La perfección de Dunkirk y la grandeza de Christopher NolanDunkirk es la confirmación de que Christopher Nolan es lo mejor que le ha pasado a Hollywood en este siglo.
Por Arturo Aguilar / Fotografía Cortesía Warner Bros. Pictures
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Nadie ha hecho tanto por el cine de Hollywood durante lo que llevamos de este siglo como Christopher Nolan.
Su personalidad es la combinación perfecta para la meca del cine comercial: un tipo muy inteligente, con una mente curiosa que gusta de pensar en ideas interesantes alrededor de conceptos como el tiempo y los más diversos comportamientos de la mente humana; profundo conocedor de la historia del cine así como de su lenguaje y herramientas a detalle; pero además un amante y partidario total de la grandilocuencia del cine hollywoodense y de los blockbusters.
Es el director que mejor une dos mundos del cine usualmente vistos como contrarios: el artístico y el comercial.
Dunkirk es ejemplo de su particular proceso creativo y el funcionamiento de su mente prodigiosa. Como película, Dunkirk es una experiencia. Un envolvente tour de force de poco más de 100 minutos de duración donde todo está enfocado en incrementar una sensación inmersiva y un ejercicio plenamente novedoso para el espectador. Esto no nació con palabras en una página en blanco, si no como una serie de diagramas y de fórmulas y principios matemáticos que Nolan usó para concebir la estructura narrativa que le permitiera contar en una hiperdinámica y visceral historia, tres líneas de tiempo correspondientes a tres tramas del filme: una nos muestra una hora en el aire, otra un día en el mar y la tercera una semana en la playa.
Si las películas son conversaciones propuestas por sus directores, con temas, conceptos o ideas –algunos más evidentes que otros– puestos sobre la mesa para la discusión o reflexión colectiva, Nolan es sin duda uno de los directores de Hollywood más interesantes a escuchar. Un realizador, guionista y productor cuya conversación va hacia los terrenos de conceptos filosóficos, sociológicos y éticos.
A lo largo de su filmografía, Nolan ha dejado claro su interés por profundas y complejas introspecciones humanas a partir de historias sobre la memoria, los recuerdos y la venganza (Memento); los sueños, el insomnio, las obsesiones y las culpas (Insomnia e Inception); las fronteras entre lo real y lo fantástico, la competencia y la revancha (The Prestige); el sacrificio, el tiempo, la ciencia cuántica y la metafísica (Interstellar); sin olvidar esa mezcla de temas que se esconden detrás de su trilogía de El Caballero de la Noche (culpa, obsesiones, responsabilidad, sacrificio). Es innegable que se trata de un director muy cerebral e intelectual y no es casualidad que su compañía productora lleve como nombre Syncope, término médico referente a la pérdida de conciencia.
Además, cada nueva película suya es un salto importante hacia algo original, hacia un nuevo reto y experiencia, conceptual y cinematográfica. Nolan se aproxima al concepto y estructuras de sus películas como el ingeniero que diseña trucos de magia en The Prestige.
Sus experimentos con el uso del tiempo como una eficaz herramienta narrativa se remontan a sus inicios. Memento ponía al espectador en el lugar del protagonista gracias a la idea de contar la historia en una serie de secuencias presentadas en reversa, donde no conocemos lo sucedido, el contexto o la razón por la que estamos ahí… del mismo modo que lo vive el protagonista, un hombre con la incapacidad de crear memorias o recuerdos nuevos y quien debe armar ese rompecabezas de información –lo mismo que vive el espectador– para vengar la muerte de su esposa.
En The Prestige, Nolan también manipula la presentación de la información, que nunca es por completo cronológica. Inception va más allá y juega con los conceptos de la relatividad temporal a partir de los diferentes estados de sueño o conciencia en el que estamos. Esto lo retoma en Interstellar y con lujo de explicación científica real pone en primer plano la teoría de la relatividad y cómo los astronautas cercanos a un hoyo negro experimentan el paso del tiempo de manera distinta a aquellos en la Tierra.
