miércoles, 25 de mayo de 2016

Insomnio y vida mundana; o el Monstruo de las 18 Horas

El insom­nio se reduce a evi­tar que llegue el día de mañana. Es como el suicidio.

Durante mi vida he sufrido dos clases de insom­nio: uno, el resul­tado del estrés, alguna mala tem­po­rada que desan­gra la tran­quil­i­dad y te con­serva alerta, hun­dido en la pre­ocu­pación del anochecer hasta que amanece. Pero este insom­nio es, dig­amos, poco pro­duc­tivo e intere­sante. Si se va el prob­lema, desa­parece la falta de sueño.
Y dos, el que me interesa, que es el insom­nio autoin­fligido: el que de alguna man­era se sufre pero, tam­bién, se goza.
Bási­ca­mente, dormir me aburre. Para mí rep­re­senta “perderse de la fiesta”. Todo el día es un con­tinuo estable­cer obje­tivos, límites, fun­dar y trun­car deseos y asumir el ori­gen, el desar­rollo y la con­clusión, cada mañana, de una con­cien­cia. Si bien existe una con­cien­cia gen­eral, que cam­bia cada año, cada seis meses, o cada que ocurre un acon­tec­imiento extra­or­di­nario, existe una con­cien­cia cotid­i­ana. De alguna forma, y de una man­era mucho menos aparatosa asis­ti­mos a una recu­peración, cada que abri­mos los ojos, del uni­verso per­sonal a la man­era del per­son­aje de la películaMemento. Si en ese per­son­aje, el olvido, la memo­ria fal­l­ida es el ene­migo; en nosotros, el Otro, el mundo exte­rior, las dudas, los enfrentamien­tos con la Real­i­dad, sino ene­mi­gos, sí son ele­men­tos que allanan o for­t­ale­cen ese cos­mos que es memo­ria, iden­ti­dad, con­cien­cia. Con todo esto, ir a la cama para dormir, des­ench­u­farte, sucumbir a otro estado de la con­cien­cia (pero que no con­tro­las) me parece un despropósito. Tanto esfuerzo en con­struir un mundo para aban­donarlo en manos de los sueños. Cada momento insomne, para mí, rep­re­senta una vic­to­ria de min­u­tos y horas con­tra la pér­dida de mí.
De alguna forma, creo, hay otro asunto que me hace empren­der esta lucha cada noche. En un con­teo rápido, en un día cualquiera, invierto ocho horas en el tra­bajo, cua­tro horas en dormir, tres horas en comer, una hora y media en trans­portarme al tra­bajo, y otra hora y media en “repon­erme” cuando llego a casa por las tardes. Esto me deja, cada 24 horas, con seis horas efec­ti­vas para leer, escribir, obser­var el mundo detenida­mente, ver series de tele­visión, con­ver­sar y diver­tirme (pieza clave para la salud humana). Estos Seis Grandes, creo, son lo que con­for­man mi con­cien­cia asum­ida y elegida. El resto, obvi­a­mente, son con­ven­ciones, necesi­dades y obliga­ciones para inser­tarte en la sociedad y, sobre todo, para pagar la renta.
La ansiedad que me orilla al insom­nio, tam­bién, son esas 18 horas inver­tidas en “otros asun­tos” que me ale­jan de mi propia vida.
Sé que una gran parte del mate­r­ial con el que escribo ahora, que a mis 35 años ha dejado cua­tro nov­e­las escritas y ter­mi­nadas y lis­tas para edi­ción (una de ellas pub­li­cada en 2008, otra a pub­li­carse en 2013); una, de 400 pági­nas, olvi­dada y a punto de ser destru­ida en el disco duro de mi com­puta­dora; y unos cinco bor­radores intrat­a­bles y ya destru­i­dos, son el resul­tado de mi infan­cia, primera juven­tud y frag­men­tos de mi vida adulta. Es decir, mis nov­e­las han sido escritas con el mate­r­ial resul­tado de haber vivido, sí, pero, sobre todo, con la con­tem­plación tran­quila y expan­siva que me dan los momen­tos libres que no se inser­tan en esas 18 ter­ri­bles y trág­i­cas horas cotidianas.
