la corte de Pakal se rigiera por la hechicería. La serpiente de 18 anillos que se enrosca representa la energía cósmica, en su eterno regreso a la tierra mística de donde salió. Ella encarnaba esa serpiente.

Un siglo después de la muerte de la Reina Roja, tras un periodo de guerras sangrientas por la sucesión del trono, sequías y hambrunas, Palenque fue abandonado, y entonces el abrazo cálido y feroz de la selva sepultó a la ciudad en el olvido. Y milenios después, si no es porque aquella joven arqueóloga dio con la puerta secreta de su tumba clausurada, nadie sabría hoy de la Reina Roja, de su sed de poder, de sus artes mágicas ni de sus ambiciones.

Nueva York, octubre de 2014.

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viernes, 24 de octubre de 2014

Matar maestros / Juan Villoro

24 Oct. 2014

La carretera Acapulco-Zihuatanejo bordea un litoral de embrujo. En 1959, en ese lugar idílico aparecieron los cadáveres de dos campesinos que iniciaban un movimiento social, Isabel Durán y Roberto Bello Serna. Fueron asesinados por órdenes de un cacique emparentado con el gobernador Raúl Caballero Aburto. No se detuvo a los homicidas.

Ese mismo año, la Reseña Mundial de Cine se celebró por primera vez en Acapulco. Mientras las cámaras disparaban para retratar a James Stewart, agricultores rebeldes eran acribillados no lejos de ahí. Desde hace más de medio siglo el estado de Guerrero ha ofrecido los placeres del jardín del Edén y los ultrajes discrecionales del infierno. No es casual que una de las peores matanzas de la región haya ocurrido en un pueblo que parece imaginado por Dante: El Paraíso.

Los asesinatos de Isabel Durán y Roberto Bello Serna pertenecen a una extensa trama documentada en los imprescindibles libros de Laura Castellanos México armado y Luis Hernández Navarro Hermanos en armas. Durante décadas, el gobierno local ha ejercido la represión y apoyado a los caciques, los crímenes han quedado impunes y los narcotraficantes han ganado ascendencia hasta desafiar la soberanía. Pero lo más significativo es que la inseguridad y la injusticia han sido impugnadas por organizaciones populares. Guerrero ha sido la tierra del oprobio, pero también de la resistencia.

En 1960 Excélsior publicó un desplegado en el que varias organizaciones exigían la destitución del gobernador Raúl Caballero Aburto. Ahí figuraban los alumnos de la Escuela Normal de Ayotzinapa, liderados por Lucio Cabañas. Desde entonces, los normalistas no han dejado de luchar. Dos maestros, Genaro Vázquez y Lucio Cabañas, buscaron un cauce legal para el descontento, fundaron asociaciones civiles, enfrentaron la intransigencia gubernamental y escogieron la lucha armada como última salida ante una realidad donde las demandas han sido contestadas con masacres Iguala en 1962, Atoyac en 1967, Aguas Blancas en 1995, Ayotzinapa en 2014.

En los años sesenta del siglo pasado el analfabetismo alcanzaba en Guerrero el 62.1%. En esa década, Vázquez y Cabañas descubrieron que no podían enseñar a leer a alumnos que no podían vivir. Del aula pasaron a la sierra. Sus luchas armadas fueron relevadas por otras y recibieron la salvaje respuesta de la guerra sucia. Aunque los tizones de esa hoguera no han dejado de arder, el gobierno procuró ignorarlos: El PRI creyó que podía administrar el infierno, ha dicho el poeta Javier Sicilia.

El pasado 26 de septiembre el fuego de siempre se convirtió en incendio. El asesinato de un grupo de jóvenes suscitó las protestas de los estudiantes normalistas. 43 de ellos fueron secuestrados. De nuevo, Ayotzinapa fue el epicentro. A veces la barbarie requiere de demorada preparación: medio siglo de tensiones, incrementadas por la presencia del crimen organizado, desembocaron en una nueva edición del horror. Los cárteles han cambiado de nombre La Familia, Nueva Generación, Guerreros Unidos y la gubernatura pasó del PRI al PRD. La impunidad es la misma.

En 1996 Ángel Aguirre se convirtió en gobernador interino al sustituir a Rubén Figueroa, responsable de la matanza de Aguas Blancas. Estuvo cerca de tres años en el cargo, bajo la bandera del PRI y en 2011 ganó la gubernatura con el PRD, que le otorgó vergonzoso respaldo en los días posteriores a la tragedia de Ayotzinapa.

Aunque Aguirre apenas gobernó un estado donde el narco pone y quita presidentes municipales, fue el representante de lo que llamamos legalidad. Su inoperancia para prevenir el crimen resultó tan lesiva como sus represiones. La saga de sangre del gobernador Aguirre comenzó con el violento desalojo de jóvenes normalistas de Ayotzinapa, el 12 de diciembre de 2011, escribe Hernández Navarro.

Sería gravísimo que en Guerrero se reactivara el expediente de criminalizar a las víctimas, famosamente utilizado por el presidente Felipe Calderón en 2010 cuando declaró que los 17 jóvenes acribillados en Chihuahua en una fiesta eran pandilleros.

Entre los muertos del 26 de septiembre se encontraban unos futbolistas. Fueron asesinados por el delito de ser jóvenes; es decir, posibles estudiantes; es decir, disidentes.

Horas después, los 43 normalistas pagaron el precio de protestar contra la violencia. Si la indignación rebelde no encuentra acomodo en la vida civil, una vez más lo encontrará en las armas.

Matar maestros significa matar el futuro. Guerrero es el paraíso envenenado donde la esperanza brota para ser aniquilada.

jueves, 23 de octubre de 2014

26 días sin los normalistas

Dejemos de llamarnos democracia, propongo. En una democracia no hay desapariciones forzadas de estudiantes, ejecuciones extrajudiciales, tortura y un sinfín de violaciones graves a los derechos humanos.

