lunes, 11 de mayo de 2015

El mundo los espera / Denise Dresser

Día de las Madres. Día en el cual -según las convenciones sociales de la época- a uno la llevan a comer, la celebran, le envían flores, le escriben tarjetas. Pero prefiero usar el momento de otra manera, para escribirle a mis hijos y a los hijos de quienes me leen lo que quisiera que supieran. Aquí desde la humildad, desde la imperfección, desde los errores y también, espero, los aciertos. Ser madre no es tarea fácil ni viene con un manual de instrucciones. A veces he deseado para ustedes cosas que no desean para sí mismos. A veces no he sabido dónde acabo yo y dónde comienzan ustedes.

Lo que sí sé con prístina claridad es que he tratado de educarlos para vivir con un sentido de obligación moral. Con un sentido de responsabilidad con su país y con su mundo. Para ser auténticos y audaces y agitadores y abrir los brazos a lo nuevo, lo inexplorado. Para combatir el sexismo y el racismo y el militarismo y todos los ismos que aún nos aquejan. Para entender que vivirán el gozo inexplicable y la tragedia más allá de las lágrimas. Y en ese camino, ojalá nunca sigan a los héroes decorados del fraude y la corrupción ni emulen las fallas de nuestro país y de nuestro tiempo. Más bien están aquí para crear comunidades de poesía y mariposas y amistad y causas y besos y verdad y posibilidad.

He tratado de educarlos para que participen, porque la democracia no es un deporte de espectadores. He intentado criarlos para que en vez de preguntar ¿Por qué no alguien hace algo? pregunten ¿Por qué no hago algo yo?. Y sí, quiero que busquen la felicidad, pero creo que proviene de hacer cosas que valen la pena. La felicidad no es suficiente, como escribió Toni Morrison. El éxito personal desligado o desentendido de la justicia social equivale a una vida trivial. Equivale a verse bien en vez de hacer el bien.

Y aspiro a más para ustedes. Hay mucho trabajo serio, difícil, noble que hacer. Cambiar lo que hay que cambiar. Están aquí para ser -como lo escribía Aristóteles- animales políticos. Están aquí para ser ciudadanos efectivos en búsqueda de una democracia pluralista, liberal, anti-tribal. ¿Y por qué ustedes y tantos jóvenes más de su generación? Porque el mundo y el país no pueden esperar. Porque son ciudadanos de una democracia fallida e imperfecta, pero ciudadanos al fin . Y eso implica estar casados con lo político sin posibilidad de divorcio, como dice el dramaturgo Tony Kushner. No actuar es actuar. No votar es votar. Si se rehusan a actuar le abrirán la puerta al mal que se cuela; al mal que está muy contento con la impunidad y los feminicidios. Estos son tiempos monstruosos de estudiantes calcinados y jornaleros golpeados.

Ante estos tiempos nublados la esperanza que insisto en transmitirles no es una elección. Es una obligación. Y la esperanza no es ingenua; todos los días lucha contra la desesperanza. Pero si pierden la esperanza pierden el alma, y si la pierden se volverán como esos zombies de las películas que les gusta ver y que caminan por tantas oficinas de este gobierno. Piensen en las palabras del poeta Czeslaw Milosz: ... el día se acerca a otro, haz lo que puedas.

Y sigan leyendo muchos libros porque cuando leemos -escribe Collum McCann- empezamos a vivir en los cuerpos de otros. En la madre que busca desesperadamente a su hijo y no acepta el ya supérenlo. En el migrante que se sube a La Bestia sólo para acabar empacando carne en una gélida fábrica en Dakota, atrapado en una jaula de oro. En la mujer encarcelada por ser mala madre ya que no pudo hacer nada cuando su novio aventó a su hijo contra una pared, matándolo. Lean para que puedan engarzar la empatía con la compasión y con la acción transformadora.

