miércoles, 4 de mayo de 2022
Homo criminalis. El crimen a un clic.Written by Paz Velasco de la Fuente
MARZO2021
Adictos al crímen., Biografías, Crímen e Historia, Criminología, Derecho Penal, Teorías Criminológicas, Todas, Victimología Homo criminalis 2 Comments
La delincuencia y en concreto los crímenes violentos, tienen una presencia diaria en nuestras vidas ya que no deja de ser más que el reflejo de la sociedad en la que vivimos. A través de los medios de comunicación, el ciberespacio y las redes sociales podemos saber lo que sucede en el mundo casi de inmediato y poner cara a sus protagonistas, esos criminales que nos aterrorizan y fascinan casi en la misma medida.
En el siglo de la información, podemos ver imágenes de las víctimas, de la escena del crimen, conocer el desarrollo de la investigación policial, escuchar las declaraciones del entorno de la víctima e incluso del asesino o asesina, lo que nos ofrece una visión del crimen desde todas sus perspectivas. Antes, había que acudir a la prensa especializada en sucesos donde se describía con todo detalle atroces asesinatos. Hoy una víctima descuartizada, la casa de un asesino en serie, la habitación donde se graba material de explotación sexual infantil, el sótano donde enterró a sus víctimas, el manifiesto de un asesino múltiple o incluso contemplar un asesinato en directo, están a tan solo un clic de distancia.
La evolución de la sociedad y la tecnología, ha creado nuevos delitos, nuevos criminales, y nuevos escenarios para delinquir. Laccasagne sentenció que “cada sociedad tiene la delincuencia que se merece”, y quizás estamos ante una verdadera premonición, porque del avance no solo como especie sino como colectividad, han surgido nuevos perfiles criminales, nuevas formas de delinquir, nuevas víctimas y una nueva figura: los observadores.
Homo Criminalis profundiza en las conductas delictivas extremadamente violentas, en el rol que tienen las fantasías y las parafilias en el guión criminal de los asesinos múltiples, en la los pedófilos digitales (Ipredators), la misoginia online de los incels (Gendertrolling), el sicariato femenino, los copycats, la cibercriminalidad social, la caza de víctimas por Internet o cómo y porqué algunos psicópatas alcanzan el éxito profesional y el liderazgo.
Muchos de los delincuentes y de los peores criminales de nuestra historia, han buscado fama y notoriedad con la intención de pasar a la historia, incluso manteniendo relaciones epistolares con la prensa. Y hoy, nuestra sociedad ayudada por los medios de comunicación y las nuevas tecnologías, les ofrece los medios para poder lograrlo, llegando al extremo de reflejar ante los ojos de todos que, en muchas ocasiones, es más importante el criminal que sus víctimas.
17 de marzo en librerías y en formato digital.
‘TITANE’: DESHACER EL GÉNERO
Género, del latín genus, generis: estirpe, linaje, nacimiento, clase o tipo natural de algo.
Otros derivados latinos secundarios de genus: congénito, genético, primogénito, congénere, generación y, por tanto, degeneración. Como una rama secundaria están las palabras derivadas del verbo gnasci (nacer) con la misma raíz gen: dar a luz, parir, engendrar.
En el principio era el verbo: gnasci, nacer. Lo genético, aquello con lo que se nace, que es dado al organismo de forma natural: la carne opuesta al metal, el cuerpo opuesto a la máquina. En el principio de Titane (Julia Ducournau, 2021) está el caos: una niña, Alexia, en el asiento trasero de un auto; sabiéndose ignorada por el conductor, su padre, ronronea imitando al motor. El padre se distrae, vuelta, freno, sangre, silencio. La única forma de salvarla es insertando una placa de titanio en su corteza cerebral. Alexia (interpretada como adulta por Agathe Rouselle, debutante y modelo) nace otra vez –segunda génesis– gracias al mismo metal que, en aleación, es usado como laca para dar brillo y resistencia a los autos deportivos; sale del hospital y besa al Mustang que casi la mata. Ahora él y ella son más fuertes y atractivos gracias al mismo elemento.
Ganadora de la Palma de Oro del 74ª Festival de Cannes, el segundo largometraje de Docournau (París, 1983) plantea propuestas radicales y estimulantes en torno a lo que entendemos por género en la taxonomía del cine, los cuerpos y las identidades. Vuelvo a tres de las acepciones actuales admitidas por la Real Academia Española en un intento de describir los diferentes quiebres que la cinta, exhibida en el pasado Festival de Morelia y de próximo estreno en la plataforma MUBI, plantea respecto al género –fílmico, sexual, identitario– como construcción en crisis:
Género. Conjunto de seres que tienen uno o varios caracteres comunes. Clase o tipo a que pertenecen personas o cosas. Biol. Taxón que agrupa a especies que comparten ciertos caracteres.
