martes, 31 de mayo de 2016

Suecia rebaja (temporalmente) su gran generosidad con los refugiados

Suecia rebaja (temporalmente) su gran generosidad con los refugiados

Ha acogido muchos más perseguidos por habitante que Alemania

Niños sirios duermen ante el Servicio de Migración en Marsta en enero pasado.  REUTERS
Malmö (ENVIADA ESPECIAL) 
En Suecia todavía es tabú preguntar, incluso a los amigos, por qué partido votan. Pero otros tabúes tan arraigados como ese van agrietándose. Ya se empieza a hablar públicamente “de volúmenes de migrantes”, explica Henrik Emilsson, que investiga la política migratoria y de integración sueca en la Universidad de Malmö. Ése uno de los profundos cambios que vive este país tan generoso con los que necesitan refugio desde el tremendo shock del otoño. En dos meses 80.000 personas tocaron la puerta. Y Suecia, donde el 16% de la población nació en el extranjero, les dio la bienvenida. Era un desembarco asombroso incluso para los suecos, que cumplen la Convención de los Refugiados y están muy acostumbrados a recibir a perseguidos. Proporcionalmente han recibido más que los alemanes.
Marten Martensson, del servicio estatal de Migración en Malmö, ciudad sureña por la que arribó la mayoría, cuenta que la situación límite fue una noche de invierno cuando tuvieron que explicar a los recién llegados que lo sentían, pero no había alojamiento. “Al día siguiente conseguimos el suelo de una iglesia, un suelo”. Los hoteles, polideportivos, tiendas de campaña, todo estaba lleno… sopesaron alquilar un crucero.
Los 163.000 migrantes arribados en 2015 (equivalen al 1,63% de la población sueca) han sido repartidos por el país en alojamientos que paga el Estado. Es como, si en un año, llegaran a España todos los vecinos de Valencia capital. Aprenden sueco, tienen sanidad y los críos van a la escuela mientras las autoridades deciden si les dan asilo. Antes demoraba un año, ahora nadie aventura cuánto será. Este robusto sistema de acogida e integración ha tenido que hacer malabarismos y un descomunal esfuerzo. El FMI estima que Suecia dedicará un 1% de su PIB (512.000 millones de euros) a los refugiados este año (Alemania el 0,35%). Y el Gobierno ha presupuestado 50.000 millones de coronas (5.381 millones de euros) para integración.
Fadi Srour, palestino de 34 años, lo ha vivido en primera línea, como oficial de integración en un centro de menores no acompañados en Lomma, al lado de Malmö. Llegó desde Gaza hace cuatro años, pidió asilo, lo obtuvo, habla sueco fluido y es un orgulloso contribuyente a las arcas públicas. “En agosto en Lomma había dos centros, hoy hay seis”, cuenta en un café. Los cambios legales en marcha pararestringir temporalmente la política de asilo le tienen desolado. Es tanto el esfuerzo que él hizo y el de muchos de los chavales con los que trabaja que teme que los desalienten.
Durante tres años, los refugiados no recibirán la residencia permanente sino temporal y no podrán traer a sus familias si no tienen ingresos. Este revolucionario cambio en la política de asilo sueca fue consensuado por seis partidos y presentado en una comparecencia inolvidable. El primer ministro, el socialdemócrata Stefan Löfven, explicó con franqueza: “Me duele que Suecia no sea capaz de recibir solicitantes de asilo al alto nivel actual. Simplemente, no podemos hacer más”, confesó, mientras a su lado la ministra y líder de los Verdes, Asa Romson, intentaba contener las lágrimas. Querían quitar atractivo a su país, que los refugiados eligieran también otros destinos. Era el 24 de noviembre. El Parlamento debate aún detalles de los cambios legales.