Finalmente, si no están de acuerdo con estas palabras que les escribo, cuestiónenlas. Cuestiónenme. Son hijos de la inteligencia libre; así los eduqué. Para que piensen por sí mismos, para que cultiven su humanidad a través del debate. Sólo les pido que ante los retos extraordinarios que enfrenten en México y más allá, traten de restaurar algo de la belleza y la paz y la justicia que hemos perdido. Traten de conjugar esas palabras que comienzan con la letra r: reconstruir, reformar, reinventar, reimaginar, reconsiderar. Conéctense de manera profunda a su patria y a quienes la habitan. Ese sería para mí el mejor regalo de Día de las Madres: que dejarán su país maltrecho mejor que como lo encontraron. Que recordarán la valentía que cargan adentro para hacer cosas extraordinarias, milagros incluso. Y por cierto, gracias por el privilegio de ser madre, su madre.

miércoles, 29 de abril de 2015

Nepal y la Brecha de Guerrero Pascal Beltrán del Río

Como ocurrió con el terremoto de Haití hace un lustro, el que sacudió a Nepal el pasado fin de semana ha dejado al descubierto las carencias de uno de los países más pobres del mundo.

La naturaleza ha vuelto a ensañarse con los miserables. Con los de un país de 28 millones de habitantes cuyo ingreso promedio per cápita es de dos dólares al día.

De las 43 naciones con menor índice de desarrollo del mundo -medido por la ONU- sólo ocho no están en África. Una de ellas es Nepal. Aparece en el lugar 145 de 187 países.

En realidad, el desastre que ha dejado cerca de cinco mil muertos -la cifra seguramente crecerá en los próximos días- era un acontecimiento esperado.

No se puede detener el avance de las placas tectónicas que a lo largo de millones de años han dado a la Tierra los contornos geográficos y la orografía que hoy tiene.

Las altas cumbres de la cordillera del Himalaya son un recordatorio de un acontecimiento geológico que ocurrió hace 40 millones de años: la colisión de India con Asia.

Nepal se encuentra en el punto de encuentro de las placas Índica y Euroasiática. La Sociedad Geológica británica calcula que, hace 70 millones de años, el territorio que hoy es la India estaba separado de lo que hoy es Asia por seis mil 400 kilómetros de mar.

El brutal choque de esas masas no ha cesado, pues el Himalaya aún crece a un ritmo de entre uno y cinco centímetros por año. Los especialistas calculan que a causa del sismo del sábado, Katmandú, la capital nepalí, se desplazó tres metros hacia el sur.

Para prepararse ante lo inevitable -un terremoto de esa magnitud ocurre en Nepal cada 75 años en promedio-, los niños de Katmandú han sido dotados de silbatos para que los rescatistas puedan encontrarlos entre los escombros. Es la única solución que se puede encontrar en medio de la pobreza.

Aunque el desastre aún no termina -ayer la agencia AP daba cuenta de que un río de lodo había sepultado la aldea de Ghodatabela-, ya aparecieron dos lecciones que, inevitablemente, se aplican a México:

1 No se puede luchar contra el desplazamiento de las placas tectónicas, y, si se quiere evitar desastres similares en el futuro, no queda más que hacer caso de la naturaleza y de los expertos que la interpretan. Las construcciones en zonas sísmicas deben ser más resistentes que en otras. Hay algunas que son demasiado peligrosas para ser habitadas. Eso implica que el Estado informe e invierta, si se quiere salvar vidas.

2 La otra es luchar contra la pobreza sin soluciones demagógicas. Los gobiernos comunistas de Nepal 2008-2013 fueron buenos para ampliar derechos sociales -es el único país de Asia, que yo sepa, que permite el matrimonio entre personas del mismo sexo-, pero malos para generar crecimiento y prosperidad. Grecia quizá enfrente lo mismo con Syriza. Lo que saca a los pueblos de la pobreza es el empleo.

En México tenemos una larga historia de lidiar con movimientos telúricos. Sabemos de lo que son capaces. Y, para ser justos, hay que decir que se ha avanzado mucho en materia de protección civil.

