lunes, 28 de marzo de 2016

El odio de los marginados - RAYMUNDO RIVA PALACIO






NUEVA YORK.- Los terroristas no son iguales que los sicarios del narcotráfico. Esta es la idea convencional a partir del argumento de que los terroristas buscan intimidar o coercionar a la población civil para alcanzar objetivos políticos, mientras que los sicarios matan por razones económicas, por lo que no tienen causa sino la búsqueda de lucro. Las diferencias, en función del impacto de terror que causan entre la población civil, realmente es nula. Los dos operan para consolidar territorios mediante el uso de tácticas salvajes. Por ejemplo, luego que Al Qaeda comenzó a difundir videos de decapitados para enviar mensajes políticos, Los Zetas la copió en la pasada década para causar miedo a sus adversarios. Terroristas y narcos han trabajado en función de intereses particulares de Estados Unidos. Los líderes de Al Qaeda fueron entrenados por la CIA para luchar contra el Ejército soviético cuando invadió Afganistán en los 70; los cárteles mexicanos ayudaron a la CIA cuando creó la Contra para derrocar a los sandinistas en los 80. Ambos usan las ganancias del tráfico de drogas para financiarse y buscan a sus soldados en los mismos segmentos de la población.

Los atentados en Bruselas la semana pasada y los atentados de París en noviembre expusieron el perfil de quienes se convierten en bombas humanas. Provienen de los grupos sociales más marginados, donde hay mayor desempleo y están menos integrados. Bélgica tiene una gran mayoría musulmana que no ha sabido ni querido integrar. Hay componentes culturales. Las viejas colonias belgas en África se distinguían por la crueldad, la violencia y el racismo con el que trataban a sus colonizados, que sólo rivalizaban con las colonias francesas. Los franceses tampoco han resuelto la marginación y la desintegración de las minorías musulmanas, ubicadas en los suburbios de París y en el barrio XVIII, parecido a Molenbeek en Bruselas, donde se concentran las células terroristas.

Cuatro de los siete terroristas en los atentados de París salieron de Molenbeek, incluido su jefe, Salah Abdeslam, detenido hace dos viernes. Todos los terroristas tienen apellidos árabes, pero nacieron en Europa. Pertenecen a una segunda y tercera generación de musulmanes que crecieron y se formaron en un entorno occidental, que se unieron al Estado Islámico para luchar contra todo aquello que los rodeó en su niñez. No es algo inusual. Un reciente estudio realizado por el semanario digital New America, pudo documentar que 450 de cuatro mil 500 integrantes del Estados Islámico provienen de 25 países occidentales. 

El informe registra el incremento de mujeres estadounidenses reclutadas por los terroristas, que han encontrado el apoyo existencialen el Estado Islámico lo que hubo en su casa. En vísperas del atentado en Bruselas, el Centro para el Análisis del Terrorismo en París dio a conocer un informe donde reveló que casi seis mil 500 europeos han viajado a Siria desde enero de 2013 –cuando comenzó el reclutamiento de occidentales– para pelear con el Estados Islámico y regresar a sus países de origen, donde varios de ellos cometieron actos terroristas.

Si en Estados Unidos el terrorismo está encontrando en la crisis existencial de sus jóvenes tierra fértil para sus comandos globales, en Europa son las condiciones socioeconómicas las que los están radicalizando. En Molenbeek, por ejemplo, 30 por ciento de sus 95 mil habitantes no tiene empleo. La variable económica es la que cruza en otras naciones, como México, con los sicarios, que son la parte más débil y violenta de las organizaciones criminales, en cuya marginación encuentran los cárteles de las drogas esa tierra fértil para sus asesinos. Hace una semana, el secretario de Salud, José Narro, dijo que la pobreza y la desigualdad son “los verdaderos enemigos de México”. No era la primera vez que Narro hablaba del tema. Como rector de la UNAM, enfrentó al gobierno de Felipe Calderón al afirmar que había siete millones y medio de jóvenes mexicanos entre 15 y 29 años que ni estudiaban ni trabajaban. 

En enero del año pasado la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico informó que la cifra de 'ninis' había disminuido 2.7 por ciento, pero el entonces rector dijo que 22 por ciento de los jóvenes vivían en esa situación. El reporte anual de la OCDE divulgado en verano ubicó el desempleo juvenil en 8.6 por ciento, aunque de ese número, el 61 por ciento tienen un empleo informal que les paga muy bajo porque en su mayoría sólo tienen la primaria. La marginación es un cáncer que también afecta a México. Frente a ella, los reclutadores de los cárteles de Sinaloa y Del Golfo pagan por recolectar las deudas del pequeño comercio, casi 15 mil pesos al mes al tipo de cambio actual. Si trabajan bien pueden aspirar a un salario fijo de mil 500 dólares (unos 27 mil pesos) por secuestrar o golpear, y si son eficientes, los meten al negocio formal de las drogas y del sicariato. 

El gobierno no ha podido revertir esta tendencia, ni disminuir la violencia que generan los 'ninis' en las calles del país. Las reformas económicas no resuelven el problema en el corto y mediano plazos, ni existen políticas públicas que impidan que los cárteles de la droga, como los terroristas, encuentren en la desesperación y las angustias reclutas para el terror, en una lucha que van ganando y una espiral que por la dinámica del fenómeno van controlando las organizaciones ilegales que merman sistemáticamente a los Estados.

lunes, 7 de marzo de 2016

ESCALERA INTERIOR - Una vocación tardía


ESCALERA INTERIOR

Una vocación tardía

Por el aspecto, desde luego, parecía monja, pero eso no explicaba qué pintaba en la recepción del Hospital de Móstoles

ALMUDENA GRANDES
5 MAR 2016 - 17:00 CST


–A ver… –la trabajadora social tardó un rato en empezar a hablar–. Me está usted diciendo que es monja de clausura, que vive en un convento de la provincia de Soria, que tiene que volver allí pero que no tiene dinero ni medios para lograrlo. Es eso, ¿verdad?

Tendría unos 60 años, calculó al mirarla. El pelo corto, canoso, una falda azul marino que parecía nueva, una chaqueta del mismo color, una camisa blanca, mocasines y medias de punto. Por el aspecto, desde luego, parecía monja, pero eso no explicaba qué pintaba en la recepción del Hospital de Móstoles, ni su confusión, el lloroso aturdimiento en el que la trabajadora social la había encontrado.



–Sí, es eso –confirmó, y estuvo a punto de añadir algo más, pero se mordió la lengua a tiempo.

