Los lobos
Carl Safina nos cuenta que el macho alfa de una manada de lobos no es un individuo agresivo, que impone su voluntad por la fuerza, sino un líder bondadoso y comprensivo, que solo es violento cuando hay que defender a su tribu.
El escritor Carl Safina, autor de libros muy exitosos sobre el mar y la vida de los animales, publicó hace unos días, en el diario español El país, una inquietante reflexión sobre los lobos, que aniquila de golpe los prejuicios que han arrastrado esas criaturas durante toda su historia en común con los hombres y, de paso, afina el concepto de "macho alfa" que, a la luz del comportamiento que observan los lobos, tiene poco que ver con ese individuo machote, agresivo y sobrado que nuestra especie se empeña en publicitar.
Y quien afina ese concepto también nos señala esa patología social, que viene reproduciéndose matemáticamente una generación tras otra, de dividir el mundo entre machos agresivos y resistentes, y hembras sumisas, y también muy resistentes en su sumisión.
Carl Safina lleva años observando a los lobos, en el parque nacional de Yellowstone, en Estados Unidos, y aprendiendo de lo que le dice el guardabosques Rick McIntyre, que vive ahí, desde hace mucho tiempo, casi en medio de las manadas.
Para empezar Safina nos cuenta que el macho alfa de una manada de lobos no es un individuo agresivo, que impone su voluntad por la fuerza, sino un líder bondadoso y comprensivo, que solo es violento cuando hay que defender a su tribu y el resto del tiempo es un padre juguetón con sus lobeznos y un marido leal y cumplidor con su loba. Según Safina los lobos son la única especie, además de los humanos, que vela por sus hijos desde que nacen hasta que son adultos, que coopera en las tareas de, digamos, educación de la manada y que provee comida y protección a los suyos durante toda su existencia. La organización familiar de los lobos se parece a la nuestra, el núcleo son los padres y los hijos, y viven juntos muchos años, una cantidad exagerada si se compara con la que vive un chango, un pájaro o un tigre junto a sus padres. Los lobos se emancipan tarde, como nosotros y en la familia quien manda en realidad es la loba, aunque de forma muy sutil, con mucha mano izquierda, de acuerdo con las observaciones que ha hecho el guardabosques McIntyre.
"No existen dos especies más parecidas que los lobos y los humanos", escribe Carl Safina, y apuntala esta desconcertante observación con el dato de que los indios de Estados Unidos, los habitantes originales de aquel país, consideran a los lobos sus almas gemelas.
Y no solo ellos, añadiría yo, porque la historia de la humanidad está llena de historias que incluyen a los lobos, como la de Rómulo y Remo, para citar una muy famosa, esos dos niños que fueron amamantados por la loba Luperca, que se los llevó a su cueva en el monte Palatino para protegerlos de los peligros de la intemperie.
Digamos que Carl Safina se ha puesto a observar con atención a los lobos y nos cuenta lo que esos hermanos nuestros llevan queriéndonos decir desde hace miles de años: que nuestros verdaderos hermanos son ellos y no los chimpancés ni los gorilas, que llevan toda la vida despistándonos porque tenemos un aspecto parecido, aunque ellos sean nuestra caricatura y nosotros la de ellos.
Esta revelación, que a mi me parece muy sorprendente, nos acerca a ese fenómeno, que por ser muy cotidiano se da por comprendido, de la misteriosa relación entre el perro y su amo, de la forma en que los perros se integran, como ninguna otra especie del reino animal, en una familia de humanos; no hay un animal más doméstico que el perro y esto se debe, seguramente, a que todos los perros provienen de los lobos y a que, a lo largo de toda su aventura evolutiva, han conservado el software tribal de sus ancestros.
Las observaciones de Safina también arrojan luz sobre esa máxima de Plauto, muy manida pero solo comprendida parcialmente, que dice homo homini lupus, el hombre es un lobo para el hombre, una sentencia que sirvió a Thomas Hobbes para articular su famosa obra Leviatán, para ilustrar esa bestia que el hombre lleva dentro. Digo que la máxima ha sido comprendida parcialmente porque, gracias a las observaciones del guardabosques McIntyre, hoy sabemos que el hombre es un lobo para el hombre no solo por su naturaleza salvaje, también por su lealtad con sus hijos y con su loba, y por su responsabilidad como proveedor de su familia, por esos atributos de criatura muy civilizada que, por cierto, no siempre observamos los hombres así que, llegados a este punto, convendría plantearse la posibilidad de enmendarle la plana a Plauto, y a Hobbes, y decir que más bien, durante esos episodios violentos que en algún momento el macho alfa de la manada debe tener, el lobo es un hombre para el lobo.
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