Sin embargo, estamos seguros que se puede y se debe hacer mucho más que simulacros de evacuación. Esos ya los hacemos muy bien. Ahora tenemos que prepararnos para terremotos tan fuertes o más como los que ocurrieron hace ya casi 30 años y cambiaron la forma en que los mexicanos hacen frente a esos fenómenos.

Sabemos que en la Costa Grande de Guerrero hay una brecha sísmica de 230 kilómetros de longitud, que corre de Acapulco a Papanoa, en el municipio de Tecpan de Galeana.

Gracias a los sismólogos, sabemos que la llamada Brecha de Guerrero ha concentrado energía a lo largo de más de un siglo, pues el último terremoto que tuvo su epicentro allí ocurrió en diciembre de 1911, cuando la Ciudad de México no llegaba a 500 mil habitantes. Aquel sismo destruyó Acapulco -que, evidentemente, no era lo que es hoy- y derrumbó un tramo del techo del mercado de La Merced.

Con todos nuestros avances en materia de protección civil, ¿realmente estamos listos para cuando nos golpee nuevamente un sismo de gran magnitud?

Nepal - Yuriria Sierra

Un ligero sismo nos sorprendió ayer. Poquito antes de comenzar la Segunda Emisión de C3N ¡qué tino tengo: el de ayer fue mi cuarto temblor al aire!. Fue leve: 5.5 grados. Nuestro país se encuentra sobre placas en constante actividad. Lo sabemos, luego de tristes y trágicas experiencias. Aunque justo han sido ellas las que nos han obligado a mejorar nuestros protocolos. Si bien es cierto que los desastres naturales son imposibles de controlar, sí podemos vigilar nuestra manera de afrontarlos y atenderlos.

Muy distinto a lo que se puede contar de otras partes del mundo. Recuerdo cuando Haití se sacudió, hace cinco años. Era 2010 y un sismo agitó tanto a la isla, que vimos cómo se vino abajo, incluso, su Palacio Nacional, que hasta ese día hacía de residencia del presidente del país, ese país que, adicionalmente, es el más pobre de la región. Uno de los más tristes episodios vividos en los últimos años. La rudeza que, a veces, nos demuestra la naturaleza, hasta parece saña cuando recae sobre los países más desprotegidos.

Justo como ocurre ahora en Nepal. El terremoto de 7.8 grados registrado el sábado ha dejado un saldo de más de 5 mil muertos se teme que la cifra se duplique. Y no es que en el movimiento de la tierra haya quedado todo. Los escombros son ahora rociados por el agua de las lluvias, que no paran de caer y dificultar las labores de rescate. Las familias que lo perdieron todo o lo poquito que tenían, ahora buscan refugio en las casas de campaña que serán su hogar por un tiempo indefinido. Es una imagen casi apocalíptica. Y, al dolor de las pérdidas humanas, se unen la impotencia y la carencia. Los damnificados suman más de ocho millones de personas, según lo estima la ONU. Ocho millones en un país de 28 millones de habitantes. La cifra es aterradora. Por su parte, el primer ministro del Nepal, Sushil Koirala, informa que se tienen 16 campamentos oficiales para damnificados. Por supuesto, una cantidad irrisoria si se piensa en la proporción del desastre. Apenas en el centro de Katmandú se encuentran alrededor de 6 mil personas, declaraba el ministro del Interior, Bam Dev Gautam.

En vistas satelitales, las imágenes expresan la magnitud del horror. Tal como sucedió en Haití, en las varias localidades afectadas de Nepal vemos que donde antes había enormes monumentos históricos, antes hermosas ruinas, ahora sólo hay escombros. No ruinas, sino escombros sobre las ruinas. En los campos, que antes eran verdes, ahora hay una multitud de casas de campaña y un número mayor de personas que se refugian ahí de su dolor y de la lluvia. Las calles vueltas crematorios al aire libre de cuerpos que, hasta hace unos días, tenían planes para el año que entra, personas esperándolos en casa, un empleo, una rutina, muchos sueños... que hoy son incinerados en hogueras urgentes.