¿Cómo explicárselo? ¿Por dónde empezar a contar el clamoroso fracaso de una fuga que había tardado más de 10 años en planear? ¿Quién creería que al cumplir los 50 había empezado a echar de menos cosas que no veía, que no escuchaba, que no probaba desde que cumplió 19? La cara de su madre, la risa de su padre, los juegos con su hermana Marta, esa bechamel tan rica que hacía su abuela, el peso de su sobrino en los brazos, el sonido del reloj de cuco del comedor…

–Muy bien, no se preocupe porque vamos a ayudarla, pero lo que no entiendo es… ¿Qué hace usted sola, aquí?

Ni ella misma lo entendía. No entendía qué le había pasado, qué demonio había empezado a susurrarle locuras al oído, por qué experimentó una euforia desconocida, desbocada y salvaje la primera vez que sisó siete céntimos del precio de una caja de yemas que despachó a través del torno. Aquel sistema era muy seguro, inofensivo, pero poco rentable. Nadie se había dado cuenta de que las cajas que ella vendía eran unos céntimos más caras que las demás, pero en cinco años aún no había reunido ni la mitad del precio de un billete a Madrid. Entonces decidió ponerse enferma.


¿Por dónde empezar a contar el clamoroso fracaso de una fuga que había tardado más de 10 años en planear?

–Pues no lo sé –mintió–. Una novicia me acompañó al hospital de Soria porque no me encontraba bien. Iban a hacerme unas pruebas porque no saben qué tengo. Ella fue al baño, y… No sé qué pasó, la verdad.

Que salió corriendo, eso pasó. La novicia se fue al baño, le dejó sus cosas, ella cogió el monedero y se fue derecha a la estación de autobuses. La madre superiora les había dado dinero para recoger unas partituras que tenía encargadas y con eso se compró el billete. Fue muy feliz durante el viaje, pero cuando llegó a su ciudad no la reconoció. No sabía dónde estaba la estación en la que paró el autobús ni cómo llegar a casa de su sobrina, la hija de su hermana Marta, la única que aún le mandaba una tarjeta en Navidad. Y se sintió perdida, mareada de estar entre tanta gente, tan débil, como era razonable después de cinco años de negarse a comer, de decir que todo le sentaba mal, de sobrevivir a base de pan y agua, lo único que toleraba le decía al médico, lo único que lograba tragar, hasta que consiguió que la mandara a un hospital con una anemia grave.

–¿No sabe cómo ha llegado hasta aquí?

En la estación de autobuses de Soria se compró un bocadillo de tortilla que le había sabido a gloria. En la de Madrid, tuvo que encerrarse en el baño para vomitar, aunque sus náuseas habían sido fruto de sus nervios y no de una dolencia imaginaria. Por fin, preguntando a los pasajeros, a un guardia, a una taquillera del metro, logró averiguar lo que tenía que hacer para llegar hasta Móstoles, donde vivía su sobrina. Encontrar la dirección no le resultó nada fácil, pero lo peor estaba por llegar.

–Pues no –volvió a mentir–. No lo sé.

¿Y usted quién es?, le había preguntado el chico que le abrió la puerta, el pelo suelto por la cintura, camiseta negra con dibujo satánico y las mangas cortadas con una tijera, vaqueros caídos y la cinturilla de los calzoncillos al aire. Mi tía ¿qué…? Yo no tengo ninguna tía que se llame como usted. ¡Mamaaaaaá!

–Y teléfono móvil no tendrá, ¿verdad? – negó con la cabeza–. Y la dirección del convento… –volvió a negar–. ¿El nombre de su congregación? –asintió al fin, porque eso sí lo sabía.

La hija de su hermana Marta la había invitado a pasar, la había sentado en una butaca, le había preguntado qué quería tomar. Ella había aceptado una coca-cola sólo para asegurarse de que iría a la cocina a buscarla y la dejaría sola. Después había salido corriendo por segunda vez en un día.

Te estás equivocando, Rosario, le había dicho su padre 40 años antes, cuando se despidió de ella en la puerta del convento. Esta no es tu verdadera vocación…

La trabajadora social no entendió por qué, cuando todo estaba a punto de arreglarse, aquella mujer se tapó la cara y se echó a llorar.

www.almudenagrandes.com
elpaissemanal@elpais.es

De esas notas que me asusta leer, unos cuantos ejemplos...


Lo que ve el que vive

El mundo es un lugar extraño y misterioso. Stefania Dubrovina, modelo de 17 años, sufrió un feroz ataque de su hermana. Gamés lo leyó en su periódico Reforma. Elizaveta estaba muy cerca de cumplir los 20 y un oscuro deseo desprendido de los celos que siempre sintió por la belleza de su hermana menor.

Una noche la atacó, le sacó los ojos y le cortó las orejas. Una versión sostiene que esto ocurrió bajo el efecto de las drogas que consumió la hermana mayor. Los hechos ocurrieron en un departamento de San Petesburgo. Una tía de las jóvenes dijo que ellas no tuvieron la culpa de vivir esa niñez que las destruyó. Gil se llevó los dedos índice y pulgar al nacimiento de la nariz y se preguntó: ¿qué pudieron vivir estas dos niñas rusas como para que una de ellas le sacara los ojos y le cortara las orejas a la otra? ¿Quién podría responder a este enigma? Quizá Sófocles, o Daniel Arizmendi El Mochaorejas.

Gil lo leyó en su periódico El Universal. En Piedras Negras, un bebé de cinco meses de edad fue golpeado por su padre, Marco Antonio Tovar, de 18 años de edad. Después de golpear al bebé el padre lo metió en el congelador del refri. El bebé estuvo a punto de morir de hipotermia, pero sus tías de 12 y 16 años lo rescataron y lo llevaron a un hospital.

Gamés caminó sobre la duela de cedro blanco y caviló: ¿qué vivió ese joven padre para golpear a su hijo y luego meterlo al congelador? ¿Quién podría explicar este misterio? Tal vez Dostoievski, o Herodes.

Una pareja se tomaba selfies con una pistola, le quitó las balas al arma y se apuntaban a la sien, primero él, luego ella. Entre que sí y que no, ¡pum! Él se voló la tapa de los sesos ante los ojos de su pareja. Gilga lo leyó en La silla rota. Él se despidió de este mundo raro a los 43 años. ¿Quién podría aclarar este episodio del azar y la estupidez? ¿Cesare Pavese, o el increíble profesor Zobeck? Lo dicho: el mundo es un lugar extraño.

ASTEROIDE
Científicos del Jet Propulsion en Pasadena, California, han dicho que hay una posibilidad remota de que un asteroide de 30 metros de diámetro impacte en la Tierra el 28 de septiembre de 2017. En esa fecha, los candidatos a la presidencia de México estarán contendiendo, los partidos gastando dinero a mansalva, las campañas negativas a punto de empezar. Gil no cantaría victoria respecto a esa colisión, miren ustedes: el precio del petróleo parecía duro como el mismísimo asteroide y vean lo que ocurrió; el peso no sabía de volatilidad y caracho, Videgaray, Carstens y Gamés tuvieron que tomar cartas en el asunto; todo indicaba que dos peritajes para esclarecer los hechos de la noche en que desaparecieron y asesinaron a 43 jóvenes normalistas de Ayotzinapa serían suficientes, parecía remota la posibilidad de que tres peritajes se enredaran, y ya ven a dónde hemos llegado. Penumbra de peritos, le ha llamado Héctor Aguilar a esa olla de engrudo hecho bolas.



