Como ocurrió con el terremoto de Haití hace un lustro, el que sacudió a Nepal el pasado fin de semana ha dejado al descubierto las carencias de uno de los países más pobres del mundo.
La naturaleza ha vuelto a ensañarse con los miserables. Con los de un país de 28 millones de habitantes cuyo ingreso promedio per cápita es de dos dólares al día.
De las 43 naciones con menor índice de desarrollo del mundo -medido por la ONU- sólo ocho no están en África. Una de ellas es Nepal. Aparece en el lugar 145 de 187 países.
En realidad, el desastre que ha dejado cerca de cinco mil muertos -la cifra seguramente crecerá en los próximos días- era un acontecimiento esperado.
No se puede detener el avance de las placas tectónicas que a lo largo de millones de años han dado a la Tierra los contornos geográficos y la orografía que hoy tiene.
Las altas cumbres de la cordillera del Himalaya son un recordatorio de un acontecimiento geológico que ocurrió hace 40 millones de años: la colisión de India con Asia.
Nepal se encuentra en el punto de encuentro de las placas Índica y Euroasiática. La Sociedad Geológica británica calcula que, hace 70 millones de años, el territorio que hoy es la India estaba separado de lo que hoy es Asia por seis mil 400 kilómetros de mar.
El brutal choque de esas masas no ha cesado, pues el Himalaya aún crece a un ritmo de entre uno y cinco centímetros por año. Los especialistas calculan que a causa del sismo del sábado, Katmandú, la capital nepalí, se desplazó tres metros hacia el sur.
Para prepararse ante lo inevitable -un terremoto de esa magnitud ocurre en Nepal cada 75 años en promedio-, los niños de Katmandú han sido dotados de silbatos para que los rescatistas puedan encontrarlos entre los escombros. Es la única solución que se puede encontrar en medio de la pobreza.
Aunque el desastre aún no termina -ayer la agencia AP daba cuenta de que un río de lodo había sepultado la aldea de Ghodatabela-, ya aparecieron dos lecciones que, inevitablemente, se aplican a México:
1 No se puede luchar contra el desplazamiento de las placas tectónicas, y, si se quiere evitar desastres similares en el futuro, no queda más que hacer caso de la naturaleza y de los expertos que la interpretan. Las construcciones en zonas sísmicas deben ser más resistentes que en otras. Hay algunas que son demasiado peligrosas para ser habitadas. Eso implica que el Estado informe e invierta, si se quiere salvar vidas.
2 La otra es luchar contra la pobreza sin soluciones demagógicas. Los gobiernos comunistas de Nepal 2008-2013 fueron buenos para ampliar derechos sociales -es el único país de Asia, que yo sepa, que permite el matrimonio entre personas del mismo sexo-, pero malos para generar crecimiento y prosperidad. Grecia quizá enfrente lo mismo con Syriza. Lo que saca a los pueblos de la pobreza es el empleo.
En México tenemos una larga historia de lidiar con movimientos telúricos. Sabemos de lo que son capaces. Y, para ser justos, hay que decir que se ha avanzado mucho en materia de protección civil.
Sin embargo, estamos seguros que se puede y se debe hacer mucho más que simulacros de evacuación. Esos ya los hacemos muy bien. Ahora tenemos que prepararnos para terremotos tan fuertes o más como los que ocurrieron hace ya casi 30 años y cambiaron la forma en que los mexicanos hacen frente a esos fenómenos.
Sabemos que en la Costa Grande de Guerrero hay una brecha sísmica de 230 kilómetros de longitud, que corre de Acapulco a Papanoa, en el municipio de Tecpan de Galeana.
Gracias a los sismólogos, sabemos que la llamada Brecha de Guerrero ha concentrado energía a lo largo de más de un siglo, pues el último terremoto que tuvo su epicentro allí ocurrió en diciembre de 1911, cuando la Ciudad de México no llegaba a 500 mil habitantes. Aquel sismo destruyó Acapulco -que, evidentemente, no era lo que es hoy- y derrumbó un tramo del techo del mercado de La Merced.
Con todos nuestros avances en materia de protección civil, ¿realmente estamos listos para cuando nos golpee nuevamente un sismo de gran magnitud?