miércoles, 9 de agosto de 2017

Trifulcas caseras- Rafael Peréz Gay

CD. DE MÉXICO

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Trifulcas caseras

Se podría hacer una historia familiar con el recuerdo de los presidentes del PRI. Cuando mi padre tuvo una hija fuera de su matrimonio, Alfonso Martínez Domínguez era el presidente del PRI y Enrique Olivares Santana el secretario general. Corrían hacia ninguna parte los últimos años de los sesenta y los primeros dos de la nueva década. Por lo mismo asocio esos nombres con la sorpresa y el escándalo. Los nombres de los políticos, solo había priistas, seducían a mi padre y le habría gustado que su hijos, hombres y mujeres, se dedicaran a la política activa. Poder y dinero nunca podrán separarse, aunque digan lo contrario. 
En la casa de mi infancia se hablaba una y otra vez de Carlos Madrazo, presidente del PRI en 1964. Según mi papá y mi mamá, Madrazo habría sido asesinado en un accidente de aviación. En casa no iba bien la vida, todo se nos atravesaba y nos derrumbaba. Yo creo que mi papá estaba deprimido porque su hijo mayor estaba a punto de irse al fin del mundo, a Alemania, y además él quería abandonar la casa.
A veces viene a mi mente el nombre de Manuel Sánchez Vite, presidente del PRI en 1970, años de trifulcas caseras. Mi padre y el senador José Castillo Hernández, su amigo de toda la vida, armaban tremendos zafarranchos de trago y perdición. Yo tenía trece y mi papá cincuenta y tres. El senador Castillo quería ser gobernador de Guanajuato. Planeaban aquella gubernatura en la cantina desde la una de la tarde y luego, dicen las malas lenguas, se hacían acompañar por algunas suripantas. “Pérez”, le decía el senador a mi padre, “el alcohol lo conserva todo menos el trabajo”. Mentía. A Castillo nunca le faltó trabajo y la vida le concedió una muerte feliz durante el sueño. En cambio mi papá iba y venía bajo la tormenta del más absoluto desorden de su alma y su corazón enloquecido. Pinche Sánchez Vite.
Me fui de casa durante mi primera juventud y mi primer salario. Nunca me sentí más libre y más feliz. Echeverría y los suyos habían destruido al país y López Portillo iniciaba su propia demolición. Hice pareja y me fue bien. Por eso el nombre de Pedro Ojeda Paullada, presidente del PRI en 1982, me trae buenos recuerdos.
Termino: no espero nada bueno del PRI, no creo que pueda cambiar su fibra última de oscuridad y desarreglo originario. Algo más: nunca voté PRI, ni votaré.
rafael.perezgay@milenio.com
Twitter: @RPerezGay

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