LIÓPEZ AGAIN



¿Y cómo dejar fuera de esta página del fondo a Liópez, si cada día que pasa hace declaraciones más locas, más hirsutas, más delirantes?

Liópez le da crédito a la hija de Joaquín Guzmán Loera, en declaraciones a The Guardian, y le compra la versión a la hija delChapo de que su papá pagó campañas y que tenía un acuerdo político con gobierno mexicano que no fue respetado. Ah, traidores, no respetaron el trato que hicieron con un hombre leal y serio, un hombre de palabra.

Dice Liópez: “En el 2012 se usó dinero de procedencia ilícita para imponer a Peña Nieto y ahora se está dando a conocer con esta declaración de la hija del Chapo (…). Exijo que se abra una investigación y que se conozcan los pormenores de este asunto (…). Que el Chapo, antes de ser extraditado, diga todo lo que sabe del apoyo que le dio a Enrique Peña Nieto”. Total: de una declaración confusa de la hija de Guzmán Loera, Liópez ha concluido que El Chapopuso dinero en la campaña del presidente Peña. ¿Así o más demente?

Oigan: ¿Y si la campaña presidencial a la cual El Chapo le hubiera puesto dinero hubiera sido la de Liópez? En serio, ¿qué pasaría? Porque es obvio que a Liópez no le alcanzaría con el dinero que el SME le quitó a sus jubilados para dárselos al amigo de Martín Esparza, es decir Liópez.

Parece ser que se ha desmayado Carmen ante la sola idea, y Beatriz, que persigue candidatura, ha pedido las sales, y Vasconcelos se ha puesto al piano para interpretar la Trágica de Mahler. Oigan, ya en serio, controlen a su fiera. ¿No pueden? No importa, la realidad siempre se encarga. Como diría Garibay: lo que ve el que vive.

La máxima de Voltaire espetó en el ático de las frases célebres: “Azar es una palabra vacía de sentido, nada puede existir sin causa”.

Gil s’en va.

miércoles, 2 de marzo de 2016

Guerreros Unidos


1 FEBRERO, 2016

Héctor de Mauleón


Este texto ofrece, acaso por primera vez, la dinámica interna de un grupo de la delincuencia organizada, la vida cotidiana de sus integrantes, la miseria y precariedad en las que transcurre su existencia

Sidronio Casarrubias Salgado, distribuidor de drogas, apodado El Chino. Cumplió una condena de ocho años en una cárcel de Estados Unidos. Alcanzó la libertad en mayo de 2014. En cuanto puso un pie en la banqueta, lo deportaron.

Vicente Fox era presidente de México cuando Sidronio fue acusado de conspiración. En el momento en que cruzó la frontera Enrique Peña Nieto se enfilaba a su segundo año de gobierno, y en medio había 120 mil muertos, el saldo hasta ese año de la delirante guerra del Estado mexicano contra el narcotráfico.

En uno de los tantos reacomodos originados por la sucesión perpetua de capturas y matanzas, un hermano de Sidronio, antiguo escolta del capo Arturo Beltrán Leyva, había quedado al frente de una organización que intentaba apoderarse del corredor de drogas que va de Cuernavaca a Acapulco, y atraviesa las franjas más codiciadas del cultivo de amapola. El hermano de Sidronio era Mario Casarrubias y le apodaban El Sapo Guapo. La organización criminal se llamaba Guerreros Unidos. Había sido fundada por delincuentes que militaron en diferentes grupos criminales de Guerrero y Michoacán: Los Pelones, La Barredora, el Cártel Independiente de Acapulco, La Familia Michoacana, etcétera.

El Sapo Guapo lideró a los Guerreros Unidos a partir de julio de 2012, fecha en que el líder anterior, Toribio Rentería, cayó en poder de la justicia. En abril de 2014, sin embargo, un grupo de la Marina detectó al Sapo Guapo en el Estado de México. De modo que cuando Sidronio cruzó la frontera un mes más tarde, Guerreros Unidos había entrado en un nuevo proceso de reacomodos. A Sidronio se le dio la encomienda de retomar el control administrativo de los negocios de Mario.

En una declaración rendida meses después, Casarrubias Salgado relató que visitó al Sapo Guapo en la cárcel, que fue a Morelos a buscar la ayuda de otro hermano, Adán Zenén, y que finalmente se movió hacia Iguala, la ciudad bastión de los Guerreros Unidos. Mario le había pedido que localizara “a su secretario o contador”, Raúl Núñez Salgado, alias La Camperra. “Él te va a llevar con quienes estuvieron bajo mi mando, con sólo ser mi hermano te van a ayudar”, le dijo.

En un autolavado de Iguala, “Los Peques”, se reunió con un hombre moreno, de pelo ondulado, que tenía un diente de oro. Era el “secretario” de su hermano, La Camperra. Su primer contacto en la organización.

A La Camperra todo mundo lo conocía. Era propietario de la carnicería “El Chambarete”, ubicada en el mercado municipal. Se dedicaba desde hacía años al negocio de la carne y a la compra-venta de ganado. En julio de 2013, por invitación de un viejo amigo, Osvaldo Ríos, El Gordo, comenzó a hacerles pequeños servicios, como chofer y mandadero, a algunos jefes de la organización. Le hizo mandados al Gordo, le hizo mandados al Flaco(Israel Arroyo Mendoza), y también a Marcos, alias El Chaparro, hasta que éste se ahogó en la laguna de Tuxpan.

Tras el deceso del Chaparro, La Camperra chofereó para El Sapo Guapo. Mario Casarrubias no le daba remuneración por ese trabajo, pero le permitía organizar bailes y jaripeos en Iguala y pueblos cercanos. Núñez declaró que para llevar a cabo dichos espectáculos se asoció “con Rogelio Figueroa”; debió irle bien, porque al momento de ser detenido era dueño también del bar “La Pirinola”.



Ilustraciones: Kathia Recio



El Sapo Guapo le presentó a sus hermanos, lo invitó a convivios, le tomó confianza. Cuando tenía que salir de la ciudad para atender algún asunto le enviaba una maleta con dinero para el pago de la nómina: un tanto para el jefe de la plaza, apodado El Gil; otro tanto para un jefe de sicarios, apodado El May; otro más para el responsable de los “halcones”, alias El Chino; 600 mil pesos para que el subdirector de la policía de Iguala, Francisco Salgado Valladares, los repartiera entre sus hombres…

El dinero que Mario Casarrubias enviaba a su secretario venía en sobres que tenían escrito el nombre y la cantidad que correspondía a cada miembro del grupo. La Camperraanotaba todo en una libreta que luego de la noche de Iguala tuvo que destruir.