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Cola de migrantes llegados a Malmö desde Dinamarca el pasado noviembre.  REUTERS
Adriana Aguilar, 41 años, de Save the Children, considera que el cambio emprendido “es dramático” porque supone una ruptura. Teme que se diluyan los derechos de los menores y se viole la Convención del Niño. Recuerda con orgullo cómo en otoño se presentaron 400 voluntarios en la ONG, lo nunca visto. No todos siguen. Y eso que ahora, insiste esta costarricense que vive en Suecia hace 15 años, se libra la batalla clave, la de los derechos.
Son restricciones “recibidas con alivio por la sociedad”, explica el experto Emilsson. Él, como la mayoría de los suecos consultados, elude pronosticar si las limitaciones serán de verdad temporales o si es el inicio del fin de la generosa política sueca tras la Segunda Guerra Mundial siguiendo la estela de Dinamarca u Holanda. “Lo que se debate no es el coste, sino (cómo satisfacer)) la necesidad de viviendas” porque hay escasez crónica, de “nuevas escuelas, de profesores…”. Y si se integrarán.
Una simpática adolescente siria lamentaba la semana pasada en un sueco básico su mala suerte porque tras cuatro meses en el país nórdico la iban a devolver con su familia desde Malmö al primer país donde les registraron, a la Alemania con la que tantos sueñan.
El desafío es mayúsculo , pero hubo otros. Recuerda el experto en política migratoria que en los noventa, cuando llegaron los refugiados de las guerras de Yugoslavia, hubo pánico, más rechazo y ataques que ahora, que “su integración tardó mucho pero ha sido un éxito”. Entre las muchas preocupaciones actuales está, detalla, el acoso sexual. Ahí se ha roto otro tabú hace nada. Un informe policial de hace dos semanas indica que los refugiados menores no acompañados están sobrerrepresentados entre los acusados de acoso sexual en grupo en piscinas públicas. Impensable que hubiera trascendido antes. Explica Emilsson que “hay menos tabúes, pero persiste este idea de que si dices que los inmigrantes hacen algo malo puede beneficiar a los Demócratas Suecos”, el partido antiinmigración. A diferencia de lo que sucede en Dinamarca o Noruega, en Suecia nadie coopera con la formación xenófoba, que con el 12,9% del voto en 2014 es el tercer grupo parlamentario. Las encuestas le dan ahora el 20%-25%. En contraposición a DS, quien estuviera en la oposición, de izquierdas o derechas, ha reclamado una política de migratoria más abierta, según Emilsson.
Refugiados en el hotel de una estación de esquí donde fueron alojados en diciembre. REUTERS
Más de 35.000 adolescentes solos culminaron la travesía hasta Suecia. Cinco mil kilómetros en línea recta. La mayoría son afganos. Casi tres mil, chicas. Unos dos mil tenían menos de 12 años, unos 300 no habían cumplido los siete. Las autoridades los acogen con especial esmero. “No se imagina lo listos que son, son ambiciosos, entienden que tienen que aprender el idioma”, cuenta el palestino Srour. Viven en pequeños grupos con cuidadores en lugares no señalizados para evitar ataques xenófobos y van al cole.
Explica que, como oficial de integración, su prioridad es que los chavales “se sientan seguros”. Sin el temor permanente a ser atacado, extorsionado… También los introducen a los usos, costumbres y leyes de su nueva sociedad. “Les explicamos qué es aceptable aquí y qué no. No les decimos que sus códigos están mal. Nunca comparamos tipo ‘esto es bueno y aquello no’. Y todo se explica con prácticas, nada de clases”. Un caso recurrente es que les tengan que reiterar que en Suecia no se puede bromear con la violencia, que no puedes hacer que pegas a un colega ni de broma. Y si preguntan, que no suelen, también hablan de sexo; “les explicamos que 'un no es un no”. Las clases de sexualidad las reciben en la escuela, como cualquier adolescente sueco.
La mayoría intenta adaptarse, integrarse, lo intenta de verdad, recalca Srour. “pero no todos pueden volver a empezar”. Muchos están traumatizados. Y muchas familias han puesto una responsabilidad enorme sobre ellos. Las autoridades se esfuerzan en que mantengan contacto con sus padres pero a menudo es difícil que comprendan por qué no trabajan ni envían dinero a casa si ya están en la próspera Suecia.