Y eso sólo en las localidades más urbanas. Porque también en ese otro polo de turistas, las montañas más altas del mundo y, en particular, el Everest, donde 22 alpinistas perdieron la vida el día del terremoto, tras una avalancha. Un campamento entero se convirtió en sepulcro vestido de blanco. Un alpinista logró tomar su celular para grabar las imágenes. Otro alpinista, éste de origen mexicano, se encontraba en el campo base del Everest, en la cara norte, del lado del Tíbet, sin que sufriera daño alguno. Él, junto con otros 37 mexicanos, que se encontraban en Nepal al momento del sismo, por fortuna, todos fueron localizados por la SRE con vida. Y, ayer, inesperadamente, volvió desde la montaña: otra avalancha se registró en el distrito de Rasuwa, desapareciendo con ella a cerca de 250 personas.

El de Nepal es otro de tantos episodios en los que observamos nuestra vulnerabilidad; aunque también nuestra mejor cara: la solidaridad y el sentido de supervivencia. Por un lado, la ayuda intenta llegar desde todos los rincones del mundo, ya van en camino nuestros siempre dispuestos Topos; y por otro, las ganas de los mismos damnificados que mientras asimilan los hechos y se refugian donde pueden, ayudan y con sus propias manos intentan levantar los escombros.


La semana pasada también, las erupciones de volcanes en Chile y Costa Rica. Imposible evitar el pensamiento mágico y decir, decirnos: la Tierra, nuestra casa la única que tenemos, está enojada, nuestra casa se había estado quejando: ahora parece estar furiosa...

viernes, 17 de abril de 2015

Último redoble / Juan Villoro

Nacido en la Ciudad Libre de Danzig en 1927, Günter Grass pasó su infancia entre la cultura alemana y la polaca. Ese espacio desapareció de la realidad con la Segunda Guerra Mundial, pero perdura en la memoria gracias al torrente narrativo de la Trilogía de Danzig.

La Alemania de posguerra se sumió en la niebla y la noche. Theodor W. Adorno juzgó imposible escribir poesía después de Auschwitz y George Steiner, joven león de la crítica judía, desconfió de un idioma envilecido por la propaganda nazi. Los intelectuales alemanes decretaron la Hora Cero para romper con la tradición. En ese entorno devastado, emergió un insólito protagonista: el pequeño Oskar Matzerath tocó su tambor de hojalata. Su redoble marcó el inicio de la Trilogía de Danzig y el renacimiento de la lengua alemana.

Publicada en 1959, El tambor de hojalata aborda el nazismo desde la inocente e irónica perspectiva de un niño que se niega a crecer. Como en los cuentos de Hoffmann y los hermanos Grimm, el protagonista dispone de un juguete mágico: un tambor con el que impone sus caprichos.

Traducida al español en forma espléndida por Carlos Gerhard y adaptada al cine por Volker Schlöndorff, El tambor de hojalata desafió a Grass a estar a la altura de esa temprana obra maestra. No siempre lo logró, pero no dejó de intentarlo. El disciplinado Thomas Mann señalaba que el talento literario no se mide por la mejor obra, sino por la vastedad del esfuerzo. El rodaballo, Encuentro en Telgte, Malos presagios, Es cuento largo, La ratesa y Mi siglo son algunos de los títulos con los que Grass fue fiel a ese principio y que el titánico Miguel Sáenz vertió al español.

Acostumbrado a escribir de pie y leer en voz alta sus textos, Grass usó el lenguaje como una materia dúctil. Su pasión por el grabado y la cocina se extendió a la búsqueda de matices e ingredientes para las palabras, y su trato con la escultura le permitió entender sus novelas como bloques de mármol que debían ser abordados de distintos ángulos para extraer de ahí una figura.

Su paso por la política no fue menos intenso. Socialdemócrata convencido, criticó la represión de los obreros en la RDA, apoyó la política hacia el Este de Willy Brandt, condenó el militarismo de Israel, defendió el derecho de Grecia a pertenecer a Europa y se opuso a la precipitada reunificación alemana. Polemista de primer orden, se sentía cómodo ante un buen adversario. Cuando se hartó de sus combates, buscó alivio en otras inquietudes y se mudó por un año a Calcuta.