 Dejemos de decir que vivimos en una democracia incipiente, en crecimiento y en fortalecimiento. Más que una aspiración parece una letanía que no tiene sentido. Y no, no es el vaso medio vacío al ver la realidad, es más bien el arte de vivir en un país con problemas tan profundos y evidentes que está sostenido por un hábil sistema político que saca a cuenta gotas la dosis de bienestar social. 

Hemos rebajado la democracia a gastar millones de pesos en partidos políticos y en sufragios, pero eso no es democracia. La desigualdad social es evidente, la corrupción parte de nuestra vida institucional (y de nuestra cultura, según Peña Nieto), la impunidad el sostén de nuestro sistema de justicia, las violaciones graves a derechos humanos por parte del Estado son sistemáticas. Éstos son solamente algunos elementos que tiran por la borda la visión positiva de que estamos construyendo un país democrático. No es cierto. 

Estamos manteniendo vivo un sistema que sobrevivió al régimen soviético o a cualquier otro sistema político de cualquier país. Un sistema económico que vive del dinero del narco y uno político que deja que gobierne la delincuencia mientras los políticos medran. Es un sistema hecho para las élites y que avienta pequeños bocados, sólo los necesarios, para sostener un desencanto social, pero nada más. Es una receta nacional de apariencia, simulación, mentira con un dejo de optimismo. 

Tenemos un sistema que encubre los problemas para preocuparse más por la apariencia. Eso, somos un país de cosméticos que todo compone con el arte de la ilusión. Han pasado 26 días y no hay información precisa y clara sobre el paradero de los 43 normalistas de Ayotzinapa. El sistema político se mantiene intacto, más allá de declaraciones vacías entre partidos políticos, su juego es la política y no es encontrar a los normalistas, y mucho menos castigar a los responsables y reparar integralmente el daño. 
Es inverosímil pero ¡¡¡todo sigue igual!!! El acuerdo partidista es de impunidad. Hoy le perdonamos al PRD, porque ayer le perdonamos al PRI y mañana dejaremos pasar lo del PAN.

 Es evidente que más allá del auto asombro de hasta dónde han llegado, a los partidos políticos no les interesa resolver lo de Ayotzinapa. Por eso sigue en funciones un gobernador que mantiene al estado de Guerrero en una absoluta ingobernabilidad. La poca cara que le queda al PRD se está perdiendo con cada hora que su politburó sostiene a Aguirre como gobernador. 

Sin legitimidad ni ética de la función pública, el gobernador todavía busca aparentar que está en control de su estado y el PRD se preocupa porque ve cada vez más cerca que perderá el estado en las próximas elecciones. Como bien decía León Krauze, “aquí en México nadie renuncia”, no importa el desastre que haya hecho, la renuncia pública parece estar fuera del catálogo de nuestra clase política. Y es obvio, no tiene vergüenza. 
Cada día que pasa sin resultados, sin información veraz y oportuna por parte de la PGR, me inclino a pensar que estamos frente a otra gran puesta en escena. Si el Estado mexicano es incapaz de encontrar a 43 estudiantes secuestrados por la policía municipal y entregados al crimen organizado, entonces el Estado como está debe de cambiar. Es decir, nuestro Estado no sirve. No es una falla, es una incapacidad estructural inaceptable por la cual el Estado debe de transformarse profundamente. 
De no ser así, ayer fueron las fosas de 72 migrantes en Tamaulipas y la negligencia en Sonora del caso del incendio de la guardería ABC, hoy es Ayotzinapa… ¿mañana qué será? Porque, créanme, habrá un mañana muy cercano si seguimos así. Mientras escribía estas líneas Jesús Murillo Karam daba conferencia de prensa. Su gran aportación fue: “había una clara conexión entre las autoridades de Iguala y el grupo delincuencial”. 
El Procurador no describía Iguala, sino el sistema político mexicano. En vez de decir lo obvio, la información que precisa la sociedad durante esta profunda crisis es aquella que dé certeza que no estamos a la deriva. Por ejemplo, conocer por parte de la PGR que ya se sabe la identidad de aquellos restos humanos que se encontraron en las fosas de Iguala (que según afirmaron no eran los normalistas) y que forman parte de los más de 25 mil personas desaparecidas. 
En otras palabras, sí importa de quién son esos restos, aunque las autoridades nos han intentado convencer de lo contrario. O también, qué se ha sacado de la detención de los 22 policías municipales que secuestraron a los estudiantes. El poder político estoy seguro optará por el olvido de la desaparición forzada de los 43 normalistas de Ayotzinapa. 
Estoy seguro que, como en otros casos, buscarán que los medios de comunicación den vuelta a la página y el alud informativo de la nueva desgracia haga que la sociedad deje de buscar justicia. Al parecer, lo que no previeron fue la respuesta social, que lejos de desvanecerse rápido va tomando fuerza. Ante lo único que tiembla el sistema cosmético en el que vivimos, es a la ira social, al reclamo, a la exigencia. Es a ese momento en el que la sociedad dice basta. 

Sírvase Ayotzinapa para quitarle el maquillaje a la realidad que vivimos y buscar un nuevo camino como nación. De no ser así, seguiremos de crisis en crisis pensando que construimos un mejor futuro. El avasallamiento de casos de violaciones graves es claro, mientras no salimos de Tlatlaya ya estamos en Ayotzinapa. Surgen casos por doquier de manera sistemática y todos quedan impunes. Apuestan a que nunca habrá un cambio de sistema, por eso a todos nos incumbe que no llegue el día 27 sin que los normalistas sean entregados a sus familiares.

Este contenido ha sido publicado originalmente por SINEMBARGO.MX en la siguiente dirección: http://www.sinembargo.mx/opinion/23-10-2014/28372

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Crónica: 43 veces justicia por Ayotzinapa


Otra vez el Zócalo fue el epicentro del dolor... Hasta Ahí los 43 madres y padres de los jóvenes de la Normal Rural Isidro Burgos encabezaron la multitudinaria marcha.(Cuartoscuro)


Si hay 43 formas o más de clamar por un desaparecido, todas se gritaron sobrePaseo de la Reforma, Avenida Juárez, 5 de Mayo y el Zócalo capitalino.

