jueves, 30 de mayo de 2019

Mi cena con Hervé - Reseña de Amerika Pacheco


Pocas ocasiones la alquimia del cine nos regala la coincidencia que el enano más famoso del mundo en el programa de televisión más grande del mundo de esa época pueda ser interpretado por el enano más famoso del programa de televisión más grande del mundo y de todos los tiempos. El resultado es una interpretación soberbia, insólita y entrañable.


Todos los que me conocen saben que nací con memoria RAM de 32 megabytes. Y no es queja. Poseo una envidiable genética, ya que, gracias a mi corta memoria, solamente conservo los recuerdos que mi procesador identifica como importantes. En el álbum mental de las escasas (y primigenias) postales que conservo de la infancia, solo hay imágenes de mi papá. Nuestro amor, cercanía y complicidad son las únicas evocaciones que permanecen intactas de los primeros 5 años de vida de la pequeña América.

Víctor -mi papá-, siempre fue fanático del béisbol, el cine y la televisión, por lo que, al estar prácticamente bajo su cuidado, fui programada conductualmente a seguir sus pasos y aficiones. En 1979 no contaba con el presupuesto para adquirir la cámara de sus sueños: una portátil Sony Portapak, pero eso no le impidió guardar para la posteridad más que imágenes de su primogénita. En ese año, durante nuestros largos periodos frente al televisor, tuvo la idea de grabar mi voz en casetes de audio. La razón es simple: su hija de 3 años enloquecía y gritaba: “¡El avión, el avión!”, mientras daba de vueltas por toda la sala, borracha de emoción cada vez que su padre sintonizaba el canal 5 a la hora exacta en la que comenzaba el programa favorito de ambos. Para los jóvenes que no huelan a naftalina como la que suscribe, y no tengan idea la referencia del grito; les explico:

“¡El avión, el avión!” corresponde a la frase más célebre del enano más célebre de Hollywood en aquellos años: Hervé Villachaze, mejor conocido como “Tatoo”.

Entre 1979 y 1984 se transmitió en México una serie estadounidense llamada “La Isla de la Fantasía” protagonizada por el actor mexicano-español Ricardo Montalbán (Mini Espías) como “el señor Rourke” y el actor francés Hervé Villechaize (007: The man with the golden gun) como el entrañable enano “Tatoo”. La naif premisa de este programa (uno de los más exitosos de su época) versaba en que por un módico pago de 50K USD, la isla regenteada por el señor Rourke de marras era capaz de cumplir la más extravagante de tus fantasías. Lo que fuera. Cualquier alocado sueño guajiro podía ser cristalizado visitando esta misteriosa isla enclavada en un remoto lugar del Pacífico. Las dos únicas condiciones del contrato con el visitante indicaban que, después de haber abandonado la isla, era imposible permanecer en ella o regresar y que estaba estrictamente prohibido hablar con nadie sobre dicha experiencia. La verdad, la moraleja del programa era todo un discurso moral sobre las desventajas de obsesionarse con nuestros deseos más obstinados sin antes valorar la fortuna de nuestro presente. La Isla de la Fantasía era el código moral pop de los 70’s. That’s it.


Lo anterior viene a cuento porque el gran actor estadounidense Peter Dinklage (Game of Thrones, The Station Agent) cumplió el año pasado uno de los sueños más acariciados de su carrera. Sueño que le costó 14 años llevar a cabo: filmar la película “Mi cena con Hervé Villachaize” y que tuve la fortuna de ver hace un par de días en HBO.

Lo notable de esta cinta, -que no es una biopic, sino algo mejor- es que cuenta la trepidante entrevista que le realizó el escritor y periodista Sacha Gervasi (quién también la dirige) al actor francés, una semana antes de su trágico suicidio. La historia de Gervasi no es otra cosa que la carta de despedida que el entrañable Tatoo decidió legarle al mundo y creo que nadie debería perderse.

La trágica ironía de la cinta es que el actor más infravalorado por su condición de enano sea representado por el actor más valorado por su condición. La justicia poética es perfecta y de timing envidiable.



Uno de los primeros aprendizajes de “Mi cena con Hervé” es descubrir a Hervé como un artista brillante, talentoso e increíblemente educado. A sus 17 años se convirtió en el pintor más joven en exhibir su obra en un museo de París. Hijo de un médico francés de abolengo y de una madre enfermera, tuvo la educación más refinada de su época, a pesar de que nació en medio de un bombardeo Nazi. Evento traumático al que su madre atribuyó su “deformidad”. Las mayores tragedias de Hervé no son únicamente atribuibles a su enanismo, sino a sus problemas congénitos que la acompañaron, así como al empeño enfermizo de su padre a curar lo incurable. Al menos su madre lo rechazó toda su vida, mientras que el amor descomunal del doctor Jean-Pierre lo sometió a innumerables y dolorosos experimentos médicos. Muchos de ellos parecían concebidos por la mente siniestra del Doctor Mengele. Investigando un poco la biografía del actor francés, uno acaba descubriendo que la cinta se queda corta en cuanto a mostrar la crudeza del sufrimiento al que fue sometido durante su infancia.

