lunes, 23 de octubre de 2017

En las garras de la pornografía moderna


En 2017, la edad promedio en que los niños ven pornografía por primera vez es a los 11 años y casi 90% de las escenas contienen violencia contra la mujer 

23/10/2017 | 02:04 | 

León Krauze 

Después de años de loas indisputables, nuestra devoción por la tecnología atraviesa por un necesario periodo de escrutinio. Por una larga lista de defectos que van desde su propensión monopólica (tan extraña en una generación que se precia, en teoría, de la defensa de valores diametralmente opuestos) hasta su vulnerabilidad en la lucha contra la propaganda y la era de la post-verdad, las grandes compañías de Internet (Google, Facebook, Twitter) que antes eran motivo de celebración absoluta hoy son vistas con merecida sospecha. Solucionar los problemas de la era digital y la aldea global requerirá, sospecho, de una combinación improbable: imaginación desde las instituciones públicas, introspección y auto-regulación dentro de esas enormes empresas y, crucialmente, sensatez de nosotros, el público consumidor. El escenario contrario —un círculo vicioso de inacción gubernamental, indolencia corporativa y adicción tecnológica— puede abrir la puerta a escenarios de consecuencias duraderas y, me temo, gravísimas. 

El ejemplo perfecto es lo que ocurre hoy en día con esa industria que tanto ha hecho para el desarrollo de Internet como medio e caz de comunicación, distribución de contenido y, crucialmente, máquina de hacer dinero: la pornografía. 

Hace algunos días asistí a una plática donde expertos analizaron los alcances y métodos de la industria pornográ ca actual. Empezó con una suerte de apreciación nostálgica de los tiempos de Hugh Hefner. Suena contradictorio, pero tiene sentido: si bien Hefner fue pionero de la industria pornográ ca y su empresa abrió la puerta a lo que vivimos, las imágenes que publicaba Playboy hoy parecen un juego quizá no de niños, pero sí de pre-adolescentes ingenuos. La fotografía en papel de una mujer con el pecho desnudo es, para nuestros tiempos, la punta de la punta del iceberg. 

Todo comienza con la facilidad de acceso a imágenes pornográ cas. En los tiempos de Hefner, conseguir una revista Playboy era una labor titánica para un menor de edad. De una u otra manera, el expendio de Playboy estaba controlado, e incluso después de hacerse de un ejemplar, el contenido era lo que era: fotografías y ya está. Hoy, las cosas son muy diferentes. Gracias a sitios de Internet como PornHub, los jóvenes tienen al alcance de la mano ya no la imagen de una mujer desnuda sino millones de videos de adolescentes penetradas, violadas, sometidas, agredidas. La facilidad de acceso a estos sitios desde un teléfono celular o una computadora es simplemente aterradora, lo mismo que las cifras de visitas anuales: sólo en 2016, PornHub tuvo 23 mil millones de visitantes. 

Las consecuencias de la pornografía para una mente adulta son graves, pero lo son muchísimo más para un cerebro en formación. En el 2017, la edad promedio en que los niños ven pornografía en video por primera vez es los once años. Lo que ven, insisto, no es lo que vio mi generación en Playboy. Casi 90% de las escenas en la pornografía en Internet contienen violencia contra la mujer. El abuso verbal —que es una constante— es lo de menos: en la basura que produce la industria pornográ ca, el sexo se vuelve un ejercicio sádico sin clemencia, donde el hombre carece de un mínimo respeto por la pareja con la que comparte la intimidad (es un decir): en ese universo, la ternura y el amor no existen en lo absoluto. 

Otro problema es que la pornografía es, además de accesible, barata y anónima. La razón es simple: más que nunca, la intención de los pornógrafos es crear una adicción, sobre todo entre los consumidores más jóvenes. Y saben lo que hacen: como es obvio, el cerebro de un niño de once años está en formación, mucho más propenso y dispuesto a reaccionar de manera emocional que a ejercer juicios racionales, adultos. Trágicamente, lo que encontrarán los niños cuando regresen a esos sitios a satisfacer su adicción será cada vez más brutal. En la plática a la que asistí, los expertos explicaron que la industria ya tiende a publicar videos con mujeres cada vez más jóvenes a las que se las somete a cosas cada vez más repugnantes. Es, en todos sentidos, una espiral de locura. 

La producción y distribución de este tipo de pornografía ya es su cientemente alarmante, pero las consecuencias del fenómeno en la formación de los adultos del futuro cercano lo son todavía más. Los pornógrafos de Internet se han convertido en los educadores sexuales de los adolescentes. La preocupación es evidente: ¿qué tipo de amantes, parejas y padres serán estos muchachos, que han aprendido que el sexo es impersonal, transaccional y violento? Las encuestas demuestran que los universitarios estadounidenses pre eren el sexo casual y sin ningún tipo de compromiso emocional a intentar siquiera salir en una cita, mucho menos establecer un vínculo amoroso. Las chicas, decía un experto, llegan a estas relaciones "porn-ready":listas para hacer lo que les dicta la cultura actual, los chicos tienden a hacer lo propio, propio, confundiendo la dominación y la humillación con el sexo (del erotismo ya ni hablar). ¿Hay algo más preocupante que imaginar a una generación entera que no sabe amar? Para llorar... 


http://www.eluniversal.com.mx/columna/leon-krauze/nacion/en-las-garras-de-la-pornografia-moderna

El orden misógino - Jordi Soler

Las mujeres que gobiernan se concentran mejor en su encomienda, no se dejan deslumbrar tan fácilmente por el poder, cosa que sí pasa a los hombres.