Y así llegó a la creación del blockbuster atípico y perfecto: Dunkirk.
Esta película toma todos esos experimentos y los convierte en su versión más lograda, prolija y estilizada.
Dunkirk cuenta la historia del rescate real de casi 400 mil soldados ingleses (entre ellos un buen número de soldados franceses) arrinconados por la artillería y fuerza aérea nazi en una pequeña playa del norte de Francia en 1940. El punto de inflexión más importante desde la óptica británica durante la Segunda Guerra Mundial. De no haber sido rescatadas estas tropas (Churchill creía que con suerte recuperarían a 40 mil soldados), el curso de la Segunda Guerra Mundial seguramente habría sido otro e Inglaterra no hubiera tenido oportunidad de volver a pelear.
¿Por qué un blockbuster atípico? Porque Nolan es capaz de lograr lo aparentemente imposible en Hollywood. En este caso, hacer una película de guerra de proporciones épicas (como él necesitaba que fuera esta experiencia) sobre una batalla poco conocida, donde Estados Unidos no participa ni es protagonista, donde no se narra una victoria y además donde ni siquiera salen los antagonistas (los alemanes).
¿Por qué un blockbuster perfecto? Si entendemos al blockbuster de millonarios presupuestos como una oferta que debe ser sobre todo atractiva, cautivante, que emocione al espectador y explote las posibilidades y diferencias de una sala de cine frente a lo que ofrece un televisor o una computadora, en su búsqueda de esta experiencia grandilocuente y novedosa, Nolan se ha deshecho de cualquier elemento que no aporte directamente a lograr ese objetivo. En ese sentido, nada va a distraer al espectador de las tres intensas experiencias a través de las cuales muestra la complejidad humana y emocional y la igual de variada diversidad de reacciones y respuestas en una situación tan caótica, violenta y gigantesca. Ninguna reunión de militares y autoridades decidiendo estrategias en un cuarto de guerra, ningún drama familiar de padres, madres o novias preocupados por aquellos atrapados en una playa francesa o acercándose a la misma. No hay necesidad en explicar los antes y después, el por qué o cómo llegaron hasta ahí, el de dónde vienen o quiénes son. La única intención de la película es ponernos en el lugar de quienes viven esa experiencia en carne propia por minutos, horas o días.
Fotografía: Melinda Sue Gordon
Toda la atención del filme está puesta en replicar la experiencia de esos tres escenarios: el aire, el mar y la playa. Nunca dejamos de estar como espectadores en uno de esos tres escenarios. Nada hay en la historia que le quite ritmo y momentum. Que no esté pensado y puesto en pantalla para incrementar una sensación de suspenso en constante in crescendo. Las historias avanzan en ese sentido paralelamente, casi alimentándose en tensión, acción y ansiedad (de la mano de un diseño sonoro y un score musical que manipula nuestras sensaciones y ansiedades con maestría). Sin embargo, las tres historias tienen líneas de tiempo independientes, claramente señaladas al inicio del filme (una hora en el aire acompañando a un piloto de guerra; un día en altamar acompañando un bote que va al rescate de soldados en Dunkirk; y una semana en la playa acompañando a los soldados que buscan sobrevivir el asedio nazi y regresar a casa).
Y ahí el gran acto de magia cinematográfica: En la experiencia intensa y avasalladora que es la película es completamente invisible el truco con el que entrelaza estas tres historias, las hace avanzar constantemente y trabajar en conjunto a pesar de ser 3 tiempos y duraciones distintas, que en momentos clave se cruzan.
Christopher Nolan le da razón de ser a la máxima de que las películas se deben ver en el cine.
Fotografía: Melinda Sue Gordon.
En la era del streaming y de los amplios catálogos virtuales de cine y televisión al alcance de un clic, Nolan le da verdaderos argumentos y razones a su público para que sus películas sean vistas en el ritual de la sala de cine. No se trata solamente de evocar la experiencia colectiva y social de asistir al cine, de la sala oscura y la imponente pantalla que domina por completo la atención del espectador.