Esto me dejaría varias ideas ter­mi­nales: estoy en una etapa “gris” en cuanto a tiem­pos de con­tem­plación; los temas y mate­r­ial viven­cial se me están aca­bando (sino ya se acabaron) y esas cua­tro nov­e­las ter­mi­nadas rep­re­sen­tan el final de un ciclo (cor­re­spon­dido con los 35 años, la mitad de mi vida); debo con­seguirme otro proyecto vital, al menos por un tiempo (cazar ele­fantes, ser cor­re­spon­sal de guerra, vender tacos) para acu­mu­lar temas y mate­ri­ales para la segunda etapa de mi pro­duc­ción; o, tam­bién, cen­trar mis temas en esas 18 horas cotid­i­anas que son, en real­i­dad, el ver­dadero “viaje” por el que he atrav­es­ado los últi­mos seis años. Aunque, de alguna forma, he real­izado esto último. Veamos:
Mi ter­cera nov­ela SBN es un ejer­ci­cio real­ista donde cuento mi paso por la vida lab­o­ral. A mis seis lec­tores les ha intere­sado (uno de ellos mi mujer, que es la más ruda para criticar libros) pero a mí, de alguna man­era, no. Es como mi nov­ela “menor”, algo extraído casi por com­pleto de la real­i­dad que me sirvió, más bien, como un exor­cismo más que un tra­bajo cre­ativo o de imag­i­nación. Lo que inventé, sí, fueron los antecedentes de los per­son­ajes, que no conocía, los puentes entre escena y escena y la mirada, sobre todo la mirada, la per­spec­tiva sobre el per­son­aje prin­ci­pal. Creo que el “invento” más impor­tante fue eso: cómo revisar y mirar al per­son­aje prin­ci­pal para, lejos de ser una crítica pan­fle­taria, fuera tratado con sen­si­bil­i­dad y tol­er­an­cia a través de un fil­tro donde usé a Lau­rence Sterne y, en menor medida, a Rabelais. Sin embargo, esta nov­ela sació mi apetito real­ista pero, creo, aunque rev­elé algún pasaje de la condi­ción humana, no expuse nada de mí (sal­vando la idea de que todo lo que escribes es una exposi­ción y rev­elación íntima y del yo, obvi­a­mente). Pensé más en el Otro, en cómo se ve el Otro, en lugar de lo que yo pienso del Otro, o cómo lo veo. En este sen­tido, me parece, es una nov­ela par­cial­mente obje­tiva, donde dejé mis opin­iones y per­cep­ciones en un lugar dis­tante. Quizá mi renu­en­cia a esta ter­cera nov­ela viene de ahí: renun­cié a mi sober­bia habit­ual y a mi poder de creación (esa cosa que en la soledad de tu estu­dio te hace creerte dios) para sim­ple­mente (aunque no es poca cosa) recrear un mundo y ade­cuarme a sus reglas.
Entonces, si me ciño a “mi vida” de los últi­mos seis años y atenido a lo que más conozco: esas 18 horas cotid­i­anas, mi próx­ima nov­ela (la sexta, porque la quinta que ahora preparo hablará sobre los límites de una pareja, la pater­nidad y la mater­nidad, vis­tas desde afuera, y la renun­cia a las opciones a favor de un proyecto de vida) con­taría la Con­cien­cia de un hom­bre que ya ha pasado los 30 años, que trata de sobre­vivir a esas 18 horas “mun­danas” y los dis­tin­tos recur­sos (el insom­nio) con los que cuenta para hac­erlo. Y, claro, su der­rota, porque uno nunca vence (ahora me doy cuenta al escribirlo) con el insom­nio ni con nada el Mon­struo de las 18 Horas cotid­i­anas. El único tri­unfo al que podría aspi­rar este per­son­aje sería a una decisión extrema: dejar su tra­bajo y bus­carse otra cosa; primero, para com­batir el abur­rim­iento y el tedio, y después, para acor­tar, de alguna forma, esas 18 horas, quizá, a diez.
Al esbozar esta trama con­ven­cional (todos hemos leído esta his­to­ria antes) me encuen­tro con que esos seis años pla­ga­dos del Mon­struo de las 18 Horas han sido los mejores de mi vida. Enu­mero: se pub­licó mi primera nov­ela, he podido pagar mi renta con pun­tu­al­i­dad, me cam­bié de una PC al mar­avil­loso mundo de la Mac, conocí París con Daniel Sada, fui al Mundial de Fut­bol en Sudáfrica, ter­miné tres nov­e­las, firmé el con­trato para pub­licar la segunda; como edi­tor, he pub­li­cado unos 100 títu­los en donde tra­bajo, comencé a vivir en Cholula y, sobre todo, conocí hace un año al amor de mi vida que cam­bió todo mi mundo y hace que me estremezca de feli­ci­dad. Pero, he aquí el con­traste. En primer lugar, ninguno de esos temas me parece intere­sante lit­er­ari­a­mente hablando, ni describir la extrañeza de Sudáfrica o lo con­ven­cional de París; ni las difi­cul­tades de escribir y pub­licar en un país del ter­cer mundo, ni las certezas del mundo de la com­putación, ni los esfuer­zos de la edi­ción de poesía y cul­tura; y, ni siquiera, la his­to­ria de cómo alguien encuen­tra al amor de su vida. Si acaso, lo único que me atrae es algo sobre Cholula pero todo ese mate­r­ial, lo sé, lo quiero con­ser­var para una nov­ela pos­te­rior (la gorda) donde hablaré de la identidad.