23/10/2017 12:10 AM

México

Las mujeres son mejores gobernantes que los hombres. Son mejores en casi todo. Barcelona, la ciudad en la que vivo, está gobernada por una mujer, Ada Colau. En Madrid gobierna Manuela Carmena, más al norte, en París, gobierna Anne Hidalgo y hacia el Este tenemos a Angela Merkel, canciller de Alemania. Todas ellas han venido a demostrar que el gobierno femenino es, generalmente, más organizado, es altamente propositivo y sumamente empático con la ciudadanía. Las mujeres que gobiernan se concentran mejor en su encomienda, no se dejan deslumbrar tan fácilmente por el poder, cosa que sí pasa a los hombres, que batallan todo el tiempo con la testosterona. La testosterona es una hormona que sirve para aupar la pulsión sexual e implementar el impulso asesino, sirve, grosso modo, para matar y para coger. El hombre vive intoxicado, empalado por el vector más oscuro del poder: ese que va del sexo a la muerte. En estas condiciones, ¿cómo puede un hombre gobernar, o hacer cualquier cosa con la cabeza despejada?

Pensaba en esto mientras leía de los abusos sexuales del productor Weinstein, un individuo que durante años ha sido incapaz de controlar esa pulsión con la que la madre naturaleza ha tenido a bien distinguirnos. La naturaleza, como es mujer, ha salvado de la tremenda hormona solamente a las de su sexo.

Me parece que el hombre civilizado es aquel que logra controlar su testosterona, de la misma forma en que está más cerca de las bestias quien no la controla. No en vano la prensa estadunidense llama a Weinstein “depredador sexual”, una etiqueta justa pero incompleta porque, simultáneamente, es un depredador laboral que, según cuentan sus víctimas, no daba plazas de trabajo de acuerdo al talento de la actriz, sino a la disposición que tuviera esta para someterse a las ocurrencias de su tumultuosa libido. Esto da pie para reflexionar, una vez más, sobre las diferencias en el mundo laboral, inconcebibles en el siglo XXI, entre hombres y mujeres. ¿Por qué las mujeres ganan menos dinero que los hombres si, como lo demuestran Angela Merkel y Manuela Carmena, hacen mejor su trabajo que ellos? La pregunta me lleva a la historia de Geraldine Cobb, un caso emblemático que ilustra a la perfección la gratuidad, y la arbitrariedad, de los sueldos de las mujeres.

En 1958, en Estados Unidos, durante el diseño de la misión especial del Mercury 7, William Lovelace, el responsable del programa, descubrió que uno de los mejores historiales de la Fuerza Aérea correspondía a Geraldine Cobb, una mujer que a los 28 años llevaba 3 récords mundiales de aviación. Uno de los requisitos para formar parte de la misión era ser hombre, sin embargo Lovelace encontró en Geraldine a la candidata perfecta, era tan diestra y resistente como cualquier astronauta hombre y además su complexión se ajustaba perfectamente a los requerimientos de la nave, que contaba con un espacio mínimo para la tripulación y no admitía cuerpos que midieran más de 1.80 metros, ni que pesaran más de 82 kilos. A todo eso se sumaba el dato crucial de que las mujeres consumen menos oxígeno que los hombres y esto constituía una gran ventaja para esa misión donde cada gramo de oxígeno que se enviaba al espacio costaba alrededor de 77 dólares. A Lovelace le pareció que estos eran argumentos suficientes para incluir pilotos mujeres en la convocatoria y comenzó a trabajar con ellas en un grupo, paralelo al de los hombres, de trece astronautas. Lovelace pronto concluyó que las mujeres y los hombres están igualmente capacitados para ser astronautas, con la salvedad de que las mujeres soportan mejor la presión psicológica y las angustiosas horas de soledad espacial a las que está expuesto un astronauta. Convencido de que la tripulación del Mercury 7 tenía que ser mixta, y sobre todo de que Geraldine Cobb, que era el astronauta más capaz que tenía la Nasa, debía encabezar el proyecto, y así lo comunicó, exhibiendo un montón de pruebas, a la dirección. La respuesta fue un telegrama del director, enviado a cada una de las aspirantes, en el que decía textualmente: no sentimos, en este momento, que la inclusión de mujeres represente alguna ventaja para nuestro programa espacial.

Hoy las cosas han cambiado en el ámbito espacial, pero no en la gran mayoría de los empleos. ¿Por qué? Se me ocurre que la gratuidad, y la arbitrariedad, con que se estipula el sueldo de una mujer, es una argucia masculina que busca perpetuar el equívoco de que los hombres son más capaces que las mujeres. Pero el día que se agote esa argucia, no habrá más que mujeres bien pagadas en los puestos de alta responsabilidad.