Sus posturas políticas y sus experimentos literarios no siempre gozaron de consenso, pero no pasaron inadvertidos. El gran pope de la crítica alemana, Marcel Reich-Ranicki, señaló los excesos y las deficiencias de Grass, pero reconoció que se trataba del mejor escritor vivo en lengua alemana.

Quienes lo tratamos, conocimos a un interlocutor que tardaba en pronunciarse ante asuntos de importancia y se apresuraba a hablar de comida, tabaco, futbol, animales en especial, los favoritos de las brujas o su abuela polaca. Su condición de intelectual público no lo privó de ser un hombre franco y curioso, siempre en busca de un buen guiso o un buen chisme. Enemigo de los fastos, prefería una mesa sin mantel.

En 1999 recibió el Premio Nobel de Literatura. Ocho años después publicó su libro de memorias, Pelando la cebolla, donde confesó haber pertenecido a las tropas de la SS. Este tardío mea culpa fue visto como un doble oportunismo: calló para obtener el Nobel y luego actuó como agente provocador para beneficiarse del escándalo. Al margen de la forma en que el autor construyó su imagen, Pelando la cebolla es un libro excepcional. En una escena, Grass se pierde en el bosque, espacio mágico de los cuentos de hadas alemanes. De pronto, oye ruido. Alguien anda por ahí. ¿Un alemán o un enemigo? El desconocido también advierte otra presencia; para identificarse, silba unas notas de una canción infantil. Grass capta el mensaje y silba la siguiente estrofa. En el país aniquilado por la guerra, una canción infantil salva a dos alemanes. El futuro novelista no olvidó la lección que le deparó el bosque que aún podía ser encantado.

Su muerte, ocurrida hace unos días, obliga a recordar la escena más triste de su principal novela. Oskar recibe su tambor de manos del juguetero judío Sigismund Markus. En la Noche de los cristales rotos, la juguetería es destrozada y Markus se suicida.

Pero la política puede redimirse con la fantasía: Alemania se perdió a sí misma a través de las armas y recuperó su idioma gracias a un juguete.

viernes, 23 de enero de 2015

Atrapados en la prensa / Juan Villoro

23 Ene. 2015

Conocí a Fernando de las Peñas en la escuela de nuestros hijos. Él llevaba un ejemplar de El País y eso permitió que habláramos de las noticias del día. Muchos años después, me ha escrito para compartir otra historia de la prensa, vinculada con el terrible asesinato de los caricaturistas de Charlie Hebdo.

Formado como ingeniero electrónico, Fernando trabajó durante años para una compañía transnacional que lo llevó a París. Hace poco se retiró de la empresa para dedicarse a la lectura, estudiar historia del arte en el Louvre y recorrer las calles parisinas. A propósito de esto último, recuerda que Balzac hablaba de la gastronomía del ojo para referirse a los placeres urbanos que entran por la vista, y que el contundente Victor Hugo sentenciaba: Errar es humano, vagabundear es parisino.

Los paseos suelen llevar a Fernando a un punto definido. Desde su primer viaje a París, hace casi cuarenta años, se aficionó a comprar el periódico en un kiosco frente al Deux Magots, el café donde Sartre fumaba y escribía. Este rito lo llevó a trabar amistad con Monsieur Patrick, encargado del kiosco, que había vendido noticias desde la posguerra sin saber que formaría parte de una de las más dramáticas.

Según cuenta Fernando, el día del atentado en Charlie Hebdo, dos de sus principales caricaturistas reiteraron su costumbre de comprar el diario frente al Deux Magots: Pasadas las once de la mañana, Patrick dejó su puesto a uno de sus ayudantes y se dirigió a casa ignorando los acontecimientos en el distrito XI de París. El tráfico te da para pensar muchas cosas, pero nunca que a algunos de tus clientes los están asesinando en su oficina. Pero así era. Fernando continúa narrando la peripecia de Patrick: Poco antes de llegar a su casa en el norte de la ciudad, un par de tipos le cierran el paso y de manera enérgica, pero muy controlada -uno con un AK-47, el otro con un lanzagranadas-, le dicen: Bájate, necesitamos el auto.