"1... 2... 3... 4... 5... ...41... 42... 43... ¡Justicia!"; "¡Fue el Estado!"; "¡vivos los queremos!"; "¡Ayotzi vive, la lucha sigue!"... Gritos de ayuda acompañados de luces que se extinguían y volvían a encender en veladoras y antorchas.

Otra vez el Zócalo fue el epicentro del dolor... Hasta Ahí los 43 madres y padres de los jóvenes de la Normal Rural Isidro Burgos encabezaron la multitudinaria marcha, se apostaron en un templete y hablaron:

"¡Tienen dos días para entregárnoslos o tomaremos medidas más violentas!", amenazó uno de los papas con el dolor apoderándose de su garganta y la rabia explotando en lágrimas a través de sus ojos.

Los padres miran a la multitud, tienen ojeras porque durante 26 noches no han dormido, explica un normalista.

"Tienen ganas de cerrar los ojos y abrirlos en un país donde estén sus hijos", agrega.

Otra vez Bernabé, el papá de Adán dejó su parcela donde siembra maíz y frijol en Ayotzinapa y vino al DF a contar su historia.

"Yo le dije a mi'jo: Vas a estudiar la Normal, porque somos pobres", dijo Bernabé... Luego volvió a su lugar y se aferró a la fotografía en la que su hijo sale tan serio. Es ese pedazo de plástico con la fisonomía de Adán impresa lo más cercano que lo puede tener ahora.

"Mi hijo lo es todo... y no lo puedo encontrar", gritó otro padre cuando el nudo en su garganta le dio tregua. "Les voy a dejar mi teléfono... 754 100 10 14... Llámenme"... Y pasó el micrófono a otro padre.

"Tenemos la esperanza de que mi hijo Carlos regresará a la casa" pronunció un adolorido hombre de gorra y chamarra de mezclilla.

Esta vez Lorenzo Francisco, papá de Luis Ángel prefirió no hablar, se quedó sentado en su asiento mirando los ríos de gente que tres horas después de iniciada la marcha seguían llegando al Zócalo. Quizá entre los que llegan está su hijo.

El clamor de ayuda y el dolor se mezclaron con la rabia. Cada padre que tomaba el micrófono remataba su participación con una exigencia: que el presidente Enrique Peña Nieto, que el gobernador Ángel Aguirre, que el presidente municipal de Iguala, Luis Abarca, paguen por haberles arrebatado a sus hijos.

Los miles de asistentes los arroparon con sus gritos. Con los "no están solos" con "los queremos vivos".

De dolor también se calla

En Paseo de la Reforma se escuchó "uno, dos, tres, cuatro, cinco...", no era el conteo del mambo ni la cuenta de protección de un boxeador, el conteo llega a 43 y termina con un grito exigente de justicia para los normalistas de Ayotzinapa levantados y desaparecidos el 26 de septiembre en Iguala.

'Presentación', 'presentación' era el tercer apellido que acompañaba el nombre de los normalistas en mientras se recorría la emblemática avenida de la Ciudad de México.

Una luz para Ayotzinapa se encendió en el corazón del país.

Normalistas de Morelos y Oaxaca marcharon con disciplina, en línea, sin perder la fila y la organización, viajaron kilómetros y exigen la presentación con vida de sus 'camaradas' de Ayotzinapa.

"Gobierno corrupto, por tu cumpla estoy de luto", y "A las normales rurales, las quieren desaparecer, nosotras con sangre, las vamos a defender", gritaban y caminaban luciendo una playera blanca, en las manos veladoras y fotos de los ausentes.

La rabia de los manifestantes era mucha pero tenía número: presentación con vida para los 43 normalistas desaparecidos y justicia para los 3 estudiantes de Ayotzinapa que perdieron la vida por un ataque de la policía municipal.

Estudiantes de la UNAM, IPN, UAM y diversas instituciones demandaban esclarecer los hechos de Iguala.

La noche comenzó a caer, las veladoras fueron prendidas y eran abrazadas por los carteles con los rostros de los desaparecidos, algunos encendieron antorchas o aerosoles, todos para llevar una luz solidaria a padres de familia y compañeros de los normalistas de Ayotzinapa.

Jóvenes anarquistas corrían con mazos y tubos entre los contingentes, en avenida 5 de mayo calculaban, se desplazaban y rompían cristales para emprender la huida y mezclarse entre los manifestantes.

La expresión de dolor alcanzó varios metros, desde el Ángel de la Independencia, y porque de dolor también se calla, el silencio se mantenía pero al llegar a la torre del Caballito despertaba el grito "Ayotzi, aguanta el pueblo se levanta".

Las autoridades estimaron 60 mil asistentes a la movilización... Pero en las estimaciones aun faltan 43.

Violencia / José Woldenberg

23 Oct. 2014

Como una ola expansiva, la violencia se ha instalado entre nosotros y está sacudiendo los cimientos de la contrahecha o precaria convivencia. Casi nadie la debería festejar ni convertir en elemento de apuestas cortoplacistas porque no existe disolvente más efectivo de las relaciones sociales que la violencia. Su presencia y multiplicación inyecta dosis crecientes de muertos, desaparecidos, mutilados, destrucción de patrimonios y por supuesto de angustia, resentimiento, ganas de venganza. Un círculo destructivo que todo lo corroe.

A Leo: Javier Edén Martínez García, de 27 años de edad, fue detenido porque presuntamente mató a su hijastra de 8 años de edad, porque no dejaba de llorar Reforma, 19-10-14.

B Tres personas fueron asesinadas ayer en el municipio de Teloloapan, Guerrero, por presuntos miembros del crimen organizado Ibid.

C Todo parece indicar que en Tlatlaya 15 civiles fueron asesinados por integrantes del Ejército. No en un enfrentamiento -como al inicio se dijo- sino ejecutados después del enfrentamiento.

D Los 43 normalistas de Ayotzinapa desaparecidos fueron secuestrados por policías y al parecer entregados a una banda delincuencial.