El día que se encontraron en el autolavado, La Camperra condujo a Sidronio al restaurante “El Taxquito”. Le había organizado una comida para recibirlo y presentarle a los hombres que habían estado a las órdenes de su hermano.

Ahí estaba Gildardo López Astudillo, El Gil, “líder del grupo y capitán de toda la zona”. Y ahí estaban los distribuidores de droga en Iguala, Cocula, Taxco y Huitzuco: los hermanos Palacios Benítez: Osiel, Mateo, Salvador, Orbelín, Reynaldo y Víctor Hugo, alias El Tilo(quien fungía como líder de la familia y daba nombre a la célula que la congregaba: Los Tilos).

Otro hombre se sumó poco después a la mesa. “Sólo sé que le decían El Mike”, dijo Sidronio. Era el encargado de pelear la plaza de Teloloapan, a la que quería meterse gente de uno de los principales enemigos del cártel, Johnny Hurtado Olascoaga, conocido comoEl Pez, jefe máximo de La Familia Michoacana.

“En ese momento sólo fue la plática, sobre todo las aventuras que mi hermano vivió”, recordó Sidronio. En la comida le relataron los pormenores de otra guerra: la guerra que Los Rojos y los Guerreros Unidos llevaban a cabo en la región, una guerra que sólo se expresaba vagamente en los medios de comunicación del estado, y en la que había emboscadas, balaceras, enfrentamientos y decenas de cadáveres acribillados.

Sidronio recibió una Ford blanca que le regalaron (más tarde le obsequiaron también una Ford Raptor roja) y salió de “El Taxquito” con la advertencia de que anduviera con cuidado porque las cosas estaban feas con los “contras”, “y el simple parentesco con Mario me hacía objetivo de estos grupos”.

Recolectó un millón 800 mil pesos entre algunos deudores de su hermano y “con eso comencé a comprar ganado. Me empecé a capitalizar”, relató.

Decidió moverse solo en los municipios donde hubiera presencia de Guerreros Unidos, es decir, en aquellos “donde existía arreglo con los presidentes municipales, y sobre todo con los secretarios de Seguridad Pública: Iguala, Taxco, Cocula, Buenavista de Cuéllar…”.

Fue conociendo uno a uno a los miembros del grupo y entendiendo cómo estaba armada la estructura del cártel. Luego reveló que a los encargados de los municipios o jefes de plaza les llamaban “capitanes”, y dijo que Gildardo López Astudillo, El Gil o El Cabo Gil, era “doblemente capitán”, porque estaba al frente de toda la región.

López Astudillo “trabajaba” para Guerreros Unidos desde hacía dos años. Se había dedicado antes a la compra-venta de cabezas de ganado; a través de ese negocio conoció al dueño de la carnicería “El Chambarete”, La Camperra. “La mayor parte de mis ventas eran con él”, recordó El Gil. La Camperra acostumbraba citarlo para hacer negocios en un terreno que se encuentra a un lado de una cancha de futbol. A dicha cancha asistían policías (uno de ellos, el subdirector de la municipal de Cocula, César Nava), elementos de Protección Civil, y ciudadanos en general. Se jugaban buenos partidos. Y a veces El Gil se quedaba a verlos. Ahí conoció a un muchacho apodado La Mente, quien andaba siempre al lado de alguien al que llamaban El Chucky. El Chucky era inseparable de otro sujeto apodado El Chacky. De esa cancha de futbol llanero iban a salir algunas de las fuerzas básicas de los Guerreros Unidos.

Para que eso ocurriera El Gil tuvo que enredarse en una serie de malos negocios que le hicieron perder lo poco que tenía. Una tarde le relató sus cuitas a La Camperra y éste lo presentó con Juan Salgado, El Indio, uno de los altos mandos de Guerreros Unidos y primo hermano de los Casarrubias Salgado. El Indio le dio el encargo de “generar dinero para la organización”. Le entregó 80 mil pesos “para que empezara a mover ganado”. López Astudillo hizo algunas inversiones. Parte de las ganancias que iba obteniendo se las entregaba a La Camperra, para que éste se las hiciera llegar al Indio.

Al Gil también debió irle bien, porque pronto necesitó echar mano de un equipo de ayudantes. Contrató a un herrero apodado El Duva, y a un par de albañiles cuyos apodos eran El Cepillo y El Pato. El nombre del primero es Felipe Rodríguez Salgado; el del segundo, Patricio Reyes Landa. El Cepillo llamaba la atención por tener labio leporino y un cabello “muy feo, muy cepilludo, muy maltratado”.

Al igual que los muchachos de la cancha, ellos también saltarían a la fama en septiembre de 2014.

Los testimonios indican, sin embargo, que El Pato y El Cepillo figuraron entre los Guerreros más sanguinarios.

A todos ellos fue conociendo Sidronio durante sus recorridos por la región. Más tarde reveló que a Israel Arroyo Mendoza, un cuñado del Sapo Guapo que había quedado temporalmente al frente del grupo, no le gustaba su presencia. Llegó a decirle que “mejor me abriera porque si no me iba a matar”. El jefe de la plaza, El Gil, le seguía reportando, sin embargo, por respeto al Sapo Guapo.

En el expediente del caso no parece estar la historia de cómo El Gil llegó a convertirse en “doblemente capitán” del grupo. “Jamás me desempeñé como líder ni como operativo, es decir como sicario, sólo fui un operador financiero”, se disculpó.

Sus cómplices tienen otros recuerdos.


Según Sidronio, arriba del Gil, en el organigrama del cártel, sólo estaba Arroyo Mendoza, El Flaco. Sidronio le dijo a los investigadores que lo interrogaron tras su detención que Arroyo “es el que mueve las peleas de gallos en todo el país, Guadalajara, Tijuana, la Feria del Caballo…”.

Con El Indio Juan Salgado, Arroyo Mendoza es, sin embargo, una de las figuras sobre las que la investigación del caso Iguala no ha arrojado mayor luz. Sidronio sugirió que luego de la desaparición de 43 estudiantes de la Normal Rural de Ayotzinapa a manos de los Guerreros Unidos, el 26 de septiembre de 2014, El Flaco había ido a refugiarse a Estados Unidos.

Declaraciones de otros miembros del cártel sostienen que del Gil dependían “los capitanes de cada municipio”. El Cholo Palacios, por ejemplo, “capitán” de la plaza de Taxco, le reportaba directamente a él. A las órdenes de estos comandantes se hallaban los jefes de célula: había células de distribuidores de droga, células de sicarios y células de “halcones” o vigías.