Ante esa escena que parece salida de alguna paranoica fantasía cinematográfica, el periodiquero pide le dejen bajar a su perro, llama a la policía e inmediatamente lo llevan a una sede de inteligencia del gobierno, donde ofrece una de las primeras pistas sólidas sobre la huida de los asesinos del Charlie Hebdo. Mientras tanto, los hermanos Kouachi siguen en su auto y se refugian en una imprenta donde finalmente se enfrentan a los agentes del Estado y mueren, concluye Fernando.

Quienes pretendían silenciar a los periodistas ingresaron en una trama de la que no podrían salir, una trama que dependía de la forma en que se escriben, se imprimen y se distribuyen las noticias.

En la cadena de coincidencias que llevó del crimen a la captura se advierte la deliberación de lo que, a falta de mejor palabra, llamamos destino. Un designio simbólico se insinúa en esos hechos. Los Kouachi podían haber detenido algún otro auto, pero se toparon con el del hombre que reparte las noticias. Enemigos de la prensa, no escaparían de ella. Buscaron refugio en una imprenta mientras el voceador daba parte a la policía.

El más célebre comensal del Deux Magots, Jean-Paul Sartre, defendió la libertad de expresión a riesgo de ser arrestado. Durante el movimiento estudiantil del 68, el general Charles de Gaulle lanzó una cruzada contra los periódicos que más lo criticaban, Libération y La cause du peuple. En respuesta, el autor de El ser y la nada salió a la calle a repartirlos y fue detenido. Cuando De Gaulle lo supo, habló a la gendarmería para decir: En Francia no se mete a la cárcel a Voltaire. El grandilocuente patriotismo de esta frase demuestra que la libertad de expresión se ejerce en condiciones relativas.

Tiempo antes, el Presidente y el ciudadano crítico habían tenido un desencuentro. De Gaulle lo llamó maestro y Sartre respondió: Sólo soy maestro para los camareros que saben que escribo.

Hoy en día, los sucesores de esos camareros discuten las noticias con su vecino, Monsieur Patrick.

Diez periodistas murieron sin más armas que sus lápices. Como si alguien la escribiera, la realidad urdió un relato ejemplar para atrapar a los verdugos. ¿El que a prensa mata, a prensa muere?, pregunta Fernando, cazador de esta historia.







Monsieur Patrick no ha recuperado su auto, pero vende más periódicos que nunca.

viernes, 9 de enero de 2015

Don Julio / Juan Villoro

09 Ene. 2015

Por intermediación de Miguel Ángel Granados Chapa, Vicente Leñero recibió una invitación a trabajar en Excélsior y una advertencia: si se entrevistaba con Julio Scherer García, no le podría decir que no.

En su excepcional crónica Los periodistas, Leñero recoge el episodio y habla de la cordialidad sofocante con la que Scherer imponía sus designios. Una invitación suya equivalía a una orden de Zeus. No había modo de zafarse. En una ocasión me llamó para hacer un reportaje en Cuba. Las principales plantas de electricidad de la isla estaban averiadas. Al otro lado de la línea, la voz que ya formaba parte de la mitología dijo: ¡Es un país sin luz! ¡Dígame que el tema le encanta! ¿Cómo despegan los aviones?, ¿cómo operan los médicos?, ¿cómo se conserva la comida?. Recordé la frase de Martí: Dos patrias tengo yo: Cuba y la noche. Ambas se habían convertido en una sola. Colgué el teléfono agradecido por una oportunidad que minutos antes me hubiera parecido un agobio.

Poco antes de partir supe que ya había luz en la isla. Llamé a Scherer. Con temple de oráculo, dijo: Le voy a dar la más temible instrucción para un cronista: haga lo que le dé la gana.

