viernes, 21 de noviembre de 2014

El reino de Oz / Juan Villoro

21 Nov. 2014

Tom Disch, visionario de la ciencia ficción, afirmó que la publicidad es el cuento de hadas de la sociedad moderna. En la compra de un yogur te prometen un palacio. Un territorio fantástico donde los beneficios no provienen del esfuerzo sino de la milagrosa acción de una marca.

En América Latina el incon- sciente colectivo está cada vez más determinado por los anuncios y las telenovelas. Millones de personas orientan su comportamiento a partir de fórmulas televisivas. Lo peculiar es que esta subordinación psicológica también atañe a quienes pretenden guiar una nación. Enrique Peña Nieto surgió como el perfecto telecandidato mexicano. Un hombre atractivo, de peinado imperturbable, que aun al improvisar parece leer un teleprompter. Casado con una conocida actriz, no tuvo que acercarse a la gente para ganar las elecciones. En la sociedad del espectáculo, triunfó como quien desempeña un papel.

¿Qué clase de mentalidad respalda sus decisiones? A fines de 2011, Jacobo García, periodista de El Mundo, le pidió que mencionara tres libros que lo hubieran marcado. Peña Nieto fue incapaz de hacerlo. A la distancia, lo más grave no parece ser su incultura ni la falta de reflejos políticos para disponer de una respuesta preparada por sus asesores, sino la estructura misma de su mente. Con toda probabilidad podría haber mencionado veinte telenovelas o cincuenta películas. La cultura de masas es la nueva memoria impersonal. ¿Cómo afecta esto a quien guía los destinos ciudadanos? Estamos ante un caso fronterizo que merece detenido análisis.

No se le puede pedir a un mandatario que lea mucho. Su cargo es refractario a la capacidad de dudar y aceptar contradicciones, efectos básicos de la lectura. En su espléndida novela Una lectora nada común, Alan Bennett plantea lo que sucedería si la Reina de Inglaterra se volviera adicta a los libros. En efecto, abdicaría.

Lo que está en juego en el caso de Peña Nieto no es su nivel cultural, sino su peculiar acercamiento al mundo. Después de hacer campaña en aviones privados y hablar en asambleas tan controladas como una película, planeó reformas en los apartados salones del poder. Al ofrecer su primera declaración patrimonial, tanto él como varios miembros de su gabinete revelaron tener propiedades por donación. Los ciudadanos deben comprar o heredar una casa. Los políticos pertenecen a otra lógica, la economía de la dádiva donde los inmuebles se regalan. ¡Bienvenidos al nuevo reino de Oz, donde se cumplen las promesas de la publicidad y los cuentos de hadas!

Mucho se ha hablado en los últimos días de la Casa Blanca, la mansión de unos siete millones de dólares propiedad de la primera dama, Angélica Rivera. Ese predio pertenece a la constructora Grupo Higa, compañía a la que Peña Nieto favoreció desde sus tiempos de secretario de Administración en el Estado de México y que se expandió notablemente durante su gubernatura. Curiosamente, la licitación del tren rápido a Querétaro fue a dar a esa empresa la misma que prestó a Peña Nieto aviones privados durante su campaña a la Presidencia. Aunque el Presidente no sea el dueño directo de la Casa Blanca, no es difícil suponer una relación de tráfico de influencias sobre todo tomando en cuenta que la donación es un recurso de apropiación aceptado por su gobierno. En una declaración en YouTube, dicha en el tono de falsa intensidad de las telenovelas, Rivera asegura que compró la propiedad con el dinero que le dio Televisa, empresa en la que trabajó 25 años y con la que dejó de colaborar en 2010. Para quienes no vivimos dentro de un anuncio de televisión, resulta poco creíble que una actriz reciba una liquidación tan espectacular. En caso de que hubiese sido así, seguramente le ayudó estar casada con el mandatario que ajustó la reforma de telecomunicaciones a los íntimos deseos de Televisa.

La insensibilidad del Presidente de ir a China en un momento de crisis nacional y la respuesta de Rivera, en la que se muestra ofendida y habla como quien se digna a dar explicaciones que, según ella, no tendría por qué ofrecer, pertenecen a la lógica de quienes viven en una evanescente irrealidad. La promesa de vender la casa equivale a la de cambiar de set. Todo se arregla alterando el guión o la escenografía.







Peña Nieto es el primer telepresidente de México. Sus reformas ofrecieron una nueva telenovela nacional, pero demasiado pronto se le atravesó la realidad. Para sobrevivir tendrá que salir de la pantalla y enfrentar lo que está afuera de ella: un país dolorosamente verdadero.

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