Suecia ha sido víctima del egoísmo de los socios de la UE, de las reticencias a repartir la responsabilidad. Ha podido parar a tomar aire porque los controles de pasaportes y los cierres fronterizos han parado el flujo. Aunque los representantes suecos son muy cuidadosos de no apuntar con el dedo, sí recalcan que “Suecia, Alemania y Austria no pueden afrontar esta crisis solos”.
Mientras, Migración se afana por mejorar la acogida, empezando por el alojamiento. La aspiración es que, aunque apretados, tengan una vivienda con cocina propia y vecinos suecos. Para que eso se logre, otros pierden derechos. A partir del 1 de junio, los que han visto su petición de asilo denegada ya no tendrán techo, comida ni a la paga de seis euros al día para gastos hasta que abandonen Suecia salvo que tengan hijos menores de 18 años.

El bebé de King Kong

El bebé de King Kong

Es tema que merece ponerse en claro es la ira desatada contra el despiste de la madre, el propio niño de tres años de edad, el anónimo tirador que mató a Harambe

Harambe, gorila de los llamados espalda plateada, de 280 kilos de peso, parecía un King Kong a escala. Era uno de los casi mil gorilones de su especie que habitan zoológicos alrededor del mundo, originarios de Guinea en África donde sobreviven poco menos de 200,000 ejemplares. Harambe habitaba el espacio específicamente diseñado para su exhibición en simulada libertad en el Zoo de Cincinnati, Ohio, aislado por una reja, luego un espacio de tres a cuatro metros de vegetación tupida hasta llegar a una caída de más o menos cuatro metros, donde un dique de agua limitaba su territorio, o como dicen algunos: su espacio personal.
En días pasados, un niño de tres años de edad aprovechó un despiste de su mamá, se filtró entre los arbustos, luego de pasar por encima de la pequeña barda y cayó al vacío. Según los testigos, Harambe se alertó y bajó hacia el agua desde su lado, con el primer grito y el chapoteo que hizo el niño. Algunos interpretan que el inmenso gorila intentó rescatar él mismo al niño, arrastrándolo hacia un rincón y que –debido a que aumentaban los gritos y ya medio mundo veía la escena en videos de teléfonos o cámaras todoterreno—empezó a zarandearlo, arrastrándolo nuevamente del rincón al centro del falso riachuelo. En uno de los videos se observa que el Bebé de King Kong incluso le sube los pantalones al niño, como si fuera él también un inesperado Bebé de King Kong y aquí empieza a trastocarse todo el hecho; en el mismo video se escuchan los gritos de la madre del niño que le asegura que ella está cerca y que lo quiere mucho. Minutos después, las autoridades del zoológico deciden matar aHarambe y así salvar al niño, argumentando que el recurso de intentar dormir al Bebé de King Kong con tranquilizantes habría tomado demasiado tiempo, quizá lo suficiente como para que el tal Harambe matara al niño (quien resultó con heridas, por la caída y por las zarandeadas).
Al tiempo que las autoridades del Zoo de Cincinnati y los que conocen de veras el comportamiento de este tipo de gorilas aseguran que se trata de un animal violento, de tremenda fuerza y evidente peso, que –aún más, violentado por los gritos y la conmoción—muy probablemente terminaría por reventarle el cráneo al infante contra cualquier pared como si fuera un coco de golosina, la madre del niño ha declarado que, efectivamente, tuvo un despiste, un error absolutamente involuntario, perdiendo de vista a su hijo durante cruciales segundos y tratando de responder ante la enardecida opinión pública que ella dirige una guardería, que tiene una trayectoria intachable, que no sólo agradece lo que hicieron por su hijo los guardianes del zoo, sino que además lamenta la muerte del gorila. A contrapelo, los llamados animalistas han sostenido una vigilia de réquiem colocando flores en la estatua de un gorila parecido a Harambe y exigen que se finque responsabilidad a los padres del niño por lo que llaman “homicidio involuntario”. Se han desatado los memes, los chistes y los ánimos: hay quienes se refieren a la mamá del niño como simia, chango irracional e incluso, asesina y también quienes abiertamente sostienen que era preferible esperar a la posible ternura y natural instinto maternal del tal Harambe (que según ellos, terminaría por no sólo apapachar al niño, sino incluso intentar amamantarlo). Del otro lado de la jaula, también se escucha el clamor de quienes sin duda alguna anteponen la vida del niño a la del mono.