A don Julio le agradecías que te lanzara al mar sin salvavidas. Su carisma derivaba de una extraña mezcla de afecto y pasión inquisitiva. Te convencía de cualquier cosa como quien hace un favor. Solía fraguar sus planes en restaurantes; aguardaba a sus invitados en la puerta, como si no pudiera entrar sin ellos, y les entregaba un regalo, generalmente un libro, escogido para demostrar que conocía a su interlocutor.

Acostumbrado a embestir sus propios molinos de viento, le exasperaba que el Quijote confundiera tanto la realidad con la ficción. En una ocasión, seleccionó varios pasajes del libro para que se los resumiera. Trataban de los atributos imaginarios que se le agregan al amado. Alguien lo había considerado digno de semejante fantasía. En efecto: el cazador de datos era un romántico dispuesto a sobrellevar la amargura de la verdad con los trabajos del corazón.

De 1968 a 1976 cambió el rostro del periodismo mexicano al frente del Excélsior. Después del golpe propiciado por el presidente Echeverría, desplegó veinte años de magisterio en la revista Proceso.

En una crónica publicada en La Jornada Semanal en 1996, Vicente Leñero contó que Carlos Salinas de Gortari le dijo que había llegado el momento de trascender al director de Proceso. Este mensaje oblicuo se parecía al que recibió Scherer del gobierno de Echeverría, sugiriéndole que prescindiera de su segundo apellido así, entendió que le pedían que eliminara a su editorialista Gastón García Cantú. Scherer y Leñero se negaron a aceptar la sibilina invitación a hacer las paces con el gobierno y a recibir los favores que suelen cristalizar en inexplicables casas en Las Lomas.

En Scherer, la pasión se mezclaba con la disciplina. Admiraba el tono épico del himno soviético, la entrega de la selección alemana, la capacidad de discutir con reglas severas de los jesuitas. En compañía del sacerdote Enrique Maza, el novelista Vicente Leñero y el poeta católico Javier Sicilia, polemizaba sobre religión con la voraz curiosidad de quien busca arrancarle una exclusiva a Dios. No es casual que sus libros fueran actos de pasión. Nada lo dejaba indiferente. Se sometía al incontrovertible tribunal de los hechos, pero no se guardaba un solo sentimiento. Con el tiempo, se convirtió en inevitable protagonista de sus crónicas; los personajes provocaban sucesos para que él los narrara.

En 2010 recibió la invitación de Ismael Mayo Zambada a su guarida. A los 84 años, el reportero había ganado otra exclusiva. En forma esperada, fue criticado por no ofrecer datos que llevaran a la captura. Scherer dijo que era periodista, no delator, y anunció que si el diablo le concedía una cita, iría al infierno.

Su breve estampa de Zambada recoge la perplejidad de un testigo ante la historia bronca, a punto de estallar, y debe figurar en toda antología que registre encuentros de ese tipo, junto a la visita de Graham Greene al destartalado cuartel del insurrecto general Saturnino Cedillo o a la primera reunión de Martín Luis Guzmán con Pancho Villa.

Varias veces traté en vano de entrevistarlo. Yo hago entrevistas, no las doy, aclaraba. Su voz enfática hacía preguntas y daba órdenes de trabajo. Su avasallante personalidad existía en función de los demás. El infierno son los otros, dice un personaje de Sartre.

El portentoso Julio Scherer concibió un extraño paraíso donde los otros siempre tienen algo que decir.

Julio Scherer / Carmen Aristegui F.

09 Ene. 2015

El día en que Francia y el mundo se sacudían con la noticia del atentado contra la revista Charlie Hebdo -en el que, al grito de Dios es grande, se asesinaba a ráfaga vil a un grupo de caricaturistas críticos e irreverentes- es el mismo día en que, a horas de la madrugada, dejaba esta vida el periodista Julio Scherer. Qué mala pasada. ¿Qué hubiera dicho Don Julio de tan funesta coincidencia?