Hervé comprendía su naturaleza sin remilgos. Supo antes que sus médicos que su naturaleza era irreversible y aprendió a ser feliz con ella. Una muy juvenil sabiduría lo hizo entender que, al margen de los estereotipos, todos los seres humanos estamos jodidos de una manera u otra. Al menos, él tenía su jodidez plenamente delimitada.

Lamentablemente, el mundo se encargó de hacerle ver que el entendimiento tridimensional de la existencia de un ser humano nunca basta. Siempre quedan “los otros”. Su principal cruzada no fueron sus evidentes limitaciones, sino sobrevivir a las limitaciones que le impusieron los demás. Fue dolorosamente humillado, moral y físicamente. Después de la última paliza callejera que lo mandó al hospital con varios huesos rotos, su padre decidió mandarlo a vivir a USA.

Sus allegados más cercanos lo recuerdan como un sujeto increíblemente singular. Simpático, brillante, de gusto exquisito. De naturaleza cómica e irremediablemente alineado. Loco como una cabra de la pradera (la escena en la que se gana el papel del villano “Nick-nack” para la película de 007, da cuenta a cabalidad de ello).

La cinta es de estructura revisionista y está dirigida por Sacha Gervasi y narra la fortuita amistad surgida entre el periodista Danny Tate (Sacha Gervasi) y Hervé luego de una obligada entrevista y una delirante noche por Los Ángeles (aunque en la vida real, dicha entrevista duró una semana) que trastocaría la vida de Tate por siempre. Todos los vistazos al origen e historia de Hervé son contados a modo de flashback. El cast se completa con la tibieza del actor Jamie Dornan (Fifthy Shades of Gray) y la galanura eterna de Andy García (The Goodfather).



En entrevista para medios ingleses, Peter Dinklage explica las razones por su fascinación por el personaje: “Hervé ciertamente tuvo gran alegría y gran ira. Tenía más sentido del humor que yo”. Dinklage confiesa que Gervasi le ofreció el proyecto después de verlo interpretar en teatro a Ricardo III. “Pensé que era una gran idea. Yo no sabía mucho sobre Hervé. Sabía quién era, como todo el mundo: Tatoo, “el avión, el avión”. Y pensé que él era realmente fascinante, por mi tamaño. Sentía también curiosidad por ese otro tipo, y por la vida que llevaba, que se revelaba en las charlas con Sacha, y en su breve guion”

El actor luchó por sacar el proyecto, y una vez que dio concluida la séptima temporada de Game Of Thrones, los ejecutivos de HBO le permitieron poner en marcha la producción de este proyecto. Peter estudió montones de viejas cintas de Villechaize para perfeccionar la característica más célebre de Hervé: su voz. Peter se ha encargado de dejarle muy claro a la industria que él no es el actor que tomaría un papel que parodiara su estatura. Ha sido -quizás- el único actor enano en jamás aceptar un papel que denigre su enanismo, pero al aceptar encarnar al actor más estereotipado no lacera sus principios, todo lo contrario. Pocas ocasiones la alquimia del cine nos regala la coincidencia que el enano más famoso del mundo en el programa de televisión más grande del mundo de esa época pueda ser interpretado por el enano más famoso del programa de televisión más grande del mundo y de todos los tiempos. El resultado es una interpretación soberbia, insólita y entrañable. He leído a la crítica especializada con la sentencia implacable: “Dinklage es mejor actor que el hombre al que interpreta”. Claro. Hervé era un actor solventísimo, aunque mejor pintor. Sin embargo, las épocas que los separan se distinguen años luz. El fenomenal actor de GOT tuvo la suerte de crecer artísticamente en un periodo de profusa luminosidad.

Sacha Gervasi señala que -emulando de alguna manera la sabiduría del señor Roulke- “Hervé se perdió en el vacío de la fama. Todo lo contrario a Peter, quién está decidido a hacer lo contrario”. “Es casi una advertencia para él: cómo no ser una víctima del éxito, mantenerse a tierra”. “La adicción (como en el caso de Hervé: a la fama, a la fantasía) es un recurso para eliminar el dolor de la vida”. Gervasi responsabiliza por completo a Villechaize por alterar el curso de su carrera. En 1993 (la época de la entrevista) el otrora reportero entró en shock cuando se enteró de la muerte del actor, a escasos días de su último encuentro. Trató en vano de convencer a sus editores de publicar el homenaje de 5,000 palabras que escribió para despedir a Hervé, pero en respuesta solamente obtuvo una publicación de un texto de poco menos de 500 palabras. Gervasi -fúrico- abandonó el periodismo para dedicarse por completo a la escritura de guiones. “Este encuentro cambió mi vida de la oscuridad a la luz”, dijo Gervasi en el estreno de la cinta. “Eso fue un regalo que Hervé me dio, y esta película es mi regalo para él”.