E El 13 de octubre el Palacio de Gobierno de Guerrero fue incendiado por manifestantes en respuesta al secuestro de 43 estudiantes de la Normal de Ayotzinapa.

Hay de violencia a violencia diría Perogrullo... y en efecto. No toda tiene las mismas derivaciones.

Las fórmulas violentas para resolver problemas interpersonales caso A se hallan más que arraigadas pero da la impresión que se encuentran a la alza en medio de la espiral criminal que azota al país. El número de reportes que aparecen en la prensa sobre ajustes de cuentas por motivos baladíes sería espeluznante si no estuviéramos relativamente acostumbrados. Es la forma más primitiva de solventar los conflictos o tensiones. Sea en sus cinco sentidos o fuera de sí, el criminal o el violento cree ejercer justicia por su propia mano y lo único que produce es desolación y desgracia. Es, sin embargo, una violencia acotada al mundo privado.

El llamado crimen organizado ha desatado la violencia como nunca antes B. Empoderado, controla zonas del país, impone su ley, chantajea y cumple con sus amenazas. Sea en su confrontación mutua, con efectivos del Estado o contra particulares, las bandas han llegado a tales grados de sevicia que cuesta trabajo entender -en ocasiones- su lógica. Es la violencia que se encuentra en el ADN de la delincuencia. Es la violencia criminal inaceptable y contra ella existe un consenso amplio.

En su combate a las bandas criminales, las agencias del Estado no siempre cumplen con la obligación de actuar conforme a la ley y sus excesos C, violatorios de derechos humanos, siembran terror y alimentan la violencia. Ésa no puede equipararse a las anteriores, resulta más preocupante, no solo porque se supone que los agentes estatales no deben mimetizarse a los usos y costumbres de los maleantes, sino porque acaba por degradar a las propias instituciones. Porque una cosa es utilizar la fuerza legítima del Estado y otra, muy distinta, la violencia sin ley.

La connivencia, en algunos casos, de autoridades y criminales D, sobra decir, no solo desvirtúa de manera radical la función de las primeras, sino que convierte a los guardianes del orden en una banda delincuencial más, con lo que la espiral de violencia, miedo e incertidumbre se multiplica de manera delirante. Es la violencia más temible y destructiva. No solo la confianza vuela por los aires, sino que la parálisis y el miedo se apoderan del indefenso mundo civil.

Las manifestaciones violentas de organizaciones y movimientos sociales los adultera, los aísla y tiene efectos políticos contraproducentes, pero además los convierte también en delincuenciales E, alimentando la falsa sensación de que todo se vale. En este terreno -el más pantanoso porque no faltan voces que los toleran e incluso exaltan como una respuesta a C y D- más valdría la pena deslindar entre la explicación y la justificación. Porque así como en A, a lo mejor la biografía, la situación o la neurosis del asesino puede explicar su conducta pero nunca justificarla, de igual manera la condición precaria de los estudiantes o las afrentas de las que han sido víctimas pueden quizá explicar su conducta pero de ninguna manera justificarla.

Hay demasiada violencia sobre el terreno. Los presagios son siniestros. La situación demanda responsabilidad a todos.

Articulo Enviado por: arturo a las 2014-10-23 05:18:11

El papá de Malala

"Yo soy Malala" cuenta la historia de esta niña que sobrevivió a las balas del Talibán y que a los 17 años es Premio Nobel de la Paz 2014. Pero también es retrato de quien le da alas: Ziauddin Yousafzai.

El 12 de julio de 1997 su esposa dio a luz a una niña en Mingora, en el hermoso Valle del Swat, Pakistán. No sonaron los rifles en son de fiesta con los que se acostumbra celebrar el nacimiento de un varón. Pero Ziauddin Yousafzai, el padre de 28 años, lejos de esconderla detrás de la cortina donde cumpliría el deber de dedicar su vida a preparar comida y tener hijos, pidió a todos que arrojaran frutos secos, dulces y monedas dentro de la cuna, igual que con los niños, y en el árbol genealógico familiar, cuya única línea es masculina, escribió con orgullo: Malala.

Ziauddin siempre fue diferente. Tartamudo de joven, heredó de su padre el amor a la poesía y ante la incredulidad de su familia, ganó un concurso de oratoria. La pobreza no lo detuvo, estudió y soñaba con fundar una escuela. Sus hermanas nunca fueron a clases y su esposa dejó de asistir a los 6 años de edad, lo que lamentaría después, cuando su novio le escribía poemas que ella no podía leer.

Él pensaba que todos los problemas de su país se debían a la falta de educación. La ignorancia era un arma de los políticos para engañar a la gente y de los corruptos, para reelegirse. Convencido de que todos, ricos y pobres, niños y niñas, tenían derecho a la escuela, pensaba abrir una donde hubiera pupitres, biblioteca, carteles luminosos… y, sobre todo, baños. Quería estimular el pensamiento independiente y repudiaba que las escuelas premiaran la obediencia por encima del desarrollo intelectual y la creatividad.

Cuando abrió la Khushal School hace 20 años, tenía tres alumnos, hoy son más de mil, en tres edificios. Al nacer Malala, eran 100. Ahí mismo, en uno de los cuartos, vivía la familia de tres, que luego aumentó con la llegada de dos hijos más. Él era director, maestro, administrador, barría y limpiaba los baños. Ese era el mundo de su hija, donde creció, se enamoró de los libros y jugaba a ser maestra. Hasta que el 9/11 lo cambió todo.

“Malala es libre como un pájaro”, repetía Ziauddin. Con la llegada de los talibanes al Valle de Swat, le prometió: “Yo protegeré tu libertad. Sigue adelante con tus sueños”. A los 11 años, la niña descubre el poder de las palabras y encabeza una campaña en defensa de la educación de las mujeres. Ni ella ni su padre, que son profundamente religiosos, se rinden ante las amenazas o se someten a la prohibición de que las niñas asistan a la escuela, mientras que su madre da desayuno y albergue a los niños más necesitados. Si el Talibán encierra a las mujeres, Ziauddin les dice a sus alumnas: “Ustedes tienen tanto derecho a gozar del campo, las cascadas y el paisaje como los niños”.