A primeras horas de la mañana, Proceso difundió la noticia a través de un texto que empezó a escribirse horas antes del deceso:

Esta madrugada, alrededor de las 4:30 horas falleció el periodista Julio Scherer García... Llevaba poco más de dos años enfermo... En abril, cumpliría 89 años. El 17 de octubre pasado hizo lo que sería su última visita a la redacción que tanto amó..., escribía, en ese texto, Alejandro Caballero, el atribulado periodista que recibió la difícil encomienda, de su director Rafael Rodríguez Castañeda, para escribir el reportaje especial con el que la revista Proceso anunciaría, horas después, la muerte de su fundador.

La noticia sacudió de inmediato. Moría el periodista y escritor más reconocido de México de las últimas décadas; el protagonista de las grandes batallas por la prensa crítica e independiente en tiempos del autoritarismo pleno; el periodista que sorteó, junto con otros colegas, el peor de los embates posibles en el México del presidencialismo a ultranza: el golpe a Excélsior, operado desde la Presidencia de Luis Echeverría. El golpe de julio de 1976 significó un parteaguas no solo para medios y periodistas, sino para la vida de la nación. La historia se encargó, como se sabe, de colocar cada cosa en su lugar. Echeverría vive, en el ostracismo, los días que le quedan en su casa de San Jerónimo. A raíz de su muerte, la figura de Scherer se ve envuelta en honores: portadas, editoriales, planas enteras, artículos de opinión y cientos de mensajes en las redes sociales. Con un minuto de silencio en el Congreso, homenajes en curso y larga lista de esquelas y reconocimientos, Julio Scherer, ya sin posibilidad de opinar ni de oponerse, muere en calidad de leyenda.

Su historia es la del joven que abandonó sus estudios para dedicarse a la prensa. Del muchacho que escaló desde el primer escalón -de joven mandadero- hasta el último como director general del periódico que llegó a ser reconocido como uno de los más importantes del mundo. La leyenda de Scherer se construyó, también, a partir de grandes reportajes, revelaciones, libros, portadas de alto impacto y una larga lista de entrevistas únicas: John F. Kennedy, el Che Guevara, Fidel Castro, Konrad Adenauer, Revueltas, Octavio Paz, Heberto Castillo, María Félix, Allende, Pinochet, Picasso y un largo etcétera que, lamentablemente, no pudo incluir a Mandela.

Si el diablo me ofrece una entrevista, voy a los infiernos, dijo algún día. A veces tímido, a veces tormenta, Scherer se metió en cárceles, selvas, guaridas, cuarteles, oficinas de presidentes y campos de guerra.

En los últimos años, logró que consumados criminales contaran su vida y sus obras: Caro Quintero, El Mochaorejas, Sandra Ávila y las historias de niñas y niños criminales, que quedaron retratados en páginas de sus reportajes y libros.

Pierna con pierna, conversó con el subcomandante Marcos en la insólita entrevista, grabada en la Ciudad de México y transmitida por el canal 2.

Posó a la cámara con El Mayo Zambada para dejar registro del encuentro con el capo que lo invitó a desayunar porque tenía ganas de conocerlo. La foto se convirtió en portada y dio pie a la narración de Scherer sobre sus fallidos intentos para lograr una entrevista que nunca fue conseguida.

Implacable, incisivo pero, al mismo tiempo, dueño de una personalidad entrañable y cálida, Julio Scherer se convirtió en el periodista por antonomasia. Decidido a hacer lo que fuera para lograr sus propósitos, fue capaz de esperar, parado, durante horas, junto a un elevador hasta que saliera, por ahí, el comandante Fidel Castro. Logró, finalmente, la entrevista anhelada en el marco del triunfo de la revolución. Esta anécdota la contó a CNN su colega y amiga Elena Poniatowska la misma noche del día en que Julio murió y a un año exacto de la última aparición pública del ex mandatario cubano.

La vida de Scherer estuvo ligada estrechamente a la de Vicente Leñero, recientemente muerto también. No supo Julio de la muerte de Vicente. No supo Vicente que Julio se iría sólo algunas semanas después que él. Todos sabemos que se fueron juntos.