En Iguala el jefe de los “halcones” era David Cruz Hernández, alias El Chino. Trabajaba en la dirección de Protección Civil y su horario era de 24 por 24, así que todo el día iba de un lado a otro a bordo de una Nissan, atendiendo incendios, choques, lesionados de tránsito e incluso enjambres de abejas. Llegó la tarde inevitable en la que un apuro económico le hizo pedir dos mil pesos prestados a un ex compañero de la preparatoria, El Berlin. El Berlinle propuso algo mejor: un trabajo con el que podría ganar dos o tres mil pesos extras cada mes. Lo único que tenía que hacer era reportarle por teléfono el paso de autoridades y de autos con gente sospechosa.

Cruz Hernández aceptó. Le dieron un celular. Reportó muchas veces el paso de vehículos oficiales y de autos sospechosos. Al ministerio público le dijo que al principio no sabía de qué servían sus llamadas.

Tiempo después la PGR encontró, en el teléfono del “halcón” Marco Antonio Ríos Berber, una galería fotográfica que narra lo que los Guerreros Unidos hacían con los sospechosos. El teléfono del “halcón” estaba repleto de imágenes de gente torturada, con el rostro hinchado y deshecho, o con los miembros cercenados. Esas personas, dijo Ríos Berber, habían querido meter a la ciudad armas o drogas, o habían llegado a “pelear la plaza”.

“Esta señora venía en una camioneta con armas”, “Este era un violador que agarramos”, “A estos les habían pagado 20 mil, venían a reclutar gente para La Familia”, señaló Ríos Berber a los investigadores, mientras les mostraba fotos de gente llorando, gritando, pidiendo clemencia.

Mes tras mes, David Cruz Hernández enfilaba su camioneta de Protección Civil hacia la preparatoria “José Vasconcelos”, donde años atrás había conocido al Berlin. Ahí recibía su paga. Una vez dejó de reportarle a su amigo durante tres días y éste fue a buscarlo a su casa. Le advirtió: “Déjate de mamadas, esto no es un juego”.

Llegó el día, sin embargo, en que El Berlin ya no contestó el teléfono. Cruz Hernández creyó que el asunto estaba concluido, pero al poco tiempo le habló otra persona: El Chucky, una de las gentes que El Gil había conocido en la cancha de futbol. Le informó que a partir de esa día los reportes iba a recibirlos él. Cruz Hernández le dijo que no quería seguir haciendo eso.

El expediente no parece registrar tampoco cómo es que El Chucky pasó a dirigir una célula de sicarios: los involucrados en el caso Iguala un día aparecen en un campo de futbol y a la foja siguiente, rodeados de armas y hombres, se les ve cometer atrocidades indecibles.

El caso es que para entonces El Chucky ya tenía bajo su mando a algunos de los jóvenes que frecuentaban la cancha. La Mente, El Chaky, El Pechugas, El Chamoyadas, El Gaby, El Tony, El Dany, El Pelón. En su grupo había también algunas mujeres, como La Vero.

Los sicarios andaban en motos y camionetas. Muchos de ellos tenían tatuajes. Todos portaban pistolas .9mm y calibre .45. Se reunían con El Chucky cada tres días. Se comunicaban únicamente a través de mensajes texto.

Los hombres del Chucky fueron a buscar a Cruz Hernández. Lo “levantaron”, lo amarraron, lo llevaron a un cerro y lo “tablearon”. Un sicario declaró que recibir tablazos era “la sanción por hacer las cosas mal”. “Si la llegabas a regar lo menos eran 15, lo máximo 10. Por ejemplo, si uno no está autorizado para tomar y se ingiere alcohol, alguien me veía e iba con el chisme, me buscaban, me encontraban y me tableaban”. A la tabla le llamaban La Tía.

El Chino Cruz entendió la lección. No sólo se volvió informante “de manera obligada”, sino que fue obligado a convertirse en jefe de la célula de “halcones”. A partir de ese día comenzó a recibir los reportes del Tongolele, La Barbie, Libra, El Tigre, La Rana, El Azul y La Yose.

El grupo de “halcones” —según uno de los testimonios— estaba formado también por El Bogar, un joven con rayitos rubios y cejas depiladas “que cuida la colonia Guadalupe”; por Moreno, que cubre a pie “de los funerales Gutiérrez a la colonia El Capire”; por El Cuate, “que cuida del bar Jardín al puente elevado”; por El Gordo, que recorre “de la colonia Fermín al Hotel Imperio”; por Gemelos, que custodia la zona del aeropuerto; por Wendy, cuyo punto “va de la Estrella de Oro al Ayuntamiento”; por La China, una muchacha de 22 años que vigilaba del puente elevado a la Avenida del Estudiante, y por Belem, de 18, que se ubicaba entre la colonia Insurgentes y la Central de Abastos.

No había un punto de la ciudad sin cubrir. Mientras El Chino cubría su turno en Protección Civil atendiendo incendios, choques, lesionados de tránsito y enjambres de abejas, sus “halcones” le reportaban incluso el paso de una mosca. ¿Llegó a poner en manos de los sicarios a algún herido o lesionado, a alguna de las personas cuyo empleo en Protección Civil le obligaba a auxiliar? En la Iguala de los Guerreros Unidos todo era posible.

Por eso los alrededores están poblados de fosas, muchas veces de fosas con la gente equivocada.


Un “satélite” apostado día y noche en la Panorámica tenía orden de reportar cuanto ocurriera en el 27 Batallón de Iguala. Cada que se abría la puerta del cuartel los Guerreros Unidos estaban al tanto.

Cada mes El Chucky metía 200 pesos de saldo a los celulares de sus hombres para que el flujo de información quedara siempre garantizado.

Los mandos de la organización andaban constantemente a la caza de reclutas. Mientras más gente tuvieran a su cargo, más fácil les era contener los embates de sus enemigos. La pobreza era el proveedor principal de los recursos humanos del grupo. A Ríos Berber, el “halcón” que guardaba en su celular decenas de fotografías sobre los minutos finales de las víctimas, El Chucky lo reclutó medio año antes de la tragedia, una noche en que Ríos paseaba por la feria y pensaba ir a bailar con su novia a la disco “La Iguana Loca”. El Chuckyestaba ebrio. Se le acercó, le hizo plática y le confió sin mayores rodeos “que trabajaba para la maña y andaba buscando gente que trabajara de ‘halcón’”.

El Chucky le ofreció un sueldo de siete mil pesos y le dio una dirección de la colonia López Mateos para que fuera a verlo y “hablaran bien”.

A Ríos Berber le tomó tres días decidirse. Siete mil pesos son muchos en un estado cuyos cerros están llenos de gente que trabaja cuatro meses para ganar dos mil. Subió a su moto y accionó el acelerador.