Yo soy Malala cuenta la historia de esta niña fuera de serie que sobrevivió a las balas del Talibán; que insiste: “Un niño, un maestro, un libro y una pluma pueden cambiar el mundo”, y que a los 17 años es Premio Nobel de la Paz 2014. Pero el libro también es retrato de quien le da alas: “En mi parte del mundo la mayoría de la gente es conocida por sus hijos. Yo soy uno de los pocos padres afortunados conocido por su hija”. Gente como Ziauddin, también puede cambiarlo todo.

adriana.neneka@gmail.com

viernes, 10 de octubre de 2014

Las fosas mejor planeadas de Iguala


Las fosas mejor planeadas de Iguala

MARCELA TURATI
9 DE OCTUBRE DE 2014
REPORTAJE ESPECIAL


Continúan pesquisas en fosas clandestinas de Iguala, Guerrero.
Foto: Octavio Gómez


IGUALA, Gro., (procso.com.mx).- Nunca vi nada así, se le escucha decir al nervioso policía apostado en la punta del monte, el rifle atento. A unos pasos la tierra cortada; hay seis hoyos bien trazados, son seis fosas* que escondían los fragmentos de 23 cuerpos calcinados. Bajo la arena retirada a golpes de pala se logran ver troncos de árboles chamuscados, ramas marchitas manoseadas por el fuego. Un pedazo de pantalón de mezclilla. Banderines rojos que marcan el terreno y una cinta amarilla desmayada con el rótulo “Escena del crimen”.

“¿Te imaginas todo lo que pensaron mientras llegaban acá?”, suelta una fotógrafa jovencita, la mirada de tristeza. El silencio que se impone.

La identidad de esos cuerpos no está confirmada, pero nadie puede espantar de la mente el testimonio de los dos detenidos que declararon a la Procuraduría General de Justicia de Guerrero que ahí asesinaron y enterraron a 17 de los 43 normalistas de Ayotzinapa desaparecidos; los que fueron arrestados por policías municipales y entregados a sicarios de la narcomafia local Guerreros Unidos.

El pesado silencio queda ahogado por un zumbido: es el concierto de las moscas.

Un reportero local lanza como telegrama los que imagina fueron últimos momentos de los condenados a muerte: “Los obligaron a subir caminando. Los ejecutaron. Pusieron una cama de troncos. Los quemaron. Ahí mismo los enterraron. A ellos mismos les hicieron cavar sus tumbas”.

La fragancia de la muerte impregna el monte. Ese olor cada vez más frecuente en esta interminable fosa común en la que se ha convertido México. El mismo lodo podrido, con mezcla de masa orgánica, que se pisa en Tijuana, en los terrenos regados con ácidos con los que los cadáveres son disueltos. El mismo olor que despiden las fosas donde quisieron ser reducidos a nada los migrantes masacrados en San Fernando, Tamaulipas. El mismo que se hace presente, cada vez con más frecuencia, en episodios que por comunes pasan desapercibidos para la prensa.

Es un olor dulzón y rancio que hace nido en las fosas nasales, asfixia la garganta, se atenaza en el cerebro. No se quita por más que te bañes o recurras a los perfumes. Es un recordatorio que deja el sufrimiento de un ser humano que se niega a ser desaparecido, enterrado a escondidas martirizado.

Una mariposa negra y amarilla aletea al borde del corte de la tierra. Avanza y retrocede. Testigo de primera fila. Centímetros abajo agua de lluvia que al contacto con la tierra se convirtió en un caldo pútrido, un charco estancado, con nata en la superficie que impide cualquier reflejo.

Para subir a las fosas de Iguala hay que salir de esta ciudad –la tercera más importante de Guerrero– y dirigirse a la periferia, donde la ciudad se convierte en campo. Hay que guiarse por un cerro con pelo verde, andar por calles sin pavimento, preguntar por Jardín Pueblo Viejo, luego por la vereda a La Parota.

Derecho por la vereda formada por piedras hay que seguir el camino marcado por las pisadas pioneras. Es un sendero paralelo a un maizal del que se va perdiendo la perspectiva porque a lo largo se extiende una bóveda de ramas y arbustos que hacen pensar en la entrada a una selva.

No hay pérdida si se sigue la vía marcada por los cubrebocas azules colgados de los matorrales, tirados en el piso, aventados en la cuneta, como en una urgencia de quienes querían desprenderse pronto de la peste. Para más referencias se pueden buscar las marcas que dejó en algunos arbustos el enviado de una televisora deseando que nadie se perdiera.

Impresas en el lodo del suelo se notan huellas de distintos tamaños, de botas, de tenis, de huaraches. Son las huellas de la gente que ha subido a ese cerro. Me pregunto si alguna de ellas será de los asesinados, si sabrían que ese iba a ser su destino, que ese es monte sería su cementerio. Pocas, casi ninguna huella van en sentido contrario. Claro, ellos no bajaron. Ellos se quedaron arriba.

Caminar. Subir. El único ruido es el de la propia respiración y la orquesta de insectos. Hasta que se llega al lugar marcado por las moscas, el inconfundible sitio de la muerte. El lugar que condensa el horror de la narcopolítica mexicana. La presentida confirmación de la identidad que nadie desea. ¿Asesinaron aquí a los estudiantes normalistas rapados durante la novatada que les hicieron en su escuela que ni siquiera habían cumplido los 20 años? ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Quiénes? ¿Por qué así?

Sólo queda lanzar en silencio un rezo en este espacio de muerte y pedir que (sea quien sea) quien murió aquí encuentre la paz, que sus restos regresen a su casa.

A unos metros del área marcada, en un claro aplanado se ven un montículo formado por ropa, basura, plásticos, cobijas. Es fácil pensar que esa era una guarida de los dueños de estos caminos prohibidos. Donde descansaban porque las masacres implican trabajo.