Han transcurrido cerca de cuarenta años de las grabaciones que realizó Víctor Pacheco a la voz infantil del poema de sus días y casi 20 de que se perdieron esa extraña colección de casetes en medio de una trágica hecatombe familiar. Sin embargo, haber contemplado esa película, de alguna manera fue haber recuperado esos audios y haberlos escuchado nuevamente desde una niñez que cada día se aleja a pasos largos y decididos:

“¡Mira, papá, papá! ¡el avión, el avión!”.

Donde otros ven hechos absolutos, cifras, fórmulas exactas, yo aprendí de muy pequeña a reconocer la maravilla de la imaginación. Aprendí a ver símbolos, metáforas, fantasía y significados ocultos. Agradezco a Tatoo y a Peter por ser el corazón emocional de los objetos perdidos de mi memoria familiar.



My Dinner with Hervé

Producción: HBO, 2018

@amerikapa
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jueves, 23 de mayo de 2019

I Am Easy To Find es un álbum de The National, un filme de Mike Mills y un logro para el arte

// Por: Alejandro Franco
vie 17 mayo, 2019
Fotos por: Brian Berkowitz y Alejandro Franco

El pasado 26 de abril en The Orpheum Theatre, en Los Angeles, California, The National hizo una de las fechas especiales de una pequeña pero precisa gira, presentando I Am Easy to Find (2019), el octavo álbum de estudio de la banda norteamericana que se lanza hoy, 17 de mayo, a través del sello 4AD.

El álbum llega después del rotundo éxito de Sleep Well Beast (2017), pero no se parece en nada a dicho predecesor en la manera de ser concebido y desarrollado en el proceso creativo. Lo interesante del ejercicio es que la obra se desarrolló a la par de un cortometraje de 24 minutos, dirigido por Mike Mills, director de cine, amigo personal de la banda, conocido sobre todo por 20th Century Women (nominado al Oscar en 2016) y Beginners.


El filme que lo acompaña

Pero el disco no se trata de un soundtrack a la película corta que protagoniza Alicia Vikander (Tomb Raider), ni el trabajo audiovisual fue creado para ilustrar la pieza conceptual sonora que involucró a más de 70 músicos y varias mujeres invitadas a darle una fuerza especial a la producción. Más bien es un ejercicio creativo muy original, en donde todo se hizo en conjunto, junto pero separado, con una intención artística que se auto alimentó de inspiración entre ambas partes y que incluso le dio el crédito al cineasta, de co-productor del álbum.

Dicha fecha, en Los Ángeles, fue la última de un micro tour que incluyó otras ciudades como París, Nueva York, Londres y Toronto. Un show íntimo llamado “A Special Evening With The National”, con una puesta en escena que arrancó la velada con una sesión de preguntas y respuestas con el director, la protagonista y la banda.

El cortometraje va de la historia de la vida entera de una mujer promedio norteamericana, que no sufre necesariamente algo que la marque o que determine la historia, sino más bien captura las alegrías, tristezas, ganancias y pérdidas de un ser humano que en esencia sigue siendo el mismo al paso de los años. La manufactura es sencilla y la fotografía en blanco y negro, recordándonos por momentos incluso a Roma de Alfonso Cuarón, no solamente en la estética sino en la normalidad y realismo en pantalla de sus personajes.

La banda le dio las pistas de algunos tracks al director, otorgándole plena libertad creativa y a su vez, las canciones que no aparecen en el corto, hacen referencias y toman fragmentos de lo que se ve en la película. Ninguna depende 100% de la otra; sin embargo son proyectos gemelos, de diferente bolsa.




Un álbum distinto para la banda


El show en vivo fue muy distinto a un concierto regular de The National. Por momentos muy melancólico y contemplativo, el recital de los originarios de Cincinnati, incluía un diseño de iluminación de leds que enmarca el ensamble, con varios músicos invitados, entre los que destacaba Leslie Feist.

Curiosamente el álbum es el de mayor duración de la agrupación, con 63 minutos, pero el más distinto en sonido. Un The National “rebajado”, quizás de soundtrack, pero también débil y extraño en el acabado final. Las participaciones grabadas incluyen a Lisa Hannigan, Sharon Van Etten, Mina Tindle, Kate Stables y el Brooklyn Youth Choir, entre otros, son sin duda una buena idea, pero nos hacen extrañar la particular voz de Matt Berninger, que le dá siempre una identidad contundente al proyecto.

El lanzamiento también incluye dos audiocomentarios: uno del director Mike Mills y el otro de Berninger con su siempre mencionada esposa, Carin Besser, quien fue escritora de ficción para The New York Times. Como película, la pieza deja mucho que desear en términos cinematográficos y de manufactura. Como disco, es evidente que no es la banda que conocemos. Pero como pieza en conjunto, es un gran logro para el arte.