El hasta ahora brevísimo universo de Julia Ducournau está poblado por mujeres jóvenes nacidas a la vez de la ternura y la disfunción física, habitantes de cuerpos anómalos que mudan de piel como reptil (Junior, 2011) o viven trastornos alimenticios de todo tipo, desde bulimia (Mange, 2012) hasta la adicción a la carne humana (Voraz, 2016). Antes que una especie o un género biológico, son un archipiélago de disfunciones y, a la vez, alegorías vivas de cualquier mujer amenazada por el horror de habitar un cuerpo mutante y extraño que es, sin embargo, suyo.
Es sencillo hablar de Ducournau y pensar, por inercia, en el primer David Cronenberg, pero algo más preciso sería emparentarla con Virginie Despentes y la cofradía de mujeres silenciadas en Teoría King Kong (2006): “Yo soy ese tipo de mujer con la que no se casan […] siempre excesiva, demasiado agresiva, demasiado ruidosa, demasiado gorda, demasiado brutal, demasiado hirsuta, demasiado viril, me dicen. Son, sin embargo, mis cualidades viriles las que hacen de mí algo distinto de un caso social entre otros. Todo lo que me gusta de mi vida, todo lo que me ha salvado, lo debo a mi virilidad”.
Género. Grupo al que pertenecen los seres humanos de cada sexo, entendido este desde un punto de vista sociocultural en lugar de exclusivamente biológico.
Las palabras de Despentes podrían estar en voz del personaje central de Titane, quien al huir del local nocturno donde baila sobre autos cromados renuncia a ser la hija, la pareja o el objeto sexual de nadie. El giro es que, para lograrlo, asuma una identidad masculina, la del hijo falso de un padre toscamente viril (Vincent Lindon, con más de un año de gimnasio impregnado en el cuerpo) que dirige a un equipo de bomberos de clase obrera cuyo habitus de machos alfa se agrieta cuando Alexia –bajo el nombre de Adrien– baila para ellos una versión erótica, rasposa y andrógina del blues sureño “Wayfaring Stranger”, en voz de Lisa Abbott.
¿Cuál es el género de Alexia, Adrien o del bebé que espera tras ser preñada por un automóvil? Una de las propuestas más radicales lanzadas por Titane es que, si las identidades de género son narrativas sociales susceptibles de ser demolidas, transformadas, intervenidas o adaptables a su entorno, debe ser posible construir formas de humanidad, lazos familiares, comunicación y ternura por encima de los constructos artificiales y contingentes que sostienen el edificio social que habitamos y que, por otra parte, se está desmoronando.
El arco de narración de la película juega con la idea de ese desmoronamiento y con las expectativas que cultivamos hacia el sexo biológico de un personaje: durante su primer tramo, la acompañamos como a una vengadora empoderada hasta el delito (una variante dantesca del personaje de Carey Mulligan en Hermosa venganza, de 2020), sólo para dinamitar esa narrativa de inmediato: hacia el final no importa cuál es el género –femenino, masculino, humano, villano, mutante, gestante– del ser en pantalla. Mientras baila “Wayfaring Stranger” es capaz de erotizarnos a nosotros y al heroico cuerpo de bomberos más allá de su androginia; más tarde, en la insólita secuencia final, asistimos a una versión del nacimiento de un mesías que, significativamente, está musicalizada por la primera sección de La pasión según San Mateo, el oratorio que Bach escribió para ilustrar el sufrimiento de la carne pero también el renacimiento purificado de las almas: un cruce extravagante del Nuevo Testamento con El bebé de Rosemary (1968).
Género. En las artes, […], sobre todo en la literatura, cada una de las distintas categorías o clases en que se pueden ordenar las obras según rasgos comunes de forma y contenido.
Además de ser un slasher con asesinatos en serie y una distopía extrema sobre el futuro de la relación entre máquinas y seres humanos, Titane es también una heredera tardía del ciberpunk y de ese breve subgénero del gore que fue el New French Extreme de los noventa –visto, con seguridad, por Ducournau en la adolescencia–, así como de los cuerpos mutilados, rehechos e intervenidos de Cronenberg, la saga Alien, H.P. Lovecraft o H.R. Giger. Al recibir la solemne Palma de Oro del Festival de Cannes, la película de Ducournau rompió techos de cristal inaccesibles, en el circuito de festivales clase A, para el llamado cine de género con elementos del horror, el gore anglosajón, el ciberpunk y el giallo de la tradición de Argento o Bava. La fotografía de Ruben Impens (Voraz) capturada por largos lentes anamórficos, en altos contrastes entre colores cálidos y fríos, refuerza los ecos de dichas influencias.
Preguntarse si se trata de una película de horror gráfico o de arte y ensayo es tan inútil como preguntar si Alexia/Adrien es más hombre que mujer o más máquina que humano. Por encima de cualquier etiqueta estética, formal o génerica (¿qué son los géneros, del cine o de los cuerpos, sino etiquetas?), Titane es ante todo una película de Julia Ducournau, lo que la aleja del cine de género para constituir un género en sí mismo.