El Chucky le indicó la posición que iba a ocupar: “Vas a recorrer del Tomatal al centro. Te vas a encargar de cuidar a la ciudad del gobierno, reportándonos sus movimientos”.

Ríos debía patrullar en su moto por el territorio y reportarle al Chino las cosas notables que observara. Vehículos militares, federales, marinos, ministeriales o estatales.

A poco de ser reclutado, le tocó “halconear” el secuestro del líder de una organización de taxistas. El Chucky encabezó el secuestro. Ríos escoltó a sus compañeros hasta el sitio donde iba a transcurrir el cautiverio; El Gaby fue el encargado de negociar el rescate: pidieron 50 mil pesos por la libertad del dirigente de los taxistas. Los arreglos duraron una semana. La Vero llevaba de comer al secuestrado. La familia de la víctima no logró reunir el monto exigido, pero entregó tres taxis, una Nissan Urvan y 20 mil pesos.

Tocó a Ríos Berber ir por el dinero. El Chaky recogió los cuatro autos. El Chucky se los revendió a otra organización de taxistas.

Según el (entonces) subdirector de la policía de Iguala, Francisco Salgado Valladares, los Guerreros Unidos entraron a la ciudad en 2008. Desde la llegada a la presidencia municipal del perredista José Luis Abarca, el grupo criminal gozaba, sin embargo, de impunidad absoluta. Los secuestros se sucedían sin freno. Por una señora que vendía barro en el centro, la célula del Chucky obtuvo 15 mil pesos y una Nissan. En otra ocasión La Vero les “puso” a un licenciado con el que sostenía amoríos: pidieron 100 mil pesos, retuvieron a la víctima más de una semana, la familia reunió a duras penas 30 mil, y tuvo que entregarles un Jeep negro —que El Chucky revendió por partes.

La policía del municipio estaba totalmente controlada por el grupo criminal. El subdirector Salgado Valladares relató que una noche, a unos días de la llegada de Abarca, regresó a la comandancia para cambiar las pilas de su radio. Un compañero le dijo: “Pásale comandante a la oficina, quieren hablar contigo”.

Salgado recordó que la comandancia estaba oscura. Solamente entraba el resplandor de la luz de los baños. Alguien le dijo: “Pásele, viejo”. Un sujeto vestido de civil estaba sentado en el escritorio del director. Se levantó. “Sabe, aquí en este sobre hay un apoyo de dos mil pesos que se le va a dar cada mes para que usted no diga nada de lo que vea o escuche. No se meta en problemas. A usted ya lo conocemos, sabemos dónde vive y conocemos a su familia”.

Salgado Valladares confirmó “que no iba a decir nada, ya que tenía miedo”. Comenzó a recibir mes tras mes el “apoyo” del grupo criminal. A través de la radiofrecuencia se dio cuenta de que otros compañeros eran llamados a la comandancia a recibir el suyo.

Dejó de hacer detenciones, si no se las ordenaban. Sólo atendía los llamados de emergencia que llegaban al C-4. Luego dijo que al hacer todo eso tenía siempre presente a un compañero que no obedeció, y fue “levantado”, y nunca apareció.

Un militar retirado que ingresó a la municipal en 2006 y fue destacado a los “filtros”, es decir, a los puestos de revisión colocados en los alrededores de Iguala, relató que cuando pasaba la camioneta de Protección Civil, tripulada por El Chino, un mando policiaco conocido como El Taxco ordenaba “que todos se movieran a otro lado y no revisaran ningún vehículo”. Un día le preguntó a su comandante, Antonio Rey Pascual, El Guanchope, a qué se debía aquello, y El Guanchope respondió: “Te vale madres”.

Fue comprendiendo que la camioneta de Protección Civil era empleada para transportar cocaína, armas, personas…

Cuando una compañera de la Policía Municipal veía pasar dicha camioneta, murmuraba: “Aquí van esos cochos de nuevo, vinieron a hacer sus chingaderas y luego se van”.

Un día notó que otra agente, Verónica, manda por teléfono la clave 67 cada que llegaban a la ciudad vehículos oficiales. La clave 67 significa “alerta”.

De acuerdo con el expediente del caso, el subdirector Salgado Valladares no era sólo una víctima pasiva de los Guerreros Unidos. Era en realidad un feroz guardián de sus intereses. El funcionario se hallaba al frente de un grupo de reacción inmediata, conocido como Los Bélicos. Cuando algún agente de la corporación detenía sin autorización a algún sospechoso, o fallaba en el cumplimiento de alguna orden dada por los Guerreros Unidos, Los Bélicos iban por el indisciplinado, lo llevaban a una bodega conocida como La Bloquera, y “ahí lo tableaban con una tabla que tenía inscrita la leyenda: ‘Quiéreme mucho y dame un beso’”, relató un testigo.

La estructura de Guerreros Unidos contaba también con una célula “encargada de brindar protección”. La comandaba un individuo apodado El May.

El May no fue aprehendido en la cacería que se desató tras la desaparición de los estudiantes. Aunque su nombre salpica aquí y allá el expediente del caso, es una figura que se podría llamar borrosa. Un testigo dijo que creía que El May se llamaba Nicolás. Otro supuso que su apellido era Flores.

Según El Gil, cada célula de la organización iba a “tirar” los cuerpos de sus muertos a un lugar específico. En ocho meses las autoridades localizaron en Iguala 60 fosas clandestinas. En esas fosas había 129 cadáveres. Un asesinato en masa.

Los “tiraderos” del May, según El Gil, estaban en la Parota y Pueblo Viejo.

La información más completa sobre este jefe criminal se halla en la declaración de “Raúl”, un joven al que El May contrató para que le cuidara sus gallos. “Raúl” lo describió como un hombre “de 50 años, pelo negro, bigote negro, cara arrugadita, con verrugas en el cuello”.

En la casa del May había cerca de 70 gallos. El trabajo de “Raúl” consistía en sacarlos al sol a las ocho de la mañana, devolverlos a la gallera a la una, y luego irse al campo a cuidar unas vacas. El May le pagaba por esto cuatro mil pesos mensuales.

Un día el jefe llegó como de prisa y mandó al muchacho a entregar una camioneta a una bodega un tanto alejada. “Raúl” trepó al vehículo y advirtió que del lado del copiloto había una mochila. La abrió, por curiosidad, y vio que contenía tres pistolas y estaba llena de parque. En la bodega lo esperaba “un güey chaparro, moreno, medio pelón, medio apaisanado”. El Chucky.

Esa noche le propuso a su esposa que se fueran a dormir con su suegra, porque el asunto de la mochila le había dado miedo. No salió a la calle en 15 días, pues había oído historias de lo que pasaba en Iguala. La situación, sin embargo, no podía durar. “Raúl” tuvo que salir a buscar trabajo. Consiguió que lo contrataran como chofer de una combi de pasajeros. Manejaba de seis de la mañana a 12 de la noche.