La polifacética cultura norteamericana es quizá por porcentajes la másanimalista entre las diversas sociedades del mundo occidental (por lo menos) y así como hay inmensas ciudades gringas con serios problemas de perros callejeros o sobrepoblación de ratas, hay vastos territorios que se dividen entre la preservación del bisonte ya cinematográfico y la caza mayor. Es todo un mundo, donde se han tenido que instalar detectores de metales en escuelas de barrios peligrosos y proliferan tiendas departamentales donde cualquiera puede comprar armas (desde pistolitas hasta bazookas) con sólo presentar una licencia de manejo y firmar bajo palabra que el comprador se encuentra bien de sus facultades mentales. Para muchos, el solo hecho de comprar un arma ya denota algún trastocamiento de las facultades mentales y para otros, no hay mejor manera de asistir a clases que con el auxilio de una buena navaja o un diminuto revólver.
Una vez más, el terrible cuento del animal enjaulado, el mismo que desveló a Kafka y la misma pulpa que subyace al dilema de La Bella y la Bestia en todas y la misma versiones de King Kong, impone la necesaria discusión sobre la pervivencia de los zoológicos en las ciudades del siglo XXI o incluso la sobrevivencia de los circos tal como los conocíamos en otras épocas. En el planeta del Cirque du Soleil y el musical del Rey León, ¿habrá que asumir que todo animal exótico ha de ser interpretado por gimnastas disfrazados y que las nuevas generaciones sólo conozcan al majestuoso elefante africano en video HD o bien en safaris y excursiones a los lugares de su hábitat natural? De mecanizarse así la cosa, ¿cómo garantizamos que las visitas al África ardiente realmente no conviertan a los antiguos paraísos vírgenes de los animales en su medio en tiraderos de hamburguesas y regueros de kétchup?
Lo que preocupa o por lo menos es tema que merece ponerse en claro es la ira desatada contra el despiste de la madre, el propio niño de tres años de edad, el anónimo tirador que mató a Harambe (muy probablemente el mismo custodio que lo alimentaba y cuidaba todos los días), pues todo ello subraya una lamentable arista de la llamada cultura animalista. Todos los días, a cada hora, las redes sociales se llenan de memes, comentarios, videos, interpretaciones e incluso, lo que podrían considerarse opiniones, en torno a toreros corneados, banderilleros muertos y demás protagonistas de las corridas de toros en Hispanoamérica y Sur de Francia. Una cosa es la muy respetable postura en contra y otra, muy diferente, la celebración de la muerte de un ser humano como contrapeso al martirio o lidia, asesinato o muerte de un toro bravo. Definamos los términos y pongámonos de acuerdo si la muy lamentable liquidación de Harambees etimológicamente un homicidio y definamos por escrito y ante los tribunales donde se supone que como sociedad, racional, hemos sentado en papel legislación y concierto, si de veras es aceptable que grupos contrarios a la celebración de corridas de toros puedan agredir físicamente a los aficionados que asisten a tales espectáculos, con boletos comprados a una empresa legalizada y sancionada por autoridades de cada ciudad o ¿estamos también en el umbral de una nueva era dónde todo visitante a los zoológicos corre el riesgo de ser apedreado por los hijos de King Kong que intentarán impedir nuestra visita?