Nolan está interesado en que sus películas sean experiencias únicas y novedosas que aprovechan el formato de la sala de cine para darle algo nuevo al espectador. Está interesado en reinventar el uso de las diferentes herramientas a su disposición y de lenguaje que se usa para contar historias en cine, para llevar al público (y al cine) a nuevos terrenos. Y lo está logrando.
A la par, Nolan sigue su curiosidad artística. Una que le permite no repetirse sino seguir buscando algo distinto, algo nuevo que proponer, que contar… y a la vez dar rienda suelta a sus curiosidades, a sus preguntas, a lo que viene hilvanando, como es evidente, a lo largo de su filmografía.
Fotografía: Melinda Sue Gordon.
David Bordwell, el notable académico de cine, publicó en 2013 un libro sobre esta idea, Christopher Nolan, a Labyrinth of Linkages, en el cual analiza a profundidad y a detalle la forma en que los filmes de Nolan se alimentan y hablan entre sí, temática o narrativamente, además de explorar su avanzado entendimiento del montaje-edición, su preferencia por los efectos prácticos sobre los efectos de computadora al hablar de efectos especiales y de la innovación tecnológica inherente a sus proyectos.
Esta combinación de propuesta artística y total dominio técnico del aparato industrial y del lenguaje cinematográfico permiten ver a Nolan compartir características y seguir de cierta manera los pasos de otro grande de la historia del cine. Uno de los más grandes de todos los tiempos: Stanley Kubrick.
Al igual que Kubrick, Nolan ha demostrado ser capaz de moverse eficiente y exitosamente entre géneros. Del suspenso a la ciencia ficción pasando por el cine de superhéroes (un vital género para la industria hollywoodense actual) y llegando al cine épico y al cine de guerra. También es un apasionado y obsesivo de la parte técnica del cine, no solo hablando de su predilección del celuloide sobre digital para filmar, sino su entendimiento y uso de lentes y cámaras (lo que está haciendo con cámaras IMAX asemeja a los logros técnicos de Kubrick con los lentes usados para filmar Barry Lyndono el uso de la retroproyección en proyectos como 2001: A Space Odissey). También como Kubrick, Nolan lleva total control de la mercadotecnia y publicidad de sus filmes, y suele estar muy involucrado con cómo debe “venderse” una película al público, qué le debe decir u ofrecer el estudio para llevarlo al cine y hacerlo pagar un boleto.
Fotografía: Melinda Sue Gordon.
Nolan le saca provecho de manera integral a los diferentes elementos del lenguaje cinematográfico: de lo visual a lo sonoro, todo lleva una atención detallista y perfeccionista.
Entre más conozcan a profundidad diferentes aspectos de la realización cinematográfica (del diseño sonoro al montaje preciso y estudiado cual fórmula matemática pasando por estructuras narrativas con múltiples líneas de tiempo totalmente bajo control y un lenguaje visual que se deshace de cualquier lastre en forma de diálogo o de explicaciones) más sorprendidos estarán con lo que ha logrado.
Su conocimiento de la historia y evolución del medio con el que trabaja es tal que en lo visual y narrativo, dos conceptos con los que Nolan trabaja a detalle, sus influencias para esta nueva película pasan por la eficacia del cine mudo de inicios del siglo pasado, el nivel de suspenso es de una maestría al nivel de Hitchcock (hay claras referencias a Foreign Correspondent y Lifeboat) y el retrato de la guerra y de soldados tan brutal y compleja como The Wages of Fear de Henri-Georges Clouzot.
Christopher Nolan está en un muy particular e interesantísimo camino de auto-superación e innovación fílmica tras la idea de reinventar la experiencia de una película en una sala de cine.
Un camino que parece ir tras los pasos de grandes como Kubrick o Hitchcock cuando en cada nuevo filme (en géneros distintos y con intenciones diferentes en cada ocasión, como Kubrick) busca algo totalmente nuevo: satisfacer una necesidad profundamente personal de empujar las fronteras de cómo se cuentan historias en este medio y cómo se concibe y vive una película.
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