Entonces, y trayendo a cuenta que mi primera nov­ela habló sobre la soledad; la segunda sobre la fama, la muerte, la trascen­den­cia; la ter­cera sobre el poder; la cuarta sobre la des­o­lación y la con­struc­ción indi­vid­ual de la real­i­dad por artis­tas azo­ta­dos; y la próx­ima, la quinta, sobre los límites de la pareja, el deseo y los hijos, advierto en que estos seis años vital­mente her­mosos, no exis­ten temas lit­er­ar­ios para mí.
Si apresuro una reflex­ión, la cir­cun­stan­cia lit­er­aria por la que atravieso (tedio, debil­i­dad física y men­tal, propen­sión a arran­ques histéri­cos) tiene que ver con que, a pesar de mí en algunos casos, me ha ido bien y la vida que tengo ahora es dis­frutable para mí y armo­niosa. Y eso, entonces, me ha ale­jado de las zonas que mi lit­er­atura ocupó a lo largo de cinco grandes temas.
¿Qué hacer?
¿Volver a lo que tenía antes de esos 6 años? ¿A esas zonas donde los temas que me intere­san son recurrentes?
¿Cer­rar una etapa, la mitad de mi vida, y esas cinco nov­e­las que amparan la primera etapa de mi producción?
¿Estip­u­lar que la búsqueda de mis temas (no sé cómo decir­les) “des­o­la­dos”, “azo­ta­dos”, “que bor­dean cier­tas zonas oscuras” que he com­pro­bado con mi propia expe­ri­en­cia y obser­vación, ha terminado?
¿Bus­car los “nuevos” temas en esta “nueva etapa” de mi vida?
¿Obser­var ya sin tocar aque­l­los viejos temas?
¿Hacer un ejer­ci­cio de renun­cia al Yo y cen­trarme en el Otro, es decir, en los temas que real­mente le intere­san al Otro, más que a mí?
¿Escribir de allá desde acá?
¿Todo lo anterior?
No lo sé. Me parece, tam­bién, que todo este asunto de intro­spec­ción, de refutación de la real­i­dad a favor de mi real­i­dad, de refu­gia­rme en el insom­nio son un una pausa, el “corte a”, el bordo que debo atrav­esar para, una de varias cosas, o cam­biar los temas que me impor­tan a los temas que Impor­tan; dejar de hablar sólo de mí para hablar del Otro y de mí (o sólo del Otro); o que todo este darle vueltas a algo tan sim­ple como vivir, pen­sar, escribir es sólo eso (o la con­sis­ten­cia de eso): es decir, sólo es vivir, pen­sar, escribir y sólo estoy “rizando el rizo” (como diría mi querido Sada). Sé, eso sí, que este peri­odo de trán­sito me ocurre “entre nov­e­las”, cuando, como ya lo dije antes, espero el ini­cio de la próx­ima nov­ela, o la pub­li­cación de una nov­ela, o aspiro bocanadas de aire luego de haber pasado tanto tiempo bajo el agua escri­bi­endo una nov­ela. Quizá es todo. Pero, tam­bién lo sé, estas reflex­iones son un poco dis­tin­tas a las que tenía en las pausas “entre nov­e­las” de antes. Aquí, lo sé, hay algo más. Una defini­ción para bien o para mal. Un seguir escri­bi­endo o ya no escribir. Un escribir o escribir mejor. Ya veremos.
Lo dije al prin­ci­pio: “El insom­nio se reduce a evi­tar que llegue el día de mañana. Es como el sui­cidio”. Lo impor­tante, quizá, es qué se hace con ese tiempo que uno le gana al Mon­struo de las 18 Horas. Mi insom­nio, en ese caso, es dramático. Trato de resolver la com­pleja maraña de ideas y pen­samien­tos, de Con­cien­cia, que me con­forma como escritor, y quizá salga una nov­ela de todo esto.
Quizá, tam­bién, son mis últi­mos insom­nios en los que pienso en la prob­lemática de los primeros años de un autor, que según Richard Ford nos con­for­mará, nos ori­en­tará y con­so­lará toda la vida y que son: las ideas del joven autor acerca de “quién lee y si lee bien, así como acerca del des­tino ideal de su obra, de las alturas ade­cuadas para ajus­tar la seriedad de sus propósi­tos, de qué debería escribir y en qué aceptación pública de su obra podría con­fiar –en otras pal­abras, acerca de cuál es su ‘lugar’”.

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