El camino de regreso a la ciudad lo marca el botadero de bolsas de basura de plástico rojo con signos que indican toxicidad. Y más cubrebocas, decenas de ellas, guantes de látex, botas de plástico, empaques de geles o desinfectantes tiradas a lo largo del camino, como si quienes participaron en las exhumaciones hubieran querido quitarse de encima el horror aferrado en la piel. Como si quisieran dejar atrás la pesadilla.

Un reportero local dice que este horror no es peor que el de las fosas de los 18 turistas michoacanos enterrados en una huerta de coco en Acapulco y exhumados un mes después de sus asesinatos. Su error fue haber viajado juntos a bordo de un autobús que llevaba placas del lugar equivocado, de su estado natal que engendró también un cártel rival a los de Guerrero.

Estos duelen distinto porque las declaraciones apuntan a que aquí quedaron puros estudiantes, los mejores de sus pueblos, los que se inscribieron a la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa porque desafiaron su destino y quisieron ser alguien.

Iguala es tierra fértil para la siembra cadáveres.

Según el Departamento Municipal de Panteones, 76 personas no identificadas han sido enviadas a fosa común del cementerio durante la administración interrumpida del alcalde perredista prófugo José Luis Abarca (quien gobernó dos años).

Los cuerpos de desconocidos provienen de diferentes hallazgos.

En mayo de 2013, en San Miguelito, parte trasera del Cerro de La Parota, fueron desenterradas 33 osamentas. Hace cuatro meses, de camino al municipio vecino de Taxco, en Mezcaltepec, se descubrieron 17 cuerpos (el sexenio pasado encontraron a 55 adentro de un pozo). Ahora la tierra engendró cadáveres en La Parota, ese cementerio clandestino que algunos funcionarios locales dicen que era usado desde hace más de un año para eliminar seres humanos.

Esto ocurre en Iguala, la cuna de la bandera nacional. La ciudad que se ufana de tener el lienzo tricolor más grande del país enarbolada desde uno de sus cerros. Por toda la ciudad se ven bardas ilustradas con episodios de la Independencia que se comenzó a esbozar aquí hace 200 años, aunque al día de hoy la gente vive como esclava, sometida por el crimen organizado que de día impone su ley y en las noches su toque de queda.

Antes de subir a La Parota un reportero local que acudió a la despedida de los policías municipales enviados voluntariamente-a la fuerza a reeducarse en una academia de policía en Tlaxcala me mostró una fotografía que lleva en su celular: tirados sobre el piso se encuentran seis cuerpos inflados, brillosos, tapizados por arena café.

El reportero aseguraba que corresponden a los cuerpos recuperados de esa fosa, que son la prueba de que los exhumados no son los de los normalistas. “No son los estudiantes –afirmaba mientras agrandaba con sus dedos la fotografía en su celular–, estos cuerpos son de adultos, no son de jóvenes. Este cinturón de cuero no es del que usan gente como los normalistas”.

Yo veo bultos inertes. No sé distinguirles la humanidad, salvo por la silueta. No sé qué cinturones usan los estudiantes más pobres de México, los que buscan superarse estudiando la carrera de maestro en una escuela normal.

Más tarde un forense que participó en las exhumaciones corregirá la información sobre esa foto de los cadáveres inflados que se publica en un diario de nota roja.

Asegura que las personas enterradas en La Parota podrían haber sido asesinadas ocho días antes. Los restos recuperados no estaban completos. Estaban podridos. Quemados. Fragmentados.

“Quién hizo esto trató de no dejar huella, fue como una cremación. Sabía. Trataba de borrar rastros”, explicaría el especialista bajo la condición del anonimato.

Según se rumora, la noche que cavaron su propia tumba en La Parota, después de que fueron asesinados una lluvia impidió que esos cadáveres rociados con diesel y prendidos con lumbre quedaran reducidos a cenizas. Como si la naturaleza se hubiera resistido a destruir la evidencia. Como si ella también esperara a que en México algún día se haga justicia.

*Se veían seis fosas. Un día después se supo que en la sexta no se encontraron restos humanos.

jueves, 9 de octubre de 2014

Algo podrido en Iguala y México / AGENDA CIUDADANA / Lorenzo Meyer

09 Oct. 2014

DINAMARCA EN GUERRERO

Algo está podrido en Dinamarca, le hace decir Shakespeare al príncipe Hamlet para calificar el sórdido ambiente que se respira en la corte del rey, su tío. Lo mismo podemos afirmar hoy nosotros, tras un nuevo asesinato de estudiantes de la escuela normal Raúl Isidro Burgos a manos de las autoridades de Iguala, que se añade a la larga lista de crímenes en Guerrero, Michoacán, Tamaulipas, Estado de México, Morelos, Veracruz y Coahuila; definitivamente, algo ya está muy podrido en México y desde hace mucho.

CADENA

El asesinato, en septiembre 26, de tres estudiantes de la normal rural de Ayotzinapa, Guerrero, y de tres personas más a manos de policías de Iguala, fue el principio de una tragedia mayor: la desaparición y posible ejecución de 43 jóvenes más. La tragedia está conmocionando a una sociedad cuyo gobierno acaba de ofrecer a la ONU su concurso para mantener en otras latitudes una paz y un orden que aquí es incapaz de brindar. Peor aún, la matanza de Iguala es sólo parte de una cadena histórica que incluye a Tlatlaya 22 ejecutados por el Ejército en junio, Acteal 45 miembros de una comunidad indígena asesinados por paramilitares en 1997, Aguas Blancas 17 campesinos asesinados por la policía de Guerrero en 1995 y así hasta llegar a las matanzas de estudiantes de 1968 y 1971 en la Ciudad de México, cuyo número exacto aún ignoramos. Y esa cadena puede engrosarse si se le añaden las matanzas de un crimen organizado siempre coludido con autoridades, como las de Cadereyta 49 personas en 2012, Allende 300 desaparecidos en 2011, Boca de Río 35 cadáveres en 2011, San Fernando 72 migrantes asesinados en 2010, Villas de Salvárcar 17 jóvenes asesinados en 2010, etcétera.