Dos meses más tarde había olvidado al Chucky, al May y a sus gallos. Pero un día se le cerró un auto rojo, nuevo, sin placas, y de su interior saltó El Chucky con un arma corta en la mano. El Chucky lo sacó violentamente de la combi, lo golpeó en la cara y lo subió al auto.

Lo llevaron a un cerro, lo hicieron caminar como media hora con la cara tapada con su propia camiseta. El Chucky le destapó la cara y le dijo: “¿Ya viste quién está ahí, hijo de tu puta madre?”. Ahí estaban su esposa y sus hijos.

“Tú mismo los vas a matar para que se te quite lo puto, correlón. No hacías otra cosa más que cuidar los putos gallos, ahorita te voy a matar o voy a matar a tu vieja y a tus hijos”.

También le dijo: “Ahora vas a chambear a güevo y sin nada de paga”.

Unos siete sujetos comenzaron a golpearlo, lo golpearon hasta que quedó inconsciente. Le echaron agua para despertarlo. Lo dejaron sentado, amarrado de pies y manos, y vendado de los ojos. El Chucky le dijo a sus hombres que si trataba de correr “o algo” lo mataran. Luego salió, llevándose a su esposa y a sus niños.

Lo retuvieron ahí varias semanas. Un día oyó la voz del May: “¿Cómo está todo? ¿Ya se puso las pilas el guache?”. Lo desataron, le quitaron la venda, El May le entregó cuatro billetes de 500 pesos. Le dijo a sus cuidadores que lo soltaran, “porque mañana él ya sabe lo que tiene que hacer”.

Al día siguiente se presentó a trabajar. No recibió paga sino hasta pasados dos meses, pero ya no intentó irse: no tenía a quién denunciar: se sabía que la policía estaba al servicio de los criminales.


Sidronio declaró más tarde que el alcalde Abarca inyectaba a la organización tres o cuatro millones de pesos mensuales. El Chucky aseguró que en situaciones críticas el presidente de Iguala pedía el auxilio de Guerreros Unidos: una vez les rogó que le ayudaran a retirar de la plaza principal a los vendedores ambulantes.

Un año y medio antes de la masacre de Iguala, La Familia Michoacana entró en Cocula, secuestró y mató a varios miembros de Guerreros Unidos, y quedó en control del municipio. El Gil le ordenó a sus hombres que se replegaran. Declaraciones de Miguel Landa Bahena, El Duva, sostienen que el presidente priista de Cocula, César Miguel Peñaloza —procesado hoy por posibles vínculos con el narcotráfico— pidió a Guerreros Unidos que corrieran a La Familia… y recuperaran la plaza.

De acuerdo con esa versión, El Gil decidió que uno de sus hombres más violentos, Felipe Rodríguez, El Cepillo, encabezara la guerra en Cocula.

El Cepillo había conocido al Gil en una pelea de gallos. En una ocasión El Gil le regaló mil pesos y le propuso que se uniera al grupo en calidad de “halcón”. En ese tiempo un hermano del Cepillo fue amenazado de muerte por un sicario de La Familia y huyó a Estados Unidos. El Cepillo, para sentirse apoyado “y para que no me hicieran daño”, tomó la decisión de unirse a la organización delictiva.

Según su propio relato, comenzó como “halcón” en Cocula. En ese municipio debía reportarle a su amigo Patricio Reyes Landa, El Pato. Le pagaban cuatro mil pesos al mes. Como El Pato reunía a sus hombres los días de paga, conoció a los otros “halcones”, El Wereke, El Duva, El Wasa, El Pajarraco y El Kikis.

Cuando el alcalde Peñaloza pidió que Guerreros Unidos recuperara Cocula, El Gil le propuso irse a pelear la plaza, como jefe de sicarios, con un sueldo de 15 mil pesos al mes.

El Cepillo no lo pensó. En una casa de seguridad, El Chucky lo entrenó al lado de los hombres que iban a conformar su célula. Les enseñó a armar y desarmar “cuernos de chivo”, R-15 y .9mm. Practicaban el tiro en los cerros: “Ahí practicábamos recibiendo”.

Con El Pato, El Jona, El Chequel, El Duva, El Pajarraco, El Wereke, El Kikis y El Bimbo, regresó un día a Cocula. La célula de La Familia Michoacana que dominaba el municipio era comandada por un hombre apodado La Burra. Los sicarios de Guerreros Unidos no lograron dar con él, pero secuestraron y asesinaron a cinco de sus sicarios, de acuerdo con el expediente. “La Burra abandonó la plaza”, relató El Cepillo.

Quedó entonces a cargo de Cocula. Su manera de cuidar la plaza, dijo, era seguir vehículos sospechosos. “Cuando se detenían dichos vehículos, nos acercábamos y nos entrevistábamos con los tripulantes”.

Si la entrevista no los dejaba satisfechos, se llevaban a los pasajeros al monte. “Ahí los entrevistábamos nuevamente para asegurarnos si eran ‘contras’, y se le informaba al Gil, y éste daba la orden de matar”.

Quien se encargaba de esas ejecuciones era Patricio Reyes Landa, El Pato. Él mismo le avisaba al Cepillo cuando “el trabajo” estaba terminado, “y casi a la mayoría los enterraba”, reveló El Cepillo.

En julio, dos meses antes de la masacre de los estudiantes, El Chucky le llamó por teléfono y le dijo que iba a entregarle dos “paquetes” del grupo de Los Rojos. “Uno vende droga, el otro es sicario”, informó El Chucky. El Cepillo los recibió y los trasladó a la brecha del hoy famoso basurero de Cocula. Ahí los estaban esperado, entre otros, El Pato, El Duva, El Jona,El Primo. Les entregó a las personas y les ordenó “que les dieran piso”.

Consta en su declaración que El Pato le relató después que había llevado los “paquetes” al basurero para matarlos, y posteriormente incinerarlos. “Creo que ellos fueron los primeros que quemaron en ese lugar”, dijo El Cepillo.

Jonathan Osorio Cortés, El Jona, indicó en su declaración que antes de la noche en que desaparecieron los estudiantes, los Guerreros Unidos habían quemado a otras personas en el basurero de Cocula.

El Jona andaba sin trabajo cuando fue enganchado por El Cepillo. “¿Qué quieres ser, ‘halcón’ o sicario?”. El Jona preguntó: “¿En qué chamba se gana más?”. Dijo El Cepillo: “De ‘halcón’ se ganan siete mil 500; de sicario 12 mil”.

“Elegí el trabajo de sicario”, recordó El Jona, “así llegué a Guerreros Unidos”.