Constantemente remito a cualquier interesado en la luminosa reflexión con la que Fernando Savater distingue que en términos de derechos animales, no goza de los mismos la mosca que el camello; no damos el mismo derecho ni consideración al gato casero que a la gallina del Coronel Sanders. Quien quiera de veras defender al toro de lidia debe asumir que la suspensión de sus corridas implica la desaparición de su especie y que un toro de lidia no es igual a la vaca gallega o al cabestro cebú del trópico. Si la argumentación se dirige a la consecución de convertirnos a todos en veganos, asumamos que se niega la libre elección de todo glotón aficionado a los callos a la madrileña o los tacos al pastor.
Hace años se planteaba como perogrullada en clases de Historia de la Cultura la famosa paradoja de qué haría el alumno ante una casa en llamas, con la única posibilidad de salvar –uno de dos—del incendio a un bebé recién nacido o al auténtico cuadro de la Mona Lisa de Da Vinci. Quienes optaban por la Gioconda de Leonardo, quedaban tatuados como enemigos de la humanidad, héroes delarte por el arte y quienes declaraban salvar al infante, jugaban al azar de que el bebé podría crecer hasta convertirse en experto en la vida y obra de Leonardo o incluso, pintar él mismo un cuadro que salvaría a la Gioconda por superarle su sonrisa enigmática con una rara agua del azar.
No lo piensen dos veces: si me viene encima un Gorila como Harambe (aunque me supere por pocos kilos de peso), agradecería con sincero aprecio que lo liquiden antes de despedazarme y si cualesquier hijo de King Kong intentase lastimar a mis hijos, me transformo yo mismo en simio de la estepa solitaria, con toda consecuencia tranquilizante o jurídica. Si los desatados animalistas desean seguir en la intransigencia de agredir al prójimo a las puertas de las plazas de toros, en vez de poner debidamente por escrito su derecho a protestar y de manera civilizada elevar el debate al plano racional (es decir, conociendo debidamente el tema contra el que se manifiestan), repito: si desean seguir aventándose de espontáneos para abrazar a toros muertos, al punto de su arrastre hacia el destazadero (de donde parte el rabo de toro que luego comen en el bar del hotel antes de volver a Holanda), asuman el riesgo de que algún aficionado enloquecido quiera responder con la misma animalidad y entonces sí, las autoridades tendrían en las manos el tema de una consuetudinaria batalla a pedradas y puñetazos, allende todo Reglamento Taurino Vigente (por cierto, legislado en todas las plazas donde se celebran ese tipo de espectáculos) y próximo galimatías para todo Código Penal o Civil de Hispanoamérica. Por lo mismo, la mayoría de los aficionados a las corridas de toros y los matadores, banderilleros y todo participante en ellas antepone la vida de cualquier espontáneo a la del toro mismo, por si acaso deciden los antis tan progresaventarse a abrazar un toro bravo, antes de que llegue a la estocada, cuando está en plenitud de facultades para zarandearlos como un Harambe y cornearlos como ningún gorila es capaz (a menos de que sea el Caín de Kubrick, con la mítica quijada de burro de la Odisea 2001 en el espacio que ahora habitamos).
Es muy lamentable que el inmenso gorila de Cincinnati haya tenido que caer abatido, pero parece increíble que el hecho redunde en la discusión irracional sobre si se debió o no salvar la vida de un niño de tres años de edad. Indudablemente, la madre y el propio niño ya enfrentan no pocos días de desasosiego, si no de abierto infierno, por la lluvia de injurias, comparaciones con el dentista que mató al más famoso león del África y la imputada culpa por el descuido. Queda la duda, si el niño llegará a convertirse como adulto en benefactor de otros gorilas, científico descubridor de la cura contra el cáncer, siniestro cazador de toda especie en peligro de extinción o bien, enloquecido francotirador que realizará una carnicería en una cafetería universitaria, libre de humo, vegana y con pago y servicio mecanizados.