Definir a México como una tumba clandestina, como lo hace el padre Alejandro Solalinde http://bit.ly/1vIFxz2, tiene una razón y una raíz similar a la de la Dinamarca del rey Claudio, sólo que nuestra tragedia no es ficción sino una realidad monstruosa.


· LO ANORMAL DE UNA NORMAL

La escuela normal rural de Ayotzinapa se fundó en 1926, como un instrumento más de un gobierno mexicano que aún tenía el impulso revolucionario y vasconcelista de educar al México profundo -al rural, indígena y pobre- para integrarlo por esa vía y el ejido a una nación que apenas estaba emergiendo como tal. Sin embargo, para los 1960, la naturaleza del gobierno y del país ya era otra; el México rural se hizo minoritario, y en regiones como Guerrero, marginado y casi irrelevante. De ese ambiente de Ayotzinapa y de su choque con las políticas del Estado, surgieron dos famosos líderes guerrilleros guerrerenses: Lucio Cabañas y Genaro Vázquez, y la brutal guerra sucia con que se les combatió en los 1960 y 1970, y que tan bien retrató Carlos Montemayor en Guerra en el paraíso México: Diana, 1991. En 1989, 1997 y 2007 hubo de nuevo choques entre esos normalistas y el gobierno, y la situación se volvió a repetir en diciembre de 2012, pero en esa ocasión la policía ministerial mató a dos. Esas muertes llevaron al encarcelamiento de dos policías por catorce meses y nada más.

La historia de la normal Raúl Isidro Burgos, la pobreza de la región, la ausencia de oportunidades de ascenso social y el resentimiento acumulado por los jóvenes contra las autoridades y el sistema en su conjunto hacen de Ayotzinapa una bomba política a la que el alcalde de Iguala y sus policías, en unión del crimen organizado de la región, decidieron prenderle la mecha una vez más.

¿UNA EXPLICACIÓN?

La última confrontación entre estudiantes de Ayotzinapa y la autoridad en un estado y en un municipio gobernados formalmente por un partido supuestamente de izquierda -el PRD-, sólo tiene explicación si a la descomposición estatal se le introducen además factores como la estupidez extrema, la irresponsabilidad descomunal, la inmoralidad desorbitada, el autoritarismo, el crimen organizado y la confianza en la impunidad de los poderosos, impunidad cimentada desde hace mucho con ejemplos que abarcan desde presidentes, secretarios de Estado, empresarios, jueces y jerarcas eclesiásticos hasta legisladores, gobernadores, alcaldes, funcionarios, policías y militares.

En un mensaje breve en exceso en relación con la tragedia de Guerrero, Enrique Peña Nieto afirmó que en el Estado de Derecho no cabe el más mínimo resquicio para la impunidad. Sin embargo, lo que campea en México es la impunidad. Las cifras lo demuestran: el 93.8% de los delitos cometidos en 2013 quedaron impunes INEGI, boletín de prensa 418/14. Desde hace meses se había denunciado ante la PGR y Gobernación que el alcalde de Iguala, José Luis Abarca, era responsable del asesinato de tres activistas de su propio partido Reforma, 7 de octubre. De haberse actuado entonces, quizá Abarca ya no hubiera estado en posibilidad de hacer lo que hizo. Y es que aquí la impunidad tiene permiso.


PREGUNTA

La podredumbre en Dinamarca llevó a la muerte de Hamlet, pero también a la de sus monarcas. ¿A dónde nos llevará la nuestra?

agenda_ciudadana@hotmail.com

El verdugo está en casa

Espanta el nivel de deshumanización que requieren ocho soldados para asesinar a sangre fría a una veintena de jóvenes en Tlatlaya, y para que policías municipales capturen, maten y calcinen a 43 estudiantes en Iguala (hasta ahora se han encontrado 28 cadáveres en espera de ser identificados, pero ya hay una confesión de por medio).

El horror dantesco que provocan estas recientes masacres en el Estado de México y en Guerrero tienen en común que han sido perpetradas por autoridades. En ninguno de los dos casos estamos hablando de una represión sangrienta provocada al calor de una manifestación que se sale de control. No son policías agredidos que a una bomba molotov o una roca responden con una bala. Se trata de ejecuciones sumarias contra víctimas desarmadas y sometidas.


¿Por qué un ser humano se vuelve en contra de su vecino y es capaz de tal atrocidad?

Los resortes de crueldad y bestialidad que entrañan matanzas de esta naturaleza hacen pensar, toda proporción guardada, en el salvajismo de las ejecuciones serbias en Kosovo, de tutsis y hutus en Ruanda o en las cámaras de gases nazis en los campos de concentración. No en la escala obviamente; los casos citados involucran a miles de víctimas y constituyen genocidios en toda la línea. Pero sí en las pulsiones emocionales y psicológicas por las que pasa un verdugo para prestarse a una ejecución multitudinaria.

Peor aún, en Ruanda, en la Alemania nazi o en la guerra en los Balcanes había un componente de odio étnico que de alguna manera llevaba al ejecutor genocida a justificar su salvajismo: se trata de un acto de identidad con los suyos y en contra de los otros, de aquellos que pertenecen a una raza distinta, despreciable y amenazante.


La deshumanización es el residuo tóxico de la guerra sucia conducida por el Estado


En las matanzas de Tlatlaya e Iguala de las últimas semanas, en cambio, no tenemos la posibilidad de echar mano de pretextos étnicos para intentar explicar lo inexplicable: ¿por qué un ser humano se vuelve en contra de su vecino y es capaz de tal atrocidad? Los policías de Iguala asesinaron a muchachos de la región que podían ser sus hijos o los de sus amigos. Los soldados que fusilaron a pobladores de Tlatlaya pertenecen, igual que sus víctimas, a la carne de cañón de la guerra en contra del narco. Los fusilados eran moradores locales atrapados en los negocios de los cárteles de la droga, dedicados al trasiego de poca monta y a desempeñarse como mano de obra en los laboratorios clandestinos.

