Si alguien quiere saber lo que es la vida a ras de tierra, la perra vida, la fría y sangrienta vida de los Guerreros Unidos, la banda criminal que domina la región de Iguala, tiene que leer la crónica de Héctor de Mauleón en el número de febrero de la revista Nexos.
Los Guerreros Unidos son hijos directos de la política de descabezamiento de los grandes cárteles, practicada con tan sangriento éxito en la guerra mexicana contra las drogas.
Nacen, lo mismo que Los Rojos de Chilpancingo, sus rivales, de la ejecución de Arturo Beltrán Leyva, hecha por la Marina, y la consecuente desarticulación de su banda, hasta entonces dueña del narco en Guerrero y Morelos.
La virtud mayor de la crónica de Mauleón es que, quizá por primera vez en estos años de sangre, vemos a un temido grupo criminal siendo parte de la vida diaria de su sociedad: trafican droga y a la vez son pequeños ganaderos, mandan matar y descuartizar y al mismo tiempo tienen carnicerías en el mercado, sobornan a la policía y al mismo tiempo organizan jaripeos y palenques, vigilan hasta el último metro de las calles de Iguala mediante un preciso sistema de escalonamiento de halcones y al mismo tiempo se reúnen a tomar chelas y a jugar futbol en la cancha del pueblo, a la que acuden por igual las familias de los jugadores y los policías del municipio, a la vez cómplices criminales y compañeros en la cancha.
En las mismas camionetas donde los Guerreros Unidos llevan a sus enemigos amarrados rumbo al matadero, transportan chivos para el rastro, o alcohol y alimentos para bailes y jaripeos; los mismos que atienden el servicio de autolavado en una conocida esquina de Iguala dan las órdenes de cómo enterrar, en el gigantesco cementerio clandestino que rodea la ciudad, los cadáveres de sus enemigos, o de cómo quemarlos en el basurero de Cocula, sobre lo cual la crónica incluye una precisa descripción de técnica crematoria por parte de uno de los quemadores.
Esta mezcla única de vida cotidiana y brutalidad criminal da al retrato de los Guerreros Unidos hecho por de Mauleón un escalofriante rasgo de verdad, la impresión de estar tocando con la mano el corazón de las tinieblas que late en Iguala a todas horas y a la luz del día.
hector.aguilarcamin@milenio.com
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