A tres días de ser enrolado, debutó como pistolero. El Cepillo recibió la orden “de ir pelear a Mezcala”. Al Jona le entregaron un “cuerno de chivo”: salió con un grupo formado por El Niño, El Pechugas, El Mimo, El Greñas, El Cabeza de Huevo, Banderas, El Pollo “y el difuntoChente” (un sicario que luego murió a manos de Los Rojos). “Con ellos entré a Mezcala y supe que le ganamos a Los Rojos”, le dijo al ministerio público.

El Cepillo le encomendó después la “seguridad” de Cocula. Un día recibió el primer “paquete”: cuatro personas que habían “levantado” en Balsas. Como parte del “paquete”, formado por supuestos secuestradores, iba una mujer que al ser “entrevistada” confesó que se había ofrecido a trabajar para La Familia Michoacana a cambio de que liberaran a su madre, a la que dicha organización tenía secuestrada.

El relato no los conmovió. Llevaron a las cuatro personas al basurero de Cocula. Según la relación del Jona, el difunto Chente, El Pollo y El Primo se encargaron de matarlas. Chentedecapitó los cuerpos. El Primo y El Pollo prepararon una plancha, “con piedras más o menos grandes”, y con “llantas que se colocaban entre medio de la leña”.

La declaración del Jona que obra en el expediente parece una siniestra receta de cocina:

“Encima de esa plancha se colocaban los cuerpos y se incendiaban con diesel… el cocimiento duró como ocho horas aproximadamente, para eso hay que estar atizando y meneando para que se calcinen bien los cuerpos. Ya que están consumidos en cenizas se apachurran con un tronco pesado y luego machacando bien los huesos, conforme se va aplastando y meneando, se van convirtiendo en cenizas tan sencillas como las de un tronco bien calcinado. Cuando terminan todo el cocimiento se limpia el área dejando limpio el lugar. En esta ocasión fueron pocos cuerpos, pues no era necesario levantar la ceniza ya que se confundía con la ceniza de la llanta de la leña, por lo que al terminar se jalaba la basura tratando de borrar cualquier rastro de incineración. Al terminar este cocimiento, el difunto Chente le reportó al Cepillo que ya se había terminado con lo que nos había ordenado. Para demostrarle cómo se había dejado el lugar, se tomaban fotos en el celular, se guardaban en una memoria micro y se le entregaban a El Cepillo”.

En su oportunidad, el sicario Miguel Landa Bahena, El Duva, declaró haber visto que “una vez llevaron a una persona al basurero de Cocula y lo quemaron”. No supo decir quién era.

Ninguna de estas cosas, ninguna de estas historias, llegó a los medios. No dieron muestras de estar al tanto de ellas ni el gobernador, ni el procurador, ni el secretario de Seguridad Pública. Tampoco el Cisen, la PGR, la División de Inteligencia de la Policía Federal. Centenares de secuestros, asesinatos y extorsiones impunes habían convencido a los Guerreros Unidos de que en aquella región no había otro mando que el suyo.

La estampida comenzó el 29 de septiembre, tres días después de la desaparición de los estudiantes.

Los sicarios habían recibido la orden de vestirse de blanco y sumarse a una marcha que exigía la presentación de los alumnos desaparecidos: sus jefes les habían pedido confundirse entre la gente y evitar desmanes: impedir que la marcha se saliera de control.

Pero de pronto los teléfonos empezaron a sonar, a recibir mensajes.

La Camperra recibió un pin del Gil que decía: “Salte de Iguala porque hay mucho gobierno”. Sidronio dijo que El Gil le había anunciado “que se iba a enmontar” y se llevaría consigo a Salgado Valladares, el jefe de Los Bélicos. El Chucky le avisó a Ríos Berber que “se estaba calentando la plaza e iba a haber pedo”. El Jona relató que El Cepillo ordenó a sus sicarios que quemaran los celulares con todo y chip. Muchos integrantes del grupo delictivo se escondieron en sus casas y permanecieron “entusados”. Otros agarraron el camino de Apetlanca o Tianquizolco. El alcalde Abarca huyó con su esposa el 30, tras evadir al grupo de policías ministeriales que llegaba a la presidencia a detenerlo.

Si las cuentas no le fallaron al jefe de Los Bélicos, los Guerreros Unidos fueron amos de Iguala durante un sexenio.

Ahora huían por las carreteras y por los cerros. Cerros repletos de fosas y “tiraderos” que encierran las historias de la hora más negra de Iguala.

Los "Guerreros Unidos" a ras de tierra

02/03/2016 01:50 AM


Si alguien quiere saber lo que es la vida a ras de tierra, la perra vida, la fría y sangrienta vida de los Guerreros Unidos, la banda criminal que domina la región de Iguala, tiene que leer la crónica de Héctor de Mauleón en el número de febrero de la revista Nexos.

Los Guerreros Unidos son hijos directos de la política de descabezamiento de los grandes cárteles, practicada con tan sangriento éxito en la guerra mexicana contra las drogas.

Nacen, lo mismo que Los Rojos de Chilpancingo, sus rivales, de la ejecución de Arturo Beltrán Leyva, hecha por la Marina, y la consecuente desarticulación de su banda, hasta entonces dueña del narco en Guerrero y Morelos.

La virtud mayor de la crónica de Mauleón es que, quizá por primera vez en estos años de sangre, vemos a un temido grupo criminal siendo parte de la vida diaria de su sociedad: trafican droga y a la vez son pequeños ganaderos, mandan matar y descuartizar y al mismo tiempo tienen carnicerías en el mercado, sobornan a la policía y al mismo tiempo organizan jaripeos y palenques, vigilan hasta el último metro de las calles de Iguala mediante un preciso sistema de escalonamiento de halcones y al mismo tiempo se reúnen a tomar chelas y a jugar futbol en la cancha del pueblo, a la que acuden por igual las familias de los jugadores y los policías del municipio, a la vez cómplices criminales y compañeros en la cancha.

En las mismas camionetas donde los Guerreros Unidos llevan a sus enemigos amarrados rumbo al matadero, transportan chivos para el rastro, o alcohol y alimentos para bailes y jaripeos; los mismos que atienden el servicio de autolavado en una conocida esquina de Iguala dan las órdenes de cómo enterrar, en el gigantesco cementerio clandestino que rodea la ciudad, los cadáveres de sus enemigos, o de cómo quemarlos en el basurero de Cocula, sobre lo cual la crónica incluye una precisa descripción de técnica crematoria por parte de uno de los quemadores.

Esta mezcla única de vida cotidiana y brutalidad criminal da al retrato de los Guerreros Unidos hecho por de Mauleón un escalofriante rasgo de verdad, la impresión de estar tocando con la mano el corazón de las tinieblas que late en Iguala a todas horas y a la luz del día.


hector.aguilarcamin@milenio.com