La deshumanización que hay detrás de estos actos es, a mi juicio, el residuo tóxico de la guerra sucia y clandestina conducida por el Estado mexicano en los últimos ocho años. En el camino terminó pervirtiendo a sus propias fuerzas de seguridad. El gobierno de Felipe Calderón (2006-2012) y ahora el de Peña Nieto decidieron emprender una batalla implacable en contra del crimen organizado, al margen de la legalidad. Cien mil muertos sin que existan los procesos judiciales correspondientes dan cuenta de un enfoque más cercano al exterminio que a la aplicación del derecho y la justicia.


Nuestras fuerzas de seguridad han conducido una lucha salvaje en contra de la población civil

Una y otra vez el gobierno anterior permitió todo tipo de excesos y violaciones a Genaro García Luna, su zar antidrogas. El fin justificaba cualquier medio: los narcos no tenían estatuto de combatientes de un ejército rival ni eran delincuentes civiles; simplemente constituían una escoria que debía ser eliminada. Los cuerpos policiacos y castrenses asumieron que en esta guerra no había límite y todo les estaba permitido. A razón de 50 ejecuciones por día, jornada tras jornada, los integrantes de la ley pronto entendieron que nunca habría un fiscal detrás de ellos para examinar o castigar sus excesos.

La crueldad y la violencia de la batalla hicieron el resto. Los códigos de la mafia terminaron por dominar a todos los bandos: a un dedo roto se responde con la mutilación de un brazo; una ejecución desencadena media docena de degollados; la muerte de un cuadro apreciado se castiga con el asesinato de la familia del rival.


La policía de Iguala obedeció órdenes de autoridades que están en la nómina de los narcos

Nuestras fuerzas de seguridad han conducido durante demasiado tiempo una lucha salvaje y sin códigos en contra de la población civil. No es posible tener una policía pulcra de día y una policía salvaje de noche; el Sr. Hyde termina por devorar al Dr. Jekyll. En el camino han dejado de ser hombres de la ley para convertirse en combatientes de una guerra absurda y en ocasiones sin bandos definidos. La policía de Iguala obedeció órdenes de autoridades que están en la nómina de los narcos. Y no es la corrupción la que sorprende, sino la disposición de los policías para cometer un acto que a sus ojos dejó de ser abominable.

Algo tenemos que hacer diferente. Cambiar leyes sobre las drogas, sin duda. Y más importante, someter al escrutinio de la ley a aquellos que en teoría están allí para aplicarla. De no ser así, la autoridad se convierte en un peligro para los ciudadanos.

martes, 7 de octubre de 2014

México Rojo por J.S Zolliker

Esto no es novelado.

Maldita sea la hora en que abrí el link.

Un estudiante normalista.

Un cuerpo sin vida, torturado, vestido con una playera roja.

Un rostro sin faz.

Una faz sin cara.

Una cara sin tejido.

Ese es el semblante de la violencia del crimen organizado en nuestro país. Una imagen de terror que nos quita el sueño a los que no estamos acostumbrados a la nota roja. Personalmente, les rehúyo a ese tipo de noticias. Porque nos incapacitan para sentir. Porque nos anestesian ante la realidad y nos acostumbran a la brutalidad. Y no quiero ser de esos que piensan que “es normal” o que “se lo buscaron por andar de cabrones” o “por estar metidos en quién sabe que cosas”.

Me niego a caer en los lugares comunes donde buscamos explicar con cínica simpleza el fenómeno, como si la demencia criminal y la descomposición social, se pudiesen analizar en una cafetería y se pudiera concluir que todo fue “porque ya hacía falta la mano dura” o peor, llegar al extremo ridículo de querer justificar los hechos por las filias políticas de las víctimas “es que simpatizaban con MORENA” o “admiraban al ex guerrillero tal”, como si con esos juicios, se descubriese el hilo negro en una tela sin color, o en una playera roja de un joven muerto al que le arrancaron el rostro.

Así que en puestos de periódicos y revistas decido —por voluntad propia sin que medie moral ninguna— a mirar hacia otro lado, a esquivarlos con tal de no toparme con la portada de ningún periódico que sangre en imágenes y letras. No quiero ver desollados ni quemados ni colgados ni descuartizados. No por negar nuestra realidad. No por evadir el problema, sino al contrario, para no perder la indignación. Para no importarlo en mi cotidianeidad mental y volverme indiferente antes esas barbaries. Porque cuando uno se acostumbra a verlas, se torna indolente. Y nada peor nos puede pasar a los mexicanos que habituarnos a estos escenarios.

Los análisis llegan uno tras otro: desde los que comparan esto con la matanza de Aguas Blancas y dicen que es orden de Aguirre, hasta los otros que dicen que nada perjudicaría más al gobernador —y lo creo— que ordenar algo así, y que más bien parece que algún enemigo busca desestabilizar al Estado de Guerrero, cavándole una tumba política al jefe del ejecutivo local.

Y luego vienen los discursos: Llegaremos hasta las últimas consecuencias. No habrá impunidad. Se deslindarán todas las responsabilidades que conforme a derecho procedan. Todo el peso de la ley. Todo el rigor. Enérgico rechazo. Total y absoluta condena. Completo esclarecimiento de los hechos. Debido proceso. Aplicar la ley de manera estricta (como si se debiera aplicar en otros casos, de manera no estricta) y blah, blah, blah. Discursos que hemos escuchado por años.

Eso sí, es probable que con el ímpetu de este gobierno, capturen a los responsables. Y los enjuicien. Y los metan al bote. Y los medios canten victoria a los cuatro vientos y ocho columnas. Y se celebre el cambio.

Pero lo que no hemos entendido como sociedad, es que esto, es el resultado. No la causa, no el origen. Y que necesitamos todos buscar construir un país en Paz, con mayúscula. Pues no se trata de “volver a estar como antes” (antes se generaron las condiciones para lo que hoy vivimos), sino de trabajar, todos y en todos los niveles sociales, educativos y de gobierno, para construir PAZ.

De otra forma, con las semanas se olvidará lo de los estudiantes normalistas y sucederán meses después otras tragedias en otros lugares y se volverá a decir que “se llegará hasta las últimas consecuencias” y todo se quedará en la nada de